Uno

Empieza con unos lentes. La periodista Arlen Buchara define un código inicial para leer la trama compleja que seguirá en su libro "Rosario, perfil de una ciudad al límite". Son crónicas distintas pero en el fondo, nos avisa sin decirlo del todo, se pueden leer como un mismo texto sobre las múltiples heridas que genera el filo de la desigualdad en una sociedad ni muy grande ni muy chica. El negocio narco que derrama como agua en una cascada, el cierre de los bares culturales, no poder caminar de noche, la muerte, las bandas (las de música y las otras), las broncas de los pibes, las mujeres que investigan, luchan, piensan y construyen, los rumores de un pacto, la muerte de nuevo, demasiada muerte en una ciudad que se olvidó de construir comunidad, naturalizó la marginalidad y persiguió a los que querían bailar.

Así lo dice ella en el primer capítulo a modo de introducción: "De las conversaciones de este libro surgieron muchas preguntas y también algunas certezas. Hay una en particular que aparece como un elefante en la habitación: la desigualdad y fragmentación de la ciudad como punto de partida". Retoma esa premisa varias veces, por ejemplo en “No se muere cualquiera” (frase de Eugenia Cozzi que alude al perfil de la mayoría de los asesinados en esta década).

Así explica esa idea ahora, en un bar de San Martín y Montevideo, antes de presentar su trabajo en el Pasaje Pam (este jueves a las 20): “Nosotros, que hacemos periodismo y vamos a los barrios, es algo con lo que convivimos hace muchos años, pero la verdad es que esta ciudad es muy contrastante. Realmente muy contrastante. Volver a ir a esos lugares fue reencontrarme con eso que me pasaba cuando yo hacía policiales o cuando iba a hacer notas a los barrios; ésta es una ciudad muy desigual y en muy pocas cuadras”. 

“Además –sigue–, lo resalté porque es el diagnóstico con el que coincidían todos los entrevistados. Personas que pueden disentir en algunas cosas pero repiten eso y que desde la década de 1990 hubo un punto determinante en la fragmentación de la ciudad. Me parece que la desigualdad es esa fragmentación. Y también quería incluir que ahora estamos viviendo un proceso que es similar a los '90 o tal vez peor; pensar qué puede pasar en términos de fragmentación social de acá a un montón de años”. 

Dos

Arlen Buchara tiene 38 años. Nació en Nicaragua y vivió entre Cuba, Italia y Argentina. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y luego hizo la Maestría en Periodismo Narrativo de la Universidad de San Martín. Escribió en El Ciudadano y otros medios locales y nacionales. 

En 2024, la convocaron desde Ediciones FutuRock para contar qué había pasado en Rosario de una forma más amplia que el microtráfico y la mirada policial. Fue un año y medio de trabajo hasta la publicación. Hubo un primer proceso de entrevistas e investigación y al final se concentró en la escritura.

Pensaron en cuatro ejes: seguridad; política; una trama económica, ambiental y de vínculo con el río; y cultural. Pero esos puntos de partida se abrieron. "No quería que sea un libro temático sino trabajarlo como crónicas a partir de personajes, buscando historias que permitan abordar esas líneas”, explica. 

Eso que parece un proceso ordenado fue más bien un caos intenso que logró sintetizar en perfiles de una tensión narrativa que atrapan. Por ejemplo, el de la investigadora de Delitos Económicos Marina Marsili, quien persiguió las sociedades creadas por Esteban Lindor Alvarado, personaje central de ese mundo narcocriminal. Ella vio las pistas invisibles del lavado cuando nadie perseguía a ese capo que supo ocultarse muchos años. En realidad, no lo vio.

“Marina Marsili lo olía”, es el inicio de la crónica que desarrolla la infiltración de esos grupos en los ámbitos judiciales y policiales. Las complicidades, presiones y amenazas llevadas hasta el extremo cinematográfico de una cabeza de perro dejada con un mensaje en la casa de la funcionaria del Ministerio Público de la Acusación (MPA). Hay más condimentos que parecen ajenos a una historia real pero forman parte de lo ocurrido estos años de furia: el pedido de perdón de Alvarado o la carpeta de Winnie Pooh que escondía muchos de los secretos que lo condenarían.

Ese texto además define una forma de narrativa: “Me encontré con su historión, que no había sido contado desde el lugar de ella, y me parecía que también retrataba un espíritu del libro, de hechos vinculados a la seguridad y al narcotráfico pero que iban a aparecer a través de otras personas. Entonces, no iba a hacer un capítulo sobre Alvarado, sino que Alvarado aparece en relación con Marina. Lo mismo con (Máximo Ariel) el Viejo Cantero que está en la crónica sobre Vía Honda”.

Alan Monzón/Rosario3

Tres

Rosario es su casa desde 2006 pero Arlen no se presenta ni como "rosarina" ni como "rosarina por adopción". “Es la ciudad donde más viví y de la que más me siento parte”, define. Como muchas de las voces que aparecen en sus entrevistas, es una migrante que vino a estudiar y se quedó. Quizás habitar ese espacio que no es del todo, todavía, su ciudad, le permitió mirarla de tan diversas maneras. 

Ese movimiento describe a una sociedad construida por múltiples retazos de migraciones que la enriquecen. Está presente desde el mito del poblado creado por Francisco De Godoy con unos indígenas calchaquíes en 1725 que bajaron desde el norte. La historiadora Agustina Prieto desanda esos orígenes que dialogan con el imaginario de una ciudad guacha que es “capital de nada”.

