En el libro "Cabezas, un periodista, un crimen, un país" (Editorial Planeta), el periodista Gabriel Michi reconstruye los hechos y el contexto político en el que fue asesinado el reportero gráfico José Luis Cabezas, el 25 de enero de 1997.

A veinte años del hecho, quien compartió aquella fatídica cobertura en Pinamar, desarrolla en el título una exhaustiva investigación sobre la causa judicial y el derrotero de las empresas del empresario Alfredo Yabrán.

“La idea de escribir este libro me estuvo rondando durante mucho tiempo. Más allá de mi relación personal con José Luis, que era mi amigo, y de que de alguna manera fuí protagonista de mucho de los hechos, el objetivo de este trabajo es por un lado mantener viva la memoria de lo que pasó, de la dimensión humana de esta tragedia, que una bisagra en la historia del periodismo en democracia, y de cómo era el país en ese momento”, dijo Michi a Télam.

Las estructuras mafiosas que salieron a la luz con el asesinato de Cabezas; la estructura de protección que el poder político de entonces, bajo la presidencia de Carlos Menem, montó en torno a Yabrán, la “maldita policía” bonerense y sus vínculos con el delito son algunos de los puntos que recorre el extenso libro, de casi 500 páginas.

El libro contiene las voces de los hijos de José Luis Cabezas, quienes hablan por primera vez. “Para ellos fue muy difícil no sólo porque perdieron a su padre, sino por el hecho de ver que ese padre se convirtió en un símbolo, que su nombre está en plazas, en homenajes y en la presencia constante en el gremio de prensa, que nunca dejó de recordarlo”, sostuvo el autor.

Pero aparte de la dimensión humana, el trabajo de Michi también contiene la historia actualizada de los asesinos, que ya cumplieron condenas, y también qué pasó con la riqueza de Yabrán, ese imperio que continúa activo.

“Desde el gobierno de Menem se intentó mantener impune el asesinato de José Luis, protegieron a Yabrán aún cuando arreciaban las pruebas, hasta que la reacción de la sociedad, y sobre todo de los periodistas, le resultó insostenible y le soltaron la mano”, agregó Michi..

Michi señaló que en la elaboración de este trabajo fue complicado “meterse en la cabeza de un tipo como Alfredo Yabrán, que llegó a decir abiertamente que «el poder es tener impunidad»” lo que explica que “cuando sintió que le habían soltado la mano, que se le venía todo en contra y que no sólo podía perder todo sino que terminaría preso no se lo bancó y se suicidó. Tal vez porque entendió que le había dejado de resultar útil a la mafia”.

En el libro hay datos olvidados o que se mencionaron en crónicas de la época, pero también hay documentos, como los memos de la DEA (la oficina de drogas de los Estados Unidos) donde figuran las vinculaciones de Yabrán y de su entorno con el narcotráfico.

“Pero curiosamente en Estados Unidos cuando se logró desvincular a Yabrán de empresas de ese país dejaron de interesarse”, acotó.

El ojo propio

“El crimen de José Luis fue un antes y un después en el trabajo de los periodistas, y la reacción monolítica de la prensa de ese momento para que la investigación no se cayera, para que no la pudieran sofocar, fue determinante para que no volviera a ocurrir un episodio de semejantes características”, explicó Michi.

Por esta razón, uno de los capítulos de “Cabezas” está dedicado a la cobertura que hicieron periodistas de todo el país en la ciudad de Dolores, donde se instruyó el juicio. “Todos luchando por lo mismo, más allá de la competencia entre medios, de las distintas posturas ideológicas, de las características personales”.

“Esos colegas modificaron sus vidas para hacer esa cobertura, se instalaron en Dolores, que fue como trabajar en un campo minado, y ahí no hubo fisuras. Se unieron, trabajaron juntos, se protegieron unos a otros y dieron una lección de cómo se debía hacer periodismo en una situación tan límite”, evocó el autor.