El acordeonista y compositor misionero Chango Spasiuk presentará en Rosario su más reciente álbum “Eiké”, donde reversionó temas de su autoría junto a artistas de diversos lugares y tradiciones. Participaron de este disco músicos de la talla de Gustavo Santaolalla (Argentina) - Ronroco; Carlos Nuñez (Galicia, España) – Flauta; Sixto Corbalán (Paraguay) – Arpa Paraguaya; Erik Truffaz (Francia) – Trompeta; Per Einar Watle (Noruega) – Guitarra; Steinar Raknes (Noruega) – Contrabajo; Boubacar Cissoko (Senegal, Africa) – Korá; Jaques Morelenbaun (Brasil) – Violonchelo; Majid Bekkas (Marruecos) – Laúd.
Este viernes 22 de septiembre, a las 21 en el Teatro Astengo de Rosario, el tradicional acordionista argentino presentará su nuevo material.
-Eiké es el nombre del nuevo disco que venís a presentar… ¿Por qué la elección de ese nombre?
-Eiké quiere decir entrar, invitar entrar a alguien. El disco lo grabé en pandemia y fantaseaba en el living de mi casa, encerrado, digo “bueno…voy a hacer esos famosos discos que en algún momento un artista improvisa en el piano y lee poesía, y muestra como una intimidad del lugar donde compone su música y tocar un poco el acordeón diferente a los proyectos anteriores”. Más cuando venís de una generación en donde para mi grabar un disco era ir a ION con el portugués Da Silva (Jorge), con Amílcar Gilabert y grabar en una semana el grupo junto tocando en vivo.
De golpe me veía encerrado y empecé a improvisar en el piano, pero después digo…"y si empiezo a escribir a algunos artistas admirados por mí, que conozco del camino, a ver si se animan a grabar proyectos o canciones que siempre en algún momento se me cruzó por mi cabeza. En algún momento digo algún día quiero grabar con una Kora de Senegal, o con un Laúd de Marruecos, o con una trompeta de jazz, o con Santaolalla (Gustavo), con Carlos Núñez venía tocando en vivo muchas veces, pero antes de que comience la pandemia Carlos Nuñez me había invitado a tocar en Buenos Aires y estaba Santaolalla, estuvimos charlando los tres y hablando.
De golpe al primero que escribí fue a Santaolalla y el aceptó y grabó, y así Morelenbaum (Jaques), y así Sixto Corbalán de Asunción del Paraguay. Entonces cuando el proyecto ya había tomado forma y se volvió tan global, desde mi casa, hablo con una amiga mía de asunción del Paraguay que se llama Alejandra Peña Gil y le digo que estoy terminando un proyecto que grabé en mi casa encerrado y que invite a gente encerrada en sus casas desde otros lugares del mundo y ahora quiero compartir mi música. ¿Cómo hag, qué nombre le puedo poner a este disco? Y ella me dijo: "Tu palabra es “Eiké”, porque en guaraní quiere decir entrar a la casa, entrar al mejor lugar de tu casa, es como entrar a tu propio corazón, y entonces es como entrar al lugar donde yo busco la belleza". Entonces ese “Eiké” es invitarlos a los demás a este lugar donde esta ese proceso creativo mío.
-¿Este proyecto era una idea que ya traías y la pandemia con su encierro lo activó?
-No lo tenía pensado como un disco entero, siempre tenía la idea de fantasear, no se me había cruzado con Majid Bekkas, el que toca el laúd en el chamamé “Tristeza”, yo me lo había cruzado en Marsella en un festival que se llama “Babel Music” y habíamos hablando con Majid Bekkas. Dije "que lindo seria en algún momento grabar...bueno… tal vez o con Erik Truffaz, siempre me había fantaseado tocar con una trompeta tipo Miles Davis, y tocar un chamamé como si fuera un standard".
