El calendario de la Superliga nos entrega este clásico rosarino que se cae del almanaque, con el arbolito ya armado, el pan dulce a punto de cortarse y con el verano golpeando las puertas de las vacaciones. Para Central y para Newell’s es el duelo del final del año, aunque para los que están directamente involucrados en el enfrentamiento será la final del mundo. En resumen, los condimentos pasionales de siempre, pero en el contexto de dos equipos que deben buscarse en la parte baja de la tabla de posicion

es.

En estos últimos días se ha escuchado una frase muchas veces temeraria y siempre descriptiva del momento futbolístico de un equipo (en este caso, de los dos): “salvar el año con un triunfo”.

Ese rótulo, que de manera forzada se puede adaptar a la realidad leprosa y a la canalla, dispara vaticinios ambiguos.

En el más optimista de los escenarios, se puede imaginar a dos formaciones buscando el arco de enfrente con enjundia para “salvar el año”. En ese supuesto marco, Central estará un poco más obligado por jugar de local con toda su gente y Newell’s tendrá alguna licencia para esperar agazapado y para salir a cazar alguna contra letal.

Sin embargo, y teniendo en cuenta también la alta temperatura pronosticada para este domingo a la hora del clásico, ese desarrollo parece estar más atado a una expresión de deseo que a una inminente realidad. Salvo que el partido se abra en los primeros minutos, está claro.

Si el reloj empieza a correr y las emociones no llegan, es probable que ambos equipos empiecen a enamorarse de un empate que no ocasionará graves daños en los dos frentes.

Como siempre argumentan los imparciales, ojalá que las ganas de ganarlo sepulten en el terreno de juego a los miedos de perderlo.