Donald Trump no solo ha devuelto los aranceles al centro de la política global sino que los ha transformado en un látigo. Con tarifas que alcanzan el 50 por ciento, acuerdos inflados con promesas de humo y decretos que mezclan comercio con venganzas personales, el presidente estadounidense está escribiendo –a golpe de tuit y orden ejecutiva– un nuevo manual del poder. 

El problema: cada capítulo erosiona el mismo andamiaje que durante décadas sostuvo la hegemonía de su país.

Lo que empezó como una cruzada para “hacer a América grande y rica de nuevo” hoy luce más como un reality show geopolítico. Las consecuencias inmediatas parecen engañosamente controladas: consumo estable, inflación de apenas un tres por ciento y un FMI optimista. Pero bajo la superficie la presión sube. 

Lo de Trump no es una corrección técnica, es un rediseño arbitrario: acuerdos se deshacen de un plumazo, mercados cambian de reglas y la OMC se vacía de contenido y autoridad. El mensaje es claro y brutal: el comercio ya no es un contrato sino una variable de poder personal. Ese garrote no busca equilibrio ni consenso, sino sumisión. 

Donald Trump no solo ha devuelto los aranceles al centro de la política global sino que los ha transformado en un látigo (EFE)

En la ejecución de esta política, existen tres capas que se superponen, y revelan el verdadero alcance de la estrategia Trump. 

La primera, la económica que muestra el regreso brutal del proteccionismo. Con tarifas del 10 al 50 por ciento sobre casi todo lo que entre a Estados Unidos. Son acuerdos inflados con cifras inventadas y promesas que nadie sabe cómo cumplir. Los mercados reaccionan con nerviosismo, el FMI maquilla su optimismo y mientras la inflación parece contenida, ya se insinúan grietas en el consumo y el comercio global. 

Personas queman una bandera de Estados Unidos durante una manifestación contra los aranceles estadounidenses este viernes, frente al Consulado General de Estados Unidos en Rio de Janeiro (EFE)

Una segunda capa es la política, aún más corrosiva. Trump mezcla aranceles con vendettas personales y gestos ideológicos. El comercio exterior de la primera potencia mundial se convirtió en un reality de venganza personal: Brasil paga por el juicio a Bolsonaro, Canadá por amenazar con reconocer a Palestina y Suiza por “no hacer concesiones suficientes”. El comercio se volvió rehén de la política y la política, rehén del humor del hombre en la Casa Blanca.

Y tercera, la capa geoestratégica, quizá la más inquietante. En su intento de reafirmar el “gran garrote” del ex presidente Theodore Roosevelt (1901-1909), Trump podría estar serruchando la rama sobre la que está sentado. Cada golpe tarifario empuja a aliados históricos a buscar alternativas. La Unión Europea se siente convertida en “agente pagador” del crecimiento estadounidense, alimenta el músculo de los BRICS y deja a China -con su capitalismo autoritario- ganando terreno como alternativa a un socio impredecible.

Para Argentina, los aranceles de Trump son un espejo incómodo: reflejan la fragilidad de un país que sigue negociando con la ilusión de que la simpatía ideológica blinde los intereses económicos. Aunque el arancel base del 10 por ciento parece un castigo moderado. El gobierno de Javier Milei apostó todo a su sintonía, convencido de que la afinidad bastaría para evitar un golpe mayor. 

Una persona sostiene un cartel con la imagen del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante una manifestación contra los aranceles estadounidenses este viernes, frente al Consulado General de Estados Unidos en São Paulo (EFE)

Es Washington -o mejor dicho Trump- quien decide qué productos quedan exentos y cuáles pagan peaje. Pero ese bisturí se hunde en sectores clave como, por ejemplo, el aluminio y acero –Argentina es el sexto exportador de aluminio a Estados Unidos– o el litio. Productos en los cuales los aranceles quedaron en el 50 por ciento y son una parte de las joyas del nuevo esquema exportador. 

El garrote ya está en movimiento. Hay que tener en cuenta que, lo que parece hoy una victoria táctica, podría terminar siendo una derrota estratégica si los aliados optan por buscar refugio en otros polos de poder. Porque a medida que pase el tiempo y que los países descubran que hay vida –y comercio– más allá de Estados Unidos, el garrote de Trump perderá su magia. Y entonces lo que parecía su herramienta de poder podría convertirse en el golpe que lo derribe.