Desde los años 80, JP Morgan es la sombra constante del endeudamiento argentino. Participó en la renegociación de la deuda externa durante la dictadura, en las privatizaciones de los noventa, en la colocación de bonos del macrismo y ahora en el esquema financiero de Javier Milei. Cada vez que el país entró en crisis, el banco reapareció como garante del orden, asegurando la continuidad de los pagos y el disciplinamiento de las políticas.

La diferencia es que ahora el tutelaje se ejerce sin intermediarios: los representantes del banco están dentro del gobierno.

Seis funcionarios clave de la administración libertaria -Luis Caputo, Pablo Quirno, Santiago Bausili, José Luis Daza, Vladimir Werning y Demian Reidel- provienen del ecosistema del banco. El Estado dejó de ser cliente: se volvió sucursal. En cada ciclo, el papel de JP Morgan fue el mismo: proveer liquidez a cambio de condicionalidad.

Y mientras Milei aplaude su propio alineamiento como si fuera independencia, el país vuelve a su vieja rutina: endeudarse para no caerse, agradecer la limosna del hegemón declinante y llamar “alianza estratégica” a lo que en rigor es una rendición elegante.

La secuencia fue precisa. Gerardo Werthein renunció a la Cancillería. En su lugar, Milei designó a Quirno, ex JP Morgan y actual articulador financiero del acuerdo con el Tesoro norteamericano. Días después, el presidente cenó con Jamie Dimon, director ejecutivo del banco, junto a Caputo y un grupo selecto de empresarios locales. 

El episodio, aunque presentado como un gesto de “confianza de los mercados”, ilustra una reconfiguración estructural de la política exterior argentina: el paso de una diplomacia estatal a una diplomacia financiera. La banca como estructura de poder. 

El dato no es anecdótico: el Estado argentino ha sido absorbido por una lógica corporativa que traslada la toma de decisiones del terreno político al financiero.

Desde el Palacio San Martín hasta el Banco Central, las prioridades nacionales se formulan con criterios de riesgo, retorno y flujo de capital. En esta arquitectura, la política exterior deja de representar al país y pasa a representar su deuda.

El desplazamiento de Werthein, un embajador con trayectoria empresarial pero de matriz política, confirma la sustitución de los diplomáticos por operadores financieros. Su renuncia -en medio de tensiones con el entorno presidencial y a horas de los comicios legislativos- marcó el cierre de la Cancillería como actor autónomo.

El alineamiento es tan profundo que el internacionalista Bernabé Malacalza lo bautizó con precisión quirúrgica: el MAGA argentino, el Mega Alineamiento Geopolítico Absoluto. No es un guiño al trumpismo, es su franquicia local. Un esquema que entrega soberanía a cambio de legitimidad ideológica, que confunde afinidad política con destino nacional.

Es Milei el alumno fanático de un maestro que apenas lo reconoce. En nombre del MAGA, la Argentina entrega su autonomía tecnológica, su programa nuclear, sus proyectos con China y su política antártica. Todo ello, a cambio de la ilusión de pertenecer al club del “Occidente bueno”.

El presidente libertario rompe récords de adhesión: Argentina vota junto a Estados Unidos en el 82 por ciento de las resoluciones de la ONU -más incluso que en tiempos de Carlos Menem- y antagoniza con China, con el Mercosur y con Brasil en nombre de una cruzada anticomunista anacrónica. El país dejó de tener una política exterior. Ahora tiene una pertenencia.

Esa orientación explica la designación de Quirno. Su función no es negociar intereses nacionales, sino garantizar que la estrategia de estabilización económica sea consistente con los compromisos externos. El Palacio San Martín, convertido en oficina satélite del Ministerio de Economía, expresa la subordinación de la diplomacia a la macroeconomía.

La política exterior argentina atraviesa una mutación de naturaleza: deja de ser un instrumento de inserción internacional para convertirse en un mecanismo de garantía financiera. El poder de decisión se traslada del campo diplomático al financiero. La lógica del endeudamiento se impone sobre la del desarrollo.

Milei llegó prometiendo libertad, pero su gobierno ha devenido en el más dependiente en décadas. Repite los gestos de un país colonizado, pero los enmarca en una épica libertaria. Se dice defensor del libre mercado, pero depende de los swaps extranjeros. Se proclama enemigo del Estado, pero ruega por su rescate.

El libertario outsider que soñaba con dinamitar el Estado terminó convirtiendo al país en un protectorado financiero, sostenido por los dólares de una potencia que ya no expande su hegemonía, sino que la administra en retirada.

El reemplazo de Werthein por Quirno, la reunión con Dimon y la intervención del Tesoro estadounidense en la economía del país no son hechos aislados: conforman un mismo proceso de redefinición de la soberanía. Argentina ya no negocia su destino: solo renegocia su deuda.

Parece que la independencia se volvió un activo tóxico: nadie quiere asumir su costo.