Un crimen argentino, de Reynaldo Sietecase, recupera el asesinato de un empresario ocurrido en Rosario, en diciembre 1980, para contar una historia de muerte y desaparición en la que la dictadura cívico-militar opera (literal) de fondo. Es el marco para narrar una violencia con gentilicio en la que los protagonistas de la trama –con otros nombres– recorren las calles y edificios de la ciudad.

El crimen de “Samid”, la culpabilidad de Mariano Márquez, la investigación del juez "Jorge Suárez” y los secretarios "Adolfo González Rivas" y "Carlos Torres" se organizan como piezas de una novela que es también el relato de la impunidad, la suspensión de los Derechos y Garantías, y la resistencia del Poder Judicial al terrorismo del mismo Estado que conforma.

Uno puede leer un policial para entender a un país, me refiero a cualquier país. Si un policial está bien hecho, muy probablemente te cuente cómo es la sociedad, cómo se mueven los empresarios, qué nivel de corrupción tiene la policía, qué pasa con la Justicia”, sostiene Reynaldo Sietecase, en diálogo con Rosario3.

En ese sentido, apunta: “La violencia política en la Argentina es una marca indeleble”.

Es un crimen individual en el marco de la dictadura. La curiosidad es que se comete con el mismo método: la desaparición de los cuerpos”

El autor, que participó de la 24º Feria Internacional del Libro de Rosario, afirma que la literatura es capaz de intervenir en la disputa de sentidos que se juegan en las sociedades y “restañar” las heridas ocasionadas por esta. Asegura que “escribir es un deseo irrefrenable” y que tiene días en los que anhela "volver a mi casa para poder corregir y terminar de una vez un texto”.

Ese mismo motor también lo lleva a compartir el escenario con la cantautora Sandra Corizzo para cruzar canciones y poesías en el espectáculo Te amaré nunca más, que estrenó el último sábado en la Sala Lavardén.

El terror y la violencia política


Un crimen argentino es “una novela negra donde se cruzan la política, el policial, el thriller político y el terror”, sintetiza Sietecase.

El título se publicó por primera vez en 2002 y, tras algunas reediciones, Alfaguara lo reimprimió este 2022, año en el que también se estrenó su adaptación cinematográfica.

En los veinte años que pasaron entre la edición original y la transposición al fil, el autor editó otras dos novelas: A cuántos hay que matar (2010) y No pidas nada (2017), ambas por la editorial ya citada.

En los treslibros es posible establecer una suerte de genealogía de la violencia y la impunidad, más allá de que el primero se desarrolla en plena dictadura y el tercero, con las democracias de Argentina y Brasil ya instaladas y sin “el golpe” como amenaza.

“La primera novela es un crimen individual en el marco de la dictadura. La curiosidad es que se comete con el mismo método con el que mataba la dictadura que es la desaparición de los cuerpos”, indica el periodista rosarino.

“En No pidas nada –añade– se investiga una sucesión de suicidios de represores. Es un poquito como una vuelta a una situación que no termina de cerrarse porque la violencia política subsiste, al igual que los crímenes”.

El género policial, el género negro, tiene mucha empatía con lo que pasa porque exige el verosímil"

Para Sietecase “de algún modo”, las tres novelas se inscriben en esa “especie de tradición” que hilvanan El matadero, de Esteban Echeverría –“es difícil encontrar un texto más violento y además, en clave política”–; Facundo, de Domingo Sarmiento; Operación Masacre, de Rodolfo Walsh; y Recuerdos de la muerte, de Miguel Bonasso, por citar algunos títulos. 

—La otra conexión entre tus tres novelas es el doctor Márquez
—Claudia Piñero me suele decir que es “una rareza”. En general, la mayoría de los autores del género negro o de policiales trasladan a sus detectives de una novela a otra y yo lo hago con “el malo”. Es como hubiera personajes que cobran cierta independencia… A quien lee las novelas de manera separada no le hace ruido, pero quien leyó las tres, o dos, creo que lo disfruta. Es como decir: “Otra vez este tipo acá”.

—Es un malo que genera empatía porque es nuestro, es argentino, como el crimen que narrás y la violencia política que lo prohija
—La verdad es que no me lo pude sacar de encima (risas). Me parece que hay una construcción ahí, esa cosa amoral que tiene, esa inteligencia superlativa lo hacen un personaje fuerte. Entonces, me pareció que era un lindo guiño a los lectores (…) En A cuántos hay que matar, él facilita la venganza de alguien a quien le mataron al hijo, y al mismo tiempo, lo cuestiona. No está ni en “el bien” ni en “el mal”, sino que simplemente hace lo que le parece en el momento. Es como el sumun de la inmoralidad, ¿no? Alguien a quien no le importa nada, para él es casi jugar como jugar con los acontecimientos a pesar de la incidencia que tiene.