El río es también, y el libro lo aborda, identidad, música, poesía y un límite que la convierte en una ciudad de fronteras, que la conecta al mundo. Un cuerpo receptivo que puede ser hostil. “Es ambigua en un montón de cuestiones, es amigable y soberbia al mismo tiempo. Hay algo ahí que debe pasar con muchas ciudades pero creo que en Rosario se da de forma bastante particular”, analiza la autora.

Ante las desigualdades, violencias e interseccionalidades, está la cultura como una herramienta de cambio y bajo amenaza de un capitalismo de consumo. Lo dice Beatriz Vignoli, entre su bar y su biblioteca personal de República de la Sexta: “La droga viene a reemplazar por medios químicos la carencia de disfrute”.

A diferencia de un helado (o una pipa de crack), “la cultura te da disfrute pero te da algo más: un sentido”, dice la poeta, periodista y escritora. Ella protagoniza el segundo capítulo y complementa el tono policial del inicio. Habla del valor de ir al cine, a un recital, ver una obra de teatro o leer un libro como una “construcción de orden simbólico y de deseo”. Plantea como rebeldía un fino cóctel de memoria y de crear por puro placer: “Escribir un poema ya es un acto de resistencia porque implica perder el tiempo”. 

Alan Monzón/Rosario3

Cuatro

Arlen Buchara construye un perfil colectivo, paciente y diverso. Preciso y delimitado por momentos y aleatorio e indefinido como una caminata nocturna, por otros. Escucha con lupa a un abogado penalista de narcos y mafiosos o se afloja hasta contagiar la emoción con las conquistas feministas logradas por capas generacionales y con el recuerdo de Sandra Cabrera.

Un rompecabezas hecho de 17 crónicas o de 50 entrevistados o de 236 páginas. Un mural de calles, bares (muchos bares), barrios, llantos pasados que no sueltan y construcciones futuras. Un documento de lo imposible: la anatomía de un quiebre, de una rotura profunda, de una ciudad sin inicio ni final conocidos.

Para algunas de las voces, todo empezó con el Triple Crimen de Villa Moreno el 1º de enero de 2012, otros lo ubican con el asesinato de Martín “Fantasma” Paz, en septiembre de ese mismo año, o el de Claudio “Pájaro” Cantero y la secuencia de venganzas durante 2013. O quizás el germen está más atrás: en la degradación de la década neoliberal que pulverizó industrias, empleos y tejidos sociales, hasta el estallido de diciembre de 2001. 

El trabajo de campo comenzó cuando parecía que la “guerra narco” se desataba, en aquella semana de marzo de 2024 que fueron asesinados dos taxistas, un colectivero y un playero al azar. Terminó un año después con otro clima: un descenso notable de los homicidios y una “pacificación” de los barrios más afectados. “Eso marcó el tono de las conversaciones: por qué bajaron los homicidios y cuáles son las hipótesis”, recuerda.

Ese futuro no se podía adelantar como tampoco se puede afirmar en esta primera parte del gobierno de derecha de Javier Milei hacia dónde nos llevará; qué resultará de este ensayo anarcocapitalista. Años bisagras superpuestos. Por eso, el libro no es un ensayo histórico sino un ejercicio del periodismo narrativo que investiga y escribe mientras las cosas pasan.

Cinco

La búsqueda podría resumirse entonces en una pregunta: ¿qué nos pasó? “Hubo un problema que no se vio a tiempo y después todo fueron respuestas para emparchar. Se repitieron políticas fallidas, una detrás de otra”, diagnostica la autora.

“El libro tiene algo de cosas re hermosas y después unos contrastes fuertes”, dice y piensa en la figura del abogado penalista Carlos Varela. Debería cumplir su rol de personaje oscuro por representar a narcos y a barras pero aparece como alguien “re garantista y yo creo que Rosario es un poco así, ¿no?”.

Hay otros matices escondidos en el texto. El ministro de Seguridad, Pablo Cococcioni, niega que exista un “pacto” del Estado con los violentos para frenar los homicidios y explica con lógica que no sería posible hacerlo “por la hiperfragmentación de las bandas”. Pero, al mismo tiempo, cuenta que la política de persecución del delito se restringe solo a los puntos de venta o búnkers que generan balaceras o crímenes porque “no se puede ir a una guerra total contra las drogas”. 

Hay definiciones poderosas en esa indagación. Luciano Vigoni, director del programa de inclusión Nueva Oportunidad, dice que el Estado se retiró del espacio cotidiano mientras que “el narco va al velorio y al bautismo de los pibes”. La problemática de fondo no parece resuelta. Como dice "La Colo", referente de Santa Lucía: “Está todo suspendido”.

Al final, descubrimos que nunca nos sacamos aquellos lentes plantados al inicio. La cronista nos recuerda que Rosario nunca fue Ciudad Juárez de México ni la Medellín de Pablo Escobar Gaviria de Colombia pero el temblor se sintió fuerte. La ciudad cambió para todos y todas, pero el epicentro del sismo fueron los márgenes. 

"Ignorar el trauma que significa convivir durante años con la tasa más alta de homicidios del país es más sencillo para un sector social que vio lo que pasó en las noticias. Para otros significó, y todavía significa, convivir con la muerte todos los días", dice y agrega: “El miedo y el dolor no desaparecen de un día para el otro. Los motivos de la violencia tampoco”.

Sobre la presentación

  

"Rosario, perfil de una ciudad al límite" se presenta este jueves a las 20 en el Pasaje Pam, Córdoba 954, con charla, lectura, música y tragos.