Luego de seis años de estar separada de Franco, Laura debe viajar a Punta del Diablo (Uruguay) a dividir un bien ganancial que aún comparten, el Hostel del Diablo. La primera novela de la escritora rosarina (también actriz, guionista, directora y dramaturga) Romina Tamburello cuenta la historia de ese viaje de Laura en el que se reencontrará con su ex y con la vida que éste ha construido tras la separación.

La primera persona de Laura es la que conduce los hilos de la narración y la que poco a poco va contextualizando su pasado junto a Franco de cara a su inminente reencuentro luego de años sin verse. Antes de subirse al micro que la llevará a la costa uruguaya es la voz de su madre la que le dice “vas, resolvés y volvés”. El tamaño y la intensidad del amor que hubo entre ambos no harán que para Laura la empresa acabe siendo tan sencilla y expeditiva: “Tasar, vender, esconder la plata en una riñonera y volver. Deberia ser una diligencia, pero del otro lado está la historia”, reflexiona con acierto Laura.

Una de las virtudes más logradas de la novela es la consistencia de su estructura, dueña de un dinamismo contundente que hace que nada esté de más, ni un párrafo ni una digresión, ni una escena. Se descubre en ella, además, una mirada cinematográfica en su organización escénica, en su devenir, en el despliegue y evolución de los personajes.

No resulta extraño que muchas veces asociemos a una literatura entretenida con cierta dosis de liviandad, de ligereza. "La viuda del Diablo" rompe decididamente con este prejuicio demostrando a las claras la posibilidad de una escritura por demás de entretenida y con espesor, dinámica y divertida con profundidad. Tal como señalan cada uno de los tres prestigiosos jurados que premiaron la novela (Claudia Piñeiro, Fabián Casas y Sergio Bizzio), el texto, su historia y su narración parecieran presentarse en un principio como un entramado ligero, pasatista, para demostrar rápidamente que no: "La viuda..." está escrita con tanta lucidez y honestidad como consciencia de entretenimiento. Contribuye a esto, además, la frescura jovial y doliente de la primera persona que narra los hechos apelando a una sintaxis por demás ágil, oraciones no muy extensas, muchas escuetas y contundentes que aportan al ritmo acelerado de la narración (semejante al ritmo acelerado de la cabeza de Laura).

A la hora de pensar a esta novela se hace ineludible detenerse en el personaje de Laura, cuya voz y carácter construye el universo diegético que propone "La Viuda...". Ella es lúcida, descarnada, no le teme a la exposición cruda ni a ofrecer sus miserias, debilidades, dolores, impulsos, la muchas veces trunca correspondencia entre el mundo que sentimos y el mundo que experimentamos. Laura es una heroína creíble porque expone sus suciedades, sus contradicciones, sus desbordes, su carnalidad. En un principio Laura pareciera un tanto moribunda pero rápido va demostrando todo lo contrario; explota de vitalidad con lo bueno y con lo malo, es un cuerpo vibrante física y mentalmente.

Las alusiones al cuerpo son notables en su abundancia: Laura es un cuerpo que siente todo el tiempo, dando y recibiendo, un cuerpo quemado por el sol, embriagado por el alcohol o drogas o sexo o tristeza. Laura es un personaje hiperfísico, en menos de 180 páginas su cuerpo pasa por mil pruebas. Para ella la experiencia de vivir es indisociable del cuerpo, es éste el que recibe todas las consecuencias de mil decisiones y el que almacena todas las cicatrices de esas decisiones (es para resaltar la escena de la grasa de foca, esa imagen de ella perdiendo esa segunda piel que se le resquebraja en la mañana habiendo sido sensual por la noche; una escena que de algún modo sintetiza el viaje de Laura cuyo objetivo inconsciente incluye un cambio de piel).

Laura también es hipersexual. Muchas veces las encrucijadas de sus pensamientos derivan en sus hormonas. La sexualidad es vivida por ella como una latencia ubicua, a veces funciona como un refugio desesperado, a veces como la valoración de todos sus vínculos. Se trata de un personaje que necesita que la experiencia le surque el cuerpo, que la marque; Laura siempre necesita efectos físicos para medir su vitalidad, su educación sentimental es esencialmente clitoriana. El pasado amoroso con Franco es también una rememoración casi siempre carnal, física, sexuada: el paraíso perdido entre ambos es para ella, también, el sexo perdido.

“Vas, resolvés y volves”, le había dicho en un inicio su madre y la frase acaba en leit motiv. Pareciera que Laura nunca cumplirá el mandato materno pero sí, lo va a cumplir “a lo Laura”: intensa y arrebatadamente. Está claro que ella viaja a resolver mucho más que la división de un bien ganancial. La intención podría consistir en resolver un duelo que aunque ya tenga sus años persiste en Laura. Es cierto, ella no lo resuelve rápido porque necesita ordenar su caos o al menos hallar un nombre que lo defina. El viaje de Laura es un viaje al futuro (vender su parte del hostel y cerrar definitivamente su historia/duelo con Franco) con todo el peso del pasado/paraíso encima.