Entonces siempre fantaseaba con eso, y digo bueno este es el momento, todo lo que me imaginaba porque no ponerlo en práctica. Muchas veces pones en práctica algunas cosas y lo que vuelve no está a altura de lo que te imaginabas, pero en el caso de este disco, de “Eiké”, todo lo que volvió fue superador, lo que me envió Truffaz, lo que me envió Boubacar Cissokho desde Senegal, o Santaolalla que fue el primero, o Sixto Corbalán que habíamos girado, que habíamos tocado juntos vinimos a Rosario hace muchos años, pero no habíamos grabado, y entonces digo…todo eso que volvió era superador...y entonces mucho más bello de lo que yo me imaginaba, cuando yo elegía la canción y decía esto va a sonar bárbaro con un arpa paraguaya, esto va sonar bárbaro con la armónica de Franco Luciani, esto va a sonar bárbaro con Per Einar Watle tocando desde Oslo Noruega su guitarra gipsy, y todo lo que volvía era mucho más bello de lo que me imaginaba y bueno ahora está “Eiké” ahí, y ahora es un entrá, una invitación para que entren, para que lo escuchen al disco.
-Esta forma de grabar posibilitó que puedas grabar y sumar músicos de cualquier rincón del planeta. ¿Tuviste la oportunidad de grabar con muchas más músicos de los que quedaron en el disco y puede haber una continuidad con un “Eiké 2”?
-Sí, lo que me pasó post pandemia, es que hay como una desesperación de tocar en vivo, enfrente del otro, si es una gran herramienta que permite que puedas conectar mundos y que puedas conectar “feat” como le llaman, pero ahora después de haber estado tanto tiempo encerrado y de haber hecho todo un disco así, si tengo la posibilidad de verme face to face elijo todo eso porque eso es irremplazable, verte, sonreír, seguirte con la mirada y celebrar estar tocando uno enfrente del otro, pero si quedaron algunas cosas…porque imaginate vos, el disco yo lo arranqué leyendo poesía, improvisando en el piano, y algunas cosas quedaron guardadas ahí… y en algún momento saldrán a la luz, algunas cosas quedaron en el camino y es algo que vino para quedarse y que cada vez que lo pueda utilizar lo voy a hacer, pero si es cierto como que ahora estoy como un tigre encerrado, y que cada vez que me siento en un escenario, eso es irremplazable, yo quiero eso, yo quiero tocar en vivo, mirar alrededor mío y ver como todos traccionan en vivo en una misma dirección.
-El disco tiene un ADN que es lo tuyo, que es el chamamé, pero después te va llevando por otros lugares, otras geografías, otros clima. ¿Cómo lo definirías?
-Eso es lo bello, Barenboim (Daniel) decía “lo único que uno puede decir objetivamente de la música es que es viento sonoro”, todo lo demás…la música… ¿qué es la música?, es insondable, es un océano lleno de tesoros pero las joyas más bellas están en el fondo, en el fondo del mar, en el fondo del sonido, entonces aparece algo que uno saborea que no puede explicar. A mí me pasa eso tocando, o sea te llevo a un no lugar en donde está todo, y si es un disparador que va mucho más allá del cliché y de la imagen que tenemos del chamamé como una música alegre y potente, de golpe realmente son texturas que te llevan adentro y al adentro de cada uno, que es todo un mundo, hay gente que conecta con sus padres, con su infancia, con la melancolía, con la añoranza, con la celebración y con un montón de lugares que son experiencia pura.
-¿Cómo se traslada este disco a los escenarios?
-Tocamos con un ensamble, Pablo Farhat en violín, Eugenia Turovetzky en vilonchelo, Matías Martino en piano, Marcos Villaba en percusión, Diego Arolfo en guitarra, Enzo Demartini en guitarra, tres invitados Marcelo Dellamea en guitarra, viene Franco Luciani con la armónica –que grabamos “El agua del fin del mundo”- y viene Sixto Corbalán de Asunción del Paraguay con el arpa. Con ellos reproducimos las canciones que grabamos con ellos y con los invitados los disparamos digitalmente y tocamos alrededor, imagínense en una pantalla la imagen de Jacques Morelenbaum enorme y el sonido de su violonchelo y tocamos todos alrededor de él, o de la trompeta de Truffaz, o del ronroco de Santaolalla, y tocamos en vivo alrededor de él.
Mucho años antes de pandemia había hecho un concierto en donde el celebraba 30 años con mi música y la poníamos a Mercedes Sosa cantando y tocábamos alrededor de ella en vivo, acá hacemos lo mismo. Esa es la primera parte del concierto para acercarnos lo más fielmente al sonido del disco este, y una vez que terminan las canciones de “Eiké” sigue el resto, de Cocomarola a Spinetta, de Spineta a Piazzolla y de Piazzolla a todas mis otras canciones, mis otras músicas, mis otras maneras de entender esta tradición.