Plomo y humo. No pudo haber descripción más exacta de lo que padece Rosario. Y es en sentido amplio, aunque temporalmente el viento sople para otro lado y no lleguen a la ciudad los efectos del ecocidio que, fuego mediante, se produce sin pausa enfrente de ella.

Un día nos despertamos en situación de asfixia, con los patios cubiertos de ceniza y el aire absolutamente viciado, y al otro con un edificio público baleado o con un doble femicidio que alimenta estadísticas escalofriantes: hasta este viernes ya se contaban 210 homicidios en el Gran Rosario y 56 de las víctimas eran mujeres.

En la agenda de la política, esta vez el humo tapó el plomo. La lectura del hartazgo de la población frente a una situación que –como la violencia urbana– se estira en el tiempo, y que seguramente se manifestará con fuerza en el corte del puente Rosario-Victoria que se realiza este fin de semana, generó al fin movimientos de fichas que parecían cementadas al tablero.

Fue una especie de efecto dominó: después de casi tres años de incendios ininterrumpidos, los intendentes de la región fueron al Obelisco para “visibilizar” la problemática frente al centro del poder. Con esa movida de fondo, los diputados decidieron sacar de los cajones y retomar el debate de la ley de humedales; el ministro de Seguridad de la Nación, Aníbal Fernández, prometió armar una mesa de “abordaje integral” –otra más–; el de Medio Ambiente, Juan Cabandié, armó una visita a la zona de incendios en la que criticó al gobierno de Entre Ríos, y el gobernador de Entre Ríos –que es quien tiene jurisdicción en la zona– salió de la cueva para pelearse por Twitter con Cabandié y firmar un decreto que según él le permitirá, con la catástrofe ambiental consumada, regular y controlar la actividad en el territorio afectado. Mientras, su par de Santa Fe –que podría liderar el reclamo y darle así mayor volumen político– primero pidió que vuelva el ejército y después se llamó a silencio.

Cabandié mantiene un fuerte enfrentamiento con el gobernador de Entre Ríos.

¿Implica toda esta reacción anárquica y descoordinada que empieza a construirse una solución para la problemática? Por ahora, nada lleva a pensar eso por más que el cambio de actitud de Bordet sea un dato nuevo. Ninguno de los funcionarios mencionados se ganó por separado –fundamentalmente los que más podrían hacer, es decir los de Nación y Entre Ríos– esa confianza. Tampoco todos juntos, más cuando parecen moverse en pos de salvar la propia ropa. Otro actor clave, mientras tanto, permanece inconmovible, siempre lejos de los intereses de una sociedad a la que le debe respuesta: la Justicia. Por ahora, desde este lado del río, solo se ve humo y más humo.

Metáfora de la Argentina

Los incendios en las islas, ya se dijo en este espacio, son una metáfora de la Argentina: un problema crónico que se patea para adelante, en medio de discursos vacíos, promesas incumplidas y disputas que impiden llegar a un punto de acuerdo entre los distintos actores involucrados. Como con los discursos de odio, la culpa siempre es del otro.

Hay conflictos entre jurisdicciones y entre distintos poderes del Estado, y también el mismo centralismo que obliga a llevar el tema a Buenos Aires para que haya una respuesta o al menos una simulación de respuesta. Mientras tanto, parece imposible configurar un proyecto sustentable para el territorio en cuestión, que contemple potencialidades económicas pero sin poner en riesgo ni la salud de la población ni el ambiente.  

El peligro es que, detrás de las mesas de “abordaje integral”, de las leyes que se discuten mientras hay otras que ya existen y nadie se ocupa de hacer cumplir, la apuesta real sea la de siempre: que el viento no vuelva a soplar para este lado, que llueva, que la controversia se apague con el pasar del tiempo o al menos otorgue un margen de tregua y olvido.

Mientras tanto, extraña habilidad nacional, convertimos un don, un tesoro preciado que cualquier país quisiera tener, en un problema.

Debates de fondo


 

En este marco, es fundamental el trabajo de las organizaciones ambientalistas que mantienen encendido el fuego de la conciencia aun cuando el humo no invade la ciudad, algo que merece ser acompañado por la presión ciudadana como pasó en la movilización del 10 de agosto en el Monumento a la Bandera y seguramente pasará este fin de semana en el puente Rosario-Victoria. También el de la comunidad científica que estudia desde ese punto de vista la problemática. Y vale destacar la actitud de los (muy pocos) propietarios de tierras y productores que no se esconden, dan la discusión, e intentan transmitir así que quieren ser parte de la solución de una cuestión que en algunos casos los afecta personal y familiarmente, pues incluso viven en la isla, rodeados de llamas y humo.

La presión ciudadana es fundamental (Alan Monzón).

Para quienes quieran profundizar sobre las posturas de estos actores, Rosario3 realizó una serie de  podcasts sobre los impactos del fuego, sus consecuencias socioambientales y alternativas a futuro desde la perspectiva de los actores antes mencionados. La premisa es que los incendios en las islas no tienen una sola explicación ni, mucho menos, se puede pensar en soluciones sin un diálogo entre los distintos sectores involucrados. Es decir, la salida no se construye con espasmos de ocasión.

