Este domingo 17 de agosto, Bolivia transita las elecciones presidenciales con una novedad histórica: después de veinte años, el Movimiento al Socialismo (MAS) ha dejado de ser el centro de gravedad y la elección la definen factores que no figuran en la boleta. El eje no es “izquierda versus derecha”, sino gobernabilidad versus vacío de representatividad. El gobierno de Luis Arce -ex ministro de economía de Evo Morales y hacedor del “milagro económico”- no supo estar a la altura de las circunstancias y llega agónico al final de su mandato. 

Por lo que el telón de fondo de este proceso electoral es la descomposición del MAS. Con el ex presidente Evo Morales recluido en el Chapare, su bastión histórico en el corazón del trópico cochabambino, el otrora líder hegemónico opera hoy como un actor periférico pero disruptivo. Inhabilitado para competir por la presidencia y enfrentado abiertamente al gobierno de Luis Arce, éste ha optado por una estrategia de bloqueo: promueve el voto nulo como mecanismo para deslegitimar el proceso electoral y minar a sus antiguos aliados. 

Una mujer aimara camina frente a un mural con un mensaje alusivo a la elecciones este sábado, en La Paz (Bolivia) (EFE)

Desde la capital simbólica del movimiento, es donde Morales mantiene el control de las bases cocaleras, articula con dirigentes leales y despliega una narrativa de persecución política que busca preservar su capital simbólico y condicionar al próximo gobierno. Sin presencia en la boleta, su influencia se ejerce a través de la capacidad de movilización territorial, el ruido mediático y la fractura interna del masismo, que por primera vez llega dividido a una elección presidencial.

A una semana de la elección, las mediciones pusieron a Samuel Doria Medina y Jorge “Tuto” Quiroga al frente, cabeza a cabeza, con 21 y 20 por ciento respectivamente. El primero, es un empresario cementero y político de larga data, proyecta una imagen de gestor pragmático, enfocado en estabilizar la economía y aplicar un plan de “100 días” para normalizar el dólar y el abastecimiento de combustibles. El segundo, es un ex presidente (2001-2002) con perfil tecnocrático y discurso liberal duro, propone un “cambio sísmico” con apertura comercial, privatizaciones y recorte del Estado, apelando a un electorado urbano y de clase media.

Evo Morales, el otrora líder hegemónico opera hoy como un actor periférico pero disruptivo. (EFE)

El resto de los candidatos no llega a dos dígitos. Descolgado, en torno al quinto lugar en intención de voto, se encuentra el masista Andrónico Rodríguez. Un joven dirigente cocalero y presidente del Senado, heredero político del ala evista. Iintenta capitalizar el voto rural y sindical, aunque llega debilitado por la fractura interna del MAS y su distancia con Luis Arce.

Esta es la fotografía que empuja hacia un balotaje el 19 de octubre y que confirma el desplome de la hegemonía masista. El MAS es hoy un afluente de tres corrientes irreconciliables: arcistas (Luis Arce), evistas (Evo Morales) y androniquistas (Andrónico Rodriguez). Además de elegir a presidente y vice, los bolivianos votan la renovación completa de la Asamblea Legislativa Plurinacional: 36 senadores y 130 diputados. Todos para un mandato de cinco años.

Samuel Doria Medina (EFE)

El voto nulo -incitado por Morales como herramienta de deslegitimación- ya asomó en los sondeos a dos dígitos: 14 por ciento. Si bien esta elección probablemente no defina ganadores, sí define márgenes y climas: convierte la primera vuelta en una auditoría política del ciclo que termina. Aunque es una foto movida porque hasta el 30 por ciento del electorado se reparte entre indecisos, blancos y nulos.  

Pero hay un componente que está fuera del radar encuestador: el voto rural, que  también compone cerca del 30 por ciento del padrón y es la columna histórica del MAS. El problema es que esta franja sigue siendo muy difícil de medir por razones de método y logística: menos telefonía, más territorios difíciles, reemplazos de muestra que sesgan lo capturado. Es que Bolivia conoce el cuento. En 2020, los sondeos subestimaron a Luis Arce en casi 13 puntos. 

Con ese precedente, no extraña que varios analistas adviertan que Samuel Doria Medina y “Tuto” Quiroga podrían estar medidos en exceso en lo urbano, mientras en el subsuelo se cocina otra correlación. 

Jorge “Tuto” Quiroga (EFE)

A este panorama se le puede agregar otro ingrediente, aunque más nuevo: el ruido informativo. Esta campaña es laboratorio de IA barata y viral: hay videos manipulados con remates xenófobos, audios clonados para atribuir eliminación de bonos sociales y hasta operativos de páginas que se disfrazan de medios. El aluvión no solo ensucia reputaciones sino que sube el “costo de verificación” del votante promedio y robustece la zona gris del indeciso. 

Mientras tanto, la economía impone agenda. Colas para combustibles, dólar paralelo desbocado, reservas en mínimos y precios que aprietan en la mesa y en el transporte. Frente a esa caja en rojo, los dos candidatos que más miden convergen en el primer paquete: levantar subsidios -en especial a los combustibles-, achicar el Estado y abrir el comercio. Pero además, “Tuto” Quiroga (que ha elogiado a Javier Milei) promete privatizaciones y “cambio sísmico”. Lo cual no es más que el programa de estabilización clásico, con riesgo social máximo. 

El candidato a la presidencia de Bolivia por el partido alianza Popular, Andrónico Rodríguez, en una fotografía del 01 de agosto de 2025. (EFE)

Una vez que se conozcan los resultados de esta elección, hay que tener en cuenta tres claves.

En primer lugar, cuál es la tasa de votos nulos o blancos: si trepa por encima del rango alto previsto, el ganador simbólico no será una persona, sino un veto. Entonces, la gobernabilidad arranca hipotecada. 

Segundo, cuál es la brecha urbano-rural: si el campo corrige a la ciudad, puede recolocar al masista Andrónico Rodríguez, o agrandar la distancia entre los dos primeros y el resto, y rearmar la geografía legislativa. 

Una persona sostiene una papeleta de sufragio durante una capacitación del Tribunal Electoral Departamental (TED). (EFE)

Y por último, el congreso: aún con balotaje, la derecha ya perfila mayoría en la Asamblea. Traducido a gobernanza significa que vuelve la “democracia pactada” de los noventa. Aunque actualizada con redes sociales, IA y un humor social de bolsillo flaco. El presidente que llegue deberá negociar a dos bandas: adentro (bloques disímiles) y afuera (calles impacientes). 

La realidad es que a estas elecciones el pueblo boliviano llega exhausto: lo viejo ya no funciona y lo nuevo todavía no existe. Lo que pase este domingo no será un punto de llegada, sino un punto de partida hacia una nueva etapa donde ganar será apenas la parte fácil. Gobernar, en cambio, implicará navegar entre un Congreso fragmentado en múltiples bloques, una calle impaciente y un Estado exhausto. La verdadera elección empieza el día después.