El padrón definitivo elaborado por la Cámara Nacional Electoral (CNE) asciende a casi 36 millones de personas habilitadas para votar en Argentina, pero este domingo 26 de octubre, 12 de esos 36 millones no concurrieron a emitir su voto y configuró así, un ausentismo récord.
La menor participación histórica en elecciones generales fue en las parlamentarias de 2021, cuando votó el 71,7% del padrón electoral, en plena pandemia de coronavirus, cuando había una cuarentena que impedía la normal circulación de la población.
Y la menor participación en elecciones locales se registró en 2025, cuando votó, en promedio, el 60% del padrón, en las elecciones que se hicieron en ciudad y provincia de Buenos Aires, Santa Fe, San Luis, Salta, Jujuy, Chaco y Misiones, entre otras.
Cada vez más ciudadanos no asumen su rol de votantes y consideran un valor la identificación con la antipolítica.
Festejan en el búnker de los que salen primeros; se comprometen a más en el escenario del segundo; tragan saliva en los micrófonos del tercero y con ellos, sus militantes y sus votantes, pero qué pasa con los 12 millones que ni festejan, ni esperan compromiso ni se angustian con el tercer puesto.
Es un fenómeno que crece y se afianza, conforme las fuerzas políticas antagónicas se polarizan en los extremos: cada vez más ciudadanos no asumen su rol de votantes y consideran un valor la identificación con la antipolítica.
Se sorprenden de ver cómo votan en el Congreso, leyes esenciales, aquellos en quienes alguna vez confiaron. No se sienten reflejados en líderes desgastados en gestiones anteriores, que ya cumplieron su ciclo y sin embargo, insisten a pesar de su reiterada y escuálida cosecha de votos, ni tampoco por nuevos líderes disruptivos que insultan, maltratan a los más vulnerables y avasallan instituciones prestigiosas. Se decepcionan, quizás, por el reñido armado de listas que deja a sus representantes fuera de alianzas de último momento. Las mismas que, en contrapartida, incluyen, curiosamente, nombres cuestionados.
Y allí están ellos: los “ciudadanos no votantes” que se disocian del calendario electoral, que no los seducen las opciones a las que se reducen las elecciones y que desensillan hasta que aclare. Son 12 millones y en las presidenciales de 2027 podrán ratificar o cambiar el rumbo.