Es que por fuera de la política –que de todos modos a veces le da espacio o participa a través de contados dirigentes que en general no tienen responsabilidad ejecutiva–, hay un debate rico y amplio, que no debe quedar tapado por los discursos simplistas que ante el vacío que deja la inacción de la Justicia solo apuntan a señalar a un culpable que siempre es otro.

Hasta en la cloaca que suele ser Twitter –la red social por la que intercambian acusaciones el gobernador Bordet y el ministro Cabandié– se pudo ver en estos días algo de esto, con posturas que llaman a ampliar la mirada.

Allí, el periodista rosarino radicado en España Andrés Actis formuló dos preguntas: “¿Cuánto de la magnitud de los incendios se debe a la hijaputez empresarial (lo que más leo) y cuánto al cambio climático/sequía (lo que menos leo)? La multiplicación de los incendios forestales es un fenómeno mundial. ¿No se está hablando poco de lo segundo?”.

“Coincidio. Hay responsables, el fuego no se inicia solo, pero el cambio climático, los tres años de La Niña con sequía y bajante, es clave. Toda la energía puesta en acusar y culpar (o exculparse) y nadie piensa que la seca puede seguir varios meses más, nadie conduce esa crisis”, planteó Ricardo Robins, el periodista que encabeza el seguimiento del tema en Rosario3.

“La hijaputez empresarial prende los fuegos, la sequía/cambio climático los esparce más. Pero sin los primeros no habría fuego en las islas. De hecho probablemente no habría tanta sequía tampoco, porque el humo dispersa las nubes de lluvia”, advirtió por su parte la agrupación “El Paraná no se toca”, una de las organizaciones que trabaja en el estudio de las causas y consecuencias del ecocidio. 

Preguntas inquietantes

Saber quién prende es fundamental. Por eso, la defección de la Justicia es tan determinante. Es evidente que si no se identifica fehacientemente y se castiga a quienes encienden el fuego lo van a seguir haciendo. Es lo que ocurrió en 2008 y lo que volvió a ocurrir sin interrupciones de 2020. 

¿Son dueños de los campos que, como sostiene como casi único motivo el Ministerio de Medio Ambiente, quieren ampliar la frontera agropecuaria o limpiar el terreno para emprendimientos inmobiliarios? ¿Son los cazadores furtivos, como sugieren algunos ganaderos? ¿Hay una especie de “banda de los copitos” que, como pasa con algunas de las balaceras narco que también tienen a maltraer a Rosario, intenta montar desde la isla hechos de conmoción pública? La falta de respuesta a estas preguntas, después de tanto tiempo y padecimientos, es escandalosa. 

Pero también es clave entender que, en el marco de la sequía y la bajante extraordinarias, consecuencia de una problemática global como el cambio climático, es necesario construir un nuevo esquema legal para reconfigurar con claridad las regulaciones sobre lo que se puede realizar y no en un sector que parece ser tierra de nadie. Y a la vez, hay que administrar soluciones transitorias y repensar las estrategias para prevenir que con un fósforo se pueda encender una catástrofe. Todo esto se puede resumir en una palabra: gobernar.

El ecocidio parece no tener freno.

El debate de estas cuestiones está dado, como ya se dijo más arriba, en una construcción que va por fuera de la política. Y deja algunas cuestiones en claro: se generaron instancias de coordinación, como el plan Piecas, que fueron desactivadas; existe un proyecto de ley de humedales que estaba consensuado con las organizaciones pero lo mandaron al freezer. También hay, en la urgencia y la contingencia, una herramienta para revertir que se hayan secado los arroyos y lagunas que normalmente limitaban las quemas (relativamente) controladas de antaño: los cortafuegos artificiales.

Ahora la ley de humedales vuelve a salir de los cajones, pero nada indica que no sea para ser guardada en otro, ya sea de Diputados o del Senado si es que se diera la media sanción. Si ninguno de los proyectos avanzó hasta ahora es porque las presiones son fuertes y tienen mucha capacidad de influencia. Incluso si fuera sancionada, ¿quién garantiza que no sea una letra vacía como las de otras leyes que prohíben las quemas y prevén sanciones por los incendios intencionales?

La posibilidad de avanzar con los cortafuegos artificiales está empantanada en el marco de las peleas entre jurisdicciones, las disputas entre los distintos poderes e incluso la resistencia de organizaciones ambientalistas que resisten la entrada de maquinarias a las islas ante la sospecha de que finalmente se las use con otros fines, como hacer terraplenes que permitan seguir ampliando la frontera agropecuaria. 

Entonces aparece la cuestión que plantea el periodista Ricardo Robins y que devuelve el debate al campo de la política, de quienes tienen responsabilidades de gobierno: quién conduce esta crisis y cómo lo hace.

Mientras quienes deben abordarla estiran la agonía con acusaciones cruzadas y más mesas de coordinación que pocas veces coordinan algo, la respuesta a esa pregunta es tan simple como abrumadora, porque solo augura la continuidad de la catástrofe: nadie.

Algo así como la Argentina al palo.