—En la primera novela, hace “desaparecer” el cuerpo de una persona, en la segunda, colabora en una venganza; y en la tercera investiga por encargo una desaparición. ¿Cuál es el futuro de Márquez?
—En la cuarta novela, que estoy corrigiendo ahora y que espero salga en marzo del año que viene, ya no está, dejo atrás a Mariano Márquez.

Me parecía muy atractiva esa línea, que no estaba tan tocada en la literatura argentina, de contar qué pasó en el día a día con la gente que se quedó en la disputa con los militares"

En Un crimen argentino replicás la lógica del terror y la impunidad impuesta por la dictadura en la frase “sin cuerpo no hay delito”. Hoy, en democracia y en otra fase del capitalismo, los cuerpos mutilados pueden estar a la vista, de hecho pueden funcionar como un “mensaje”, una “pedagogía”. ¿Qué desafíos supone para el policial esta situación explícita y amplificada por distintos canales de comunicación?
La realidad es un gran policial. El maestro Mario Trejo me solía decir eso, que no dejará que se subvalorara el género porque, también me decía: “Si te ponés a pensar, Hamlet es un policial”. Me parece que casi toda la buena literatura tiene pasiones fuertes como violencia, venganza, amor, odio. El desafío de narrar estas violencias es también atractivo, pero el policial te obliga a contar una buena historia, una historia de lo que pasa en una sociedad en un momento.

—Pensar al policial en clave testimonial mientras lucha contra la valoración de “género menor”
—Es que el género policial, el género negro, tiene mucha empatía con lo que pasa porque exige el verosímil. Lo necesita. Entonces, inevitablemente se pega a la actualidad. Creo que uno puede leer un policial para entender a un país. Me refiero a cualquier país. Si un policial está bien hecho, muy probablemente te esté contando cómo es la sociedad, cómo se mueven los empresarios, qué nivel de corrupción tiene la policía, qué pasa con la Justicia. Es uno de los aspectos más atractivos de del género.

Y continúa: Me parece que en la novela, más que el crimen en sí, que estaba claro que lo había, interviene esa idea de que «no se podía demostrar un crimen sin cuerpo», ¿no? Por suerte, hay una frase que a mí me gusta mucho que resistió en la película y es que «(el asesino) era un tiburón en un cardumen de tiburones». No es que había «buenos» y él era el «malo». Humildemente, creo que ese es mi aporte. Y para unirlo con No digas nada, ahí se narra la venganza a un represor. No creo que haya un libro en la literatura argentina en el que se hayan cargado a un represor".

La ficción tiene, a veces, la función de restañar, de curar, de tratar de morigerar algunas cosas"

—La historia del juez y de los dos secretarios es el relato de la resistencia del poder del Estado que no fue suspendido por el golpe y, también, de las y los que se quedaron
—Es que también continuaron trabajando los hospitales, las escuelas… Alguna gente trató de hacer las cosas más o menos bien. Insisto en que me parecía muy atractiva esa línea, que no estaba tan tocada en la literatura argentina, de qué pasó en el día a día con la gente que se quedó en la disputa con los militares.

—Esa disputa de sentidos que se da en la construcción de la memoria política tiene varias bibliotecas en la no ficción. ¿Es posible pensar ficción para intervenir desde otro lugar?
—Jorge Luis Borges decía que la ficción no era necesariamente contradictoria con la realidad. Yo le agrego esto de que, a veces, tiene la función de restañar, de curar, de tratar de morigerar algunas cosas.

—Si tuvieras que pensar en una canción que defina o sintetice, o sirva de prólogo a Un crimen argentino, ¿cuál sería?
—No sé. Se me viene a la cabeza “Back in Black”, pero no sé si es la correcta. Me parece que el libro y la película son del rock duro, medio heavy metal.

En tu entorno se preguntan qué hace este tipo, cinco o seis horas después de trabajar, escribiendo. Es el deseo"

—En el discurso de apertura de la 24ª Feria del libro de Rosario, Claudia Piñeiro dijo que "escribir es una acción concreta" y que el motor "es el deseo". ¿Cuál es el tuyo?
—Un amigo mío decía que “escribir es un riesgo gratuito al nadie te obliga”. Nadie está esperando un libro tuyo, no vas a cambiar el curso de la humanidad. Además, es bastante insensato. En tu entorno se preguntan qué hace este tipo, cinco o seis horas después de trabajar, escribiendo. Es el deseo. Yo tardo bastante en publicar un libro o una novela porque tengo mucha actividad periodística. Pero me pasa que llega ese momento en el que quiero volver a mi casa para poder corregir y terminar de una vez un texto. Es un deseo irrefrenable, no lo puedo manejar.