Otro acertado ingrediente de "La viuda..." es el humor, lúcido y oportuno. La voz interior de Laura acomodándose no sin dificultad en el mundo exterior de Franco habilita a diálogos entre ambos que funcionan como duelos verbales salpicados de gracia. La inclusión almodovariana del personaje de Trivi funciona muy bien en relación a Laura llegando en un momento justo para dar aire al encierro sentimental de ella. Luego hay varias escenas de fresca hilaridad: la escena en el negocio con Franco, su novia y el porta sahumerios; las menciones a Rato Libre, Cambio Chico y Pico y Pala (“amores de ficción y duelos cortos”); la noche en el hostel con las dos brasileñas y Franco; la desopilante jornada con la “señora rota animal print”; la noche de karaoke con Trivi y las pastillas de éxtasis. El humor en la novela es siempre el humor de Laura, de su voz y de sus acciones desbordadas, un humor que logra convivir con su sensibilidad aturdida y doliente.

Al humor (y no sóolo al humor) la novela suele llegar mediante una fibra hiperbólica que forma parte del tono de buena parte del relato. Esta fibra recorre la narración porque decididamente forma parte de la voz de Laura, de su manera de sentir el mundo. La producción de humor es uno de los propósitos de esta mirada exagerada, no el único. También en la propia exhibición de su duelo Laura transita por esa fibra hiperbólica aunque arribando, en estas ocasiones, a regiones antagónicas a la del humor. Esta intervención asidua del desborde en la apreciación que Laura hace del mundo que la rodea y la habita forma parte de su temperamento romántico del cual no puede, y probablemente no desee, desprenderse. Ya el título de la novela, tejiendo un vínculo semántico entre la leyenda de Punta del Diablo y Laura, abreva en ese temperamento, en esa vena romántica que habita en ella.

Párrafo aparte para las partes casi epistolares en las que Laura le escribe a Franco rememorando fragmentos de su vida juntos. El tono cambia claramente en estos casos, más introspectivo quizás, más reflexivo sin exceso, eludiendo todos los peligros narrativos de la situación (lugares comunes, sentimentalismos, etc.). Hay en estas intervenciones una poética más intimista, como si se bajaran un poco las luces en el escenario de la narración. Intercalan eficazmente con el otro tono un tanto más salvaje y frenético.

Resulta interesante, también, la Laura hija, cómo lidia con ese vínculo. Ella es, de algún modo, una niña adulta. Toma decisiones como adulta que muchas veces la arrastran a cierta desprotección de niña, cierto desamparo que busca ser reparado acercándose a Sabrina o a Octavio o a Guille o llamando telefónicamente a su familia (“quiero quedarme, ser hija del alguien”). En muchas ocasiones vemos a Laura proceder casi sin censura, dominada por impulsos primarios como la de les niñes que no pueden sino priorizar las acciones por sobre sus probables efectos (les niñes, como Laura, también suelen comportarse como seres hiperbólicos). A la comedia preferida de su infancia, Mi pobre angelito, hoy no la puede ver sino como un drama: este pasaje de la mirada de la infancia a la mirada de la adultez hace crisis en ella a la hora de pensarse como hija y también, por qué no, como ex (“esos años en los que los juegos terminaban cuando yo decidía”).

Es claro que resolver el duelo es para Laura resolver algo mucho más enorme, quizás también su lugar de hija (“si mi papá sigue siendo joven y mi mamá nos cuida, no tengo que crecer”). La mirada de la familia la afecta, pareciera que desde siempre; luego será la mirada de Franco a la que Laura va a aferrarse “a lo Laura”, apasionadamente (“nos separamos y empezó el vértigo de no saber quién me miraba desde el espejo”). Cuando la relación con Franco acaba nace la deriva en Laura… y se extiende… bastante… Franco-Dios o Franco-Golem no termina nunca de morir y Laura no empieza nunca a renacer: ella teme no poder volver a amar nunca más como lo hizo con él; él, además, fue capaz de sanar el miedo ancestral a adentrarse en el mar, con Franco afuera Laura está obligada a vérselas sola con los miedos atávicos: es decir crecer, es decir dejar atrás a la Laura-niña que se empecina en creer que las cosas deberían durar para siempre (“Hacerme a la mar sin miedo. Creyendo que ibas a estar siempre”). En este sentido se puede pensar a "La viuda..." como una novela de iniciación, un recorrido doloroso en el que Laura-niña deberá cambiar de piel y convertirse en Laura-adulta.