Todo lo que le podía salir mal, le salió mal. Que el presidente Alberto Fernández haya anunciado que no irá por la reelección no es sorpresa. Sí que ni siquiera haya sostenido hasta el límite de lo posible, el mes de junio que es cuando se inscribirán las candidaturas nacionales, la ficción de que iba a intentar ir por un nuevo mandato, algo que por su impopularidad se sabe imposible desde hace tiempo.

Lo que acaba de pasar es, justamente, lo que el mandatario quería evitar anticipadamente: convertirse en pasado. Como dijo en su mensaje de renunciamiento, ahora le queda un solo objetivo: entregarle el mando a otro presidente el 10 de diciembre. 

A Alberto se lo devoraron su incapacidad para conducir el gobierno y la interna fraticida del Frente de Todos, que, justamente, esmeriló sin pausa su poder desde la derrota electoral de 2021. El contexto que él mismo mencionó –pandemia, guerra, sequía– se convirtió así en un mar imposible de navegar.

La decisión de la renuncia la precipitó su último fracaso en esa puja por el poder interno: el intento por poner fin a la gestión de quien verdaderamente viene manejando los hilos del poder, Sergio Massa, y recuperar a través de su jefe de asesores Antonio Aracre al menos la parte de la botonera económica que perdió tras la eyección de Martín Guzmán.

Como todas las movidas políticas del presidente, salió mal: Aracre quedó afuera del gobierno y ahora es señalado como el culpable de una nueva suba del dólar que provocará, como consecuencia, más inflación, es decir más padecimientos para la sociedad.

Ya sin fusibles, casi sin tropa propia, acorralado políticamente por todo el resto del Frente de Todos, con Cristina Kirchner y Sergio Massa a la cabeza, Alberto entregó la última carta que le quedaba: la de la renuncia a la reelección.

Ahora habrá que ver si Massa consigue darle algún cauce de estabilidad a la economía. Eso permitiría que se cumpla el último objetivo posible para Alberto –llegar al 10 de diciembre– y, con esas credenciales, que el ministro de Economía intente convertirse en un candidato presidencial expectable para un Frente de Todos que atraviesa su peor crisis y corre hasta el riesgo de salir tercero. Wado de Pedro y Daniel Scioli son los otros que calientan motores para unas Paso que, en un escenario de espiralización de la crisis, pueden ser raquíticas para el peronismo.

El experimento de la presidencia de Alberto Fernández, subido a la candidatura presidencial a través de un tuit de Cristina Kirchner en 2019 y ahora bajado a través de un video propio que el cristinismo celebra porque ve al jefe del Estado como estorbo, pone al PJ frente al espejo de la UCR de 2001. O, en todo caso, ese es ahora el desafío del peronismo: evitar que esta crisis lo lleve a un vía crucis que lo aleje de la opción de ser alternativa de poder, algo de lo que el radicalismo parecía empezar a salir en 2021 pero que en realidad no se termina de encaminar: ese resultado no lo dejó en posición de discutirle la candidatura de Juntos por el Cambio al PRO.  

Es que no será gratis la decepción que generó, finalmente, no solo la incapacidad de Alberto, aunque hoy todos pretendan que sea él quien pague los platos rotos, sino el Frente de Todos en su conjunto. 

Cristina lo ungió porque ella no llegaba y se necesitaba un gobierno que intentara ser de concertación. Pero después no lo dejó ejercer la moderación necesaria para eso, lo condicionó en el armado y el control de los equipos, y actuó como opositora al gobierno, aunque controla incluso las cajas más importantes del mismo. Ahora es Massa el que maneja la botonera económica con el apoyo de la vicepresidenta, que en su momento forzó la salida de Guzmán porque pretendía hacer lo mismo que el tigrense pero antes.

El gobierno de Alberto y del Frente de Todos es, al fin de cuentas, una experiencia fallida con padre, madre y más de un tío. Una familia disfuncional que no pudo manejar una casa a la que ahora se prepara para volver otra familia que no supo administrarla y que también está sumida en disputas en la que los intereses individuales parecen pesar más que los del conjunto.

Difícil pensar que, así, un hogar pueda sostenerse en pie.