La llorería es el último libro del escritor y periodista Martín Sivak. En el título publicado por Alfaguara el último septiembre, el autor regresa al campo de la autoficción, tal como lo había hecho en El salto de papá, en el que abordó el suicido de su padre, Jorge Sivak. En esta oportunidad, corre los bordes hacia un registro “híbrido” y “no premeditado”, según sus palabras.

El punto de partida es un duelo amoroso: la desesperación de un abandono por mensaje de texto en la víspera de la Nochebuena de 2018. Ese relato cronológico inicial es intervenido por la evocación de otras relaciones, la muerte de su madre, Nora Sivak, y el recuento de una travesía latinoamericana junto al documentalista británico Sean Langan.

Los temas de “La llorería” son universales: el duelo, el dolor, el abandono, la pérdida de una madre, la amistad

En esas tres tramas, Sivak amalgama géneros –diario, registro epistolar y crónica– al tiempo que entrega una suerte de autobiografía por capítulos alternados el tiempo. El viaje con Langan, de la Buenos Aires del 2002 hasta México, y los encuentros con Hugo Chávez y Evo Morales dialogan con el dolor de las pérdidas en un libro que es, también, un “manual del llanto”, un “tratado sobre la amistad” y una sentencia incumplida: “A llorar, a la llorería”.

La frustración, el cáncer, el periodismo y el apetito intelectual de un joven de 25 años se cruzan con las reflexiones de un padre con dos hijos y cinco décadas que desarrolló la habilidad de “llorar por 50 minutos sin disimular”.

“A veces, los libros empiezan como una larga catarsis, como quien suelta todo lo que está amarrado”, reflexionó Martín Sivak, en el diálogo telefónico con Rosario3. El autor presentó La llorería en la Feria Internacional del Libro de Rosario el último octubre.

A veces, los libros empiezan como una larga catarsis, como quien suelta todo lo que está amarrado

“Mientras escribía el diario (que relata el abandono en tiempo presente) apareció el recuerdo de Sean. Eso me permitió salir del agobio de la separación. Ahí surgió esta historia que tiene algo de educación profesional y sentimental, y que es también un tratado sobre la amistad”, rememoró el licenciado en Sociología y doctor en Historia. En una pausa de ese periplo, falleció Nora Sivak, la mamá del autor de Jefazo. Retrato íntimo de Evo Morales.

Como ocurre en casi todo, aún en las rutinas vitales más ajustadas, “el libro fue abriendo distintas ventanas” entre la “experimentación y la improvisación”.

En un momento, los duelos y el registro cotidiano del dolor se unieron a la idea pendiente de un libro sobre la experiencia con Langan. Esas existencias paralelas confluyeron finalmente en un orden: “Los capítulos impares serían los del diario y los pares, el viaje con Sean. Y cuando apareció la ventana de la agonía y muerte de mi mamá, sentí que había una historia que tenía algo que ver con las otras dos”.

“Todo se volvió un festival del llanto”


La llorería no es un lugar o un espacio físico para el llanto, sea cual fuere el motivo del plañido, sino que pueden ser un momento, un temor compartido con un hijo de ocho años o el recuerdo.

—En el libro citás la frase que decía tu papá: “A llorar, a la llorería”. ¿Qué representa “la llorería” para vos?
—En un principio, no tenía tan claro el título. Sí lo está ahora, que salió el libro. Creo que llegué a una conclusión tardía sobre la frase porque, cuando él la decía, tenía que ver con que “si perdías un partido de fútbol, no deberías quejarte”. Tenías que llorar en la llorería. En cambio, en el libro, la llorería está en todos lados. No es que el narrador vaya a llorar a un lugar, sino que lo hace en cualquier parte y, por momentos, impúdicamente. No hay una actitud jactanciosa ni una invitación al llanto, sino que, al no poder esconderlo, es mejor convivir con él y tomarlo como lo que es: un sentimiento. No hay por qué ocultarlo. Tampoco quiero hacer una exaltación del tipo: “Uno vive mejor si llora más”. No. Me limité a hablar de esa experiencia sin tomarla tan en serio porque también es bueno reírse o tomar una distancia en medio del melodrama que armaste.

—El dolor es subjetivo, el libro no tiene aspiraciones de manual de autoayuda e interpela con frases como: “Tienen salud y pueden comer, ¿qué les pasa?”. ¿En algún momento dudaste del valor narrativo de tu dolor?
—Las miradas de otros ayudan a quitarle dramatismo a las situaciones. Y sobre la pregunta, este es un libro incómodo y yo decidí publicarlo a pesar de las dudas. Tampoco es que haberlo publicado me quita las vacilaciones. Me convencí cuando vi que los temas del libro eran universales: el duelo, el dolor, el abandono, la pérdida de una madre, la amistad. No digo que haya  que publicar solo libros con “temas universales”, pero sí, lo que ha pasado es encontrarme con una sorpresa hermosa. Nunca recibí tantos mensajes de lectores hablando de cuestiones personales, lectores que no conozco, desde luego, hablando de un fallecimiento o una agonía, o de personas que se han separado. Entonces, con esto que está pasando, se justifica haberlo publicado.

El cimbronazo identitario y las muertes


En La llorería, Sivak revela el cimbronazo que representó descubrir su origen judío sefaradí. A instancias de una investigación de la hermana mayor de Nora Sivak, Pity, el autor pudo reorganizar la historia materna del “abuelo anarquista andaluz”. Ese hallazgo –cuyos detalles se reservan al lectorado– tuvo “la fuerza de una revelación que me hizo repensar mi relación con el judaísmo, a pesar que no soy religioso”.

En el libro, “la llorería” está en todos lados. No es que el narrador vaya a llorar a un lugar, sino que lo hace en cualquier parte y, por momentos, impúdicamente.

Para el también autor de Clarín. La era Magnetto, “con los duelos, se convive. No creo que ni escribiendo un libro, ni dándole 2.000 vueltas se procesen. El dolor puede aparecer con muchísima intensidad muchos años después. Evidentemente, yo siento que convivo con el duelo de la muerte de mis padres. Escribí dos libros sobre eso. En la muerte de mi papá tenía 15 años y en la de mi mamá, 26 recién cumplidos. Hoy tengo 50. Pasó un montón de tiempo”.

—¿Qué relación tenés con la muerte?
—No lo veo como algo muy lejano. Obviamente, pienso en mis muertos, pero no estoy pensando en mi muerte o en la de las personas que quiero. Cuando murieron mi papá y mamá, y apareció el cuerpo de mi tío (Osvaldo Sivak, secuestrado y asesinado en la última dictadura cívico-militar), en ese lapso de tiempo, la muerte estaba como muy cerca. Ahora no tanto, aunque, por una razón de edad, voy camino hacia ahí.