Javier Milei es un fiel reflejo de su generación. Los varones nacidos a fines de los 60 y principios de los 70, niños de la dictadura, adolescentes en el despertar democrático, fueron, en la primera juventud, protagonistas del primer proceso de desencanto con la política desde el 83 hasta hoy: en el 89, cuando hiperinflación y saqueos mediante Raúl Alfonsín se tuvo que ir anticipadamente del poder, el actual presidente tenía 19 años y, como muchos otros de su edad, encontró refugio en el rock.

El rock y el fútbol, dos ámbitos propicios para la desmesura, fueron los escapes de aquellos pibes, muchos provenientes de hogares donde recibir maltratos era natural, como el de Milei. Alimentaron los sueños que la política ya no generaba. "Cómo conseguir chicas" se llamó el disco que Charly García sacó ese mismo año 89, uno de los tantos en los que la economía argentina fue un infierno que quemó a millones. La música, sin dudas, era un camino para aquellos varones que buscaban mujeres como trofeos en medio de las frustraciones. Milei, que también probó como arquero de Chacarita, lideraba una banda rolinga.

Javier Milei, en la época en la que atajaba en Chacarita.

Quiso ser futbolista, quiso ser cantante, pero se convirtió en economista primero, panelista después y finalmente en nada más y nada menos que jefe del Estado argentino. Viendo al Milei presidente, cabeza del según él “mejor gobierno de la historia” que encaró “el ajuste más grande de la humanidad”, no es difícil imaginar con qué objetivos y miradas sobre sí mismo se proyectó en el arco y en la música: salir en la revista El Gráfico como “la valla menos vencida”, convertirse en un rockstar capaz de llenar estadios.

No hace mucho, antes de la mala praxis que acaba de confesarle a Luis Majul fue de autoría propia para el desarme de las Lefi, proclamaba merecer el premio Nobel de Economía. No lo será. Pero la política le permitió autorregalarse otra revancha. Varias revanchas, de las que, en estos casi dos años de gestión, hizo uso y abuso: no ser el maltratado, sino el que maltrata; no ser el que aplaude desde abajo del escenario, sino el aplaudido.

Demasiado viejo para arquero, errático como economista y político, Milei todavía se abraza al sueño del rock and roll, acaso el último que le queda de aquella juventud a la que, como la mayoría de los varones de su generación, aspirantes a adolescentes eternos, busca aferrarse.

Algunos lo hacen comprando una súper moto. El jefe del Estado, de hecho, fue motero hasta que, según contó un viejo amigo, Dios le hizo saber que esos vehículos de dos ruedas que lo hacían sentir fuerte y poderoso eran “una tentación del maligno”. Otros se buscan una novia joven. Acaso ese rol lo cumplió en algún momento Lilia Lemoine, eterna enamorada y ahora corista del líder libertario. Pero, al fin de cuentas, nada resultó como ser presidente para intentar reparar la eterna insatisfacción de esos hombres que luchan contra el inexorable paso del tiempo.

Milei canta mal, qué duda cabe. Desafina, grita hasta lastimar la garganta propia y los oídos ajenos. Desafía, como en sus discursos, de manera permanente al buen gusto. Condena al público que lo escucha porque es el presidente inverosímil de un país tan inverosímil como él. O porque lo consideran, aún, un líder infalible, el general Ancap, un superhéroe que vino a combatir aquello que odia —los políticos— y a reivindicar como nadie en la historia —sí, una afirmación grandilocuente, como las que le gustan a él— un sistema que nunca antes había sido defendido con tanto orgullo.

Imposible negar que es absolutamente disruptivo cantar los versos “no me podés pisar porque soy capitalista, minarquista”, sobre la melodía de "Tu vicio", de Charly García. Mancilla así el sentido original no solo de una canción, sino de toda la obra de un artista que, con su arte, sí hizo y hace grande a la Argentina.

Es el presidente. Porque quiere y puede. Perché mi piace, le cabría decir. De hecho, no es el primero que usa el poder que implica ser el jefe político de todo un país —y por lo tanto objeto de atención y expectativas— para cumplir sus sueños juveniles frustrados.

Menem se baja de la famosa Ferrari Testa Rossa.

Carlos Menem salió a la cancha con la camiseta y los planteles de las selecciones argentinas de fútbol y básquet. Manejó una Ferrari a 200 kilómetros por hora y, cuando le dijeron que era un bien del Estado y no suyo, respondió como nene caprichoso: “La Ferrari es mía, mía y mía”.

Alberto Fernández, otro cantante frustrado, también hacía públicos, a través de videos, los intentos por embocarle a los acordes de las canciones de Litto Nebbia, aunque lo mejor que hizo vinculado a la música fue, cuando era jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, abrirle la puerta al Flaco Spinetta para un show inolvidable en la Casa Rosada. Como mandatario, se tomó literal aquel título del disco de Charly de 2025, y la reparación personal que buscó durante el —¿ejercicio?— del poder fue jugar a ser el amante ideal entre Olivos y la Casa Rosada, con posterior denuncia de violencia de género por parte de su exesposa incluida.

Este martes, en las redes sociales, no faltaron las voces que, luego del show de Milei en el Movistar Arena, proclamaban la necesidad de que el próximo presidente sea una persona común, de perfil bajo, aburrido, de saco y corbata. Pero la historia argentina está llena de hombres y mujeres “grises” que formaron parte de gobiernos grises e, igualmente, llenaron los bolsillos propios mientras se vaciaban los del grueso de los argentinos.

Eso es, justamente, lo que explica a Milei. Que sus excentricidades le hayan permitido ganar una elección presidencial e, incluso hoy, en un momento en que parece tan desangelado que aquello que enamoró a muchos genera estupor y rechazo, piense que es posible triunfar en los comicios de medio término, resetear la gestión y ser reelecto.

Así son (somos) estos jóvenes de ayer. Resignar aquellos viejos sueños húmedos —sean fama, dinero, poder, aplausos, reafirmación de la propia hombría o todo eso junto— no está entre las opciones y bien se sabe que lo personal es político, más todavía si se trata del presidente. Mientras tanto, es la Argentina la que adolece.