Iban 25 minutos del partido que disputaban en Santiago del Estero Estudiantes y Vélez cuando en pleno relato radial, nos irrumpió la noticia. El mensaje por interna decía "andá rápido a estudios que murió Menotti". Admito que nos costó continuar y no era para menos. El parte informativo, concreto, rotundo y frio, hablaba de la partida del Flaco. Menotti se fue un domingo, un domingo de fútbol. Un domingo de grisura nostálgica y pasiones encontradas.

Quizás porque el César fue un poco eso. Porte quijotesco, tono cansino, algo socarrón, y un rostro que tenía toda la melancolía de un domingo por perderse en la finitud del crepúsculo fatal.

Se murió Menotti. El hombre que cambió la historia de la selección nacional. Aquel que sin hacer inferiores llegó a la primera del club de sus amores, Central. El que antes había pasado por distintos equipos del fútbol chacarero jugando a divertirse. No estaba en su mente y en sus proyectos de vida ser un futbolista profesional.

Fue en su barrio natal de Fisherton donde su amigo el “Chacho” Rena lo acercó al Partido Comunista. “Lo único que te pido que pienses es dónde se fue Perón”. La pregunta fungió como sentencia. Menotti venía de una familia profundamente peronista. Pero su papá murió siendo él muy joven y fueron los amigos de la barriada los que lo llevaron al mundo de los billares, la noche, las grandes orquestas de tango que brillaban por esos tiempos y al compromiso político.

Con los años firmó, junto a medio plantel del inolvidable Huracán del 73, una solicitada acompañando y apoyando la vuelta del General Perón al país. Después de 4 años en la primera canalla, donde nació su hermandad con el “Gitano” Juárez, paso a Racing y de allí a Boca. Todo muy rápido. También su partida al fútbol de los Estados Unidos y su incorporación al Santos de Pelé.

Para Menotti, el "Negro" -como el lo llamaba- fue el mejor de todos los tiempos. Con mucho respeto, era Pele y después el resto. Inclusive Diego, a quien hizo debutar con tan solo 16 años en la selección mayor. Archi conocida es la historia de la salida del “Pelusa” de la lista de los 22 que ganaron el Mundial 78 y del idilio que provocaron juntos en la juvenil del despertar prematuro en el 79.

Diego lo amó siempre y lo puso en su parnaso de entrenadores. Se disfrutaron mutuamente en el Barcelona del 83/84, donde juntos ganaron Copa del Rey, Copa de Liga y Supercopa. Eso fue lo último que transitaron juntos.

El minuto de silencio que hizo todo el estadio Madre de Ciudades en el entretiempo de la final de la Copa de Liga conmovió hasta lo más profundo. Un minuto que sirvió para volver a los tiempos del hombre que ayudó a pensar en un mundo de gritos sordos como suele ser el fútbol cuando crispa sus pasiones.

Se fue Menotti, el tercer entrenador más joven de la historia en ganar un mundial. El que admiraba a Osvaldo Pugliese, Astor Piazzolla y su muy amado “Don Adolfo Pedernera”, como solía llamar al crack de La Máquina riverplatense. El mismo que estando en la condal Barcelona, acompañaba a su amigo Joan Manuel Serrat cuando éste se presentaba en pequeños teatros de la Catalunya, en aquel despertar de la famosa transición española.

Amigo de grandes artistas, se deleitaba con el fraseo del Polaco Goyeneche y la portentosa voz de Alfredo Zitarrosa. El Flaco fue aquel que abandonó una concentración de la selección que preparaba su partida al Mundial del 82, para presenciar la vuelta de Mercedes Sosa, después del largo ostracismo de exilio de la “Negra” en la última dictadura.

Menotti solía agasajar al Dúo Salteño -histórico conjunto de folklore compuesto por Néstor Echenique y Patricio Jiménez- con un asadito que él mismo preparaba como si recibiese a Cruyff, Distefano y Garrincha, en el patio de su casa con cara de nene feliz con juguete nuevo.

Fue el que protegió al Loco Houseman como si fuese su hijo. La foto en la noche del festejo tras la obtención del mundial, haciéndole el nudo de la corbata, posee una ternura y una calidez imposible de olvidar. Casi como el rostro de Guardiola cuando cruzó un océano para compartir una cena, de sobremesa eterna y regada, para indagar sobre sus secretos, cuando el Pep de Sampedor se largaba a la carrera de entrenador, antes de visitar a Bielsa.

A propósito, fue el Loco rosarino el que dijo de Menotti: “Cuando uno habla con él, lo primero que siente es admiración; acto seguido, lo poco que uno sabe sobre este juego”. “El que cruza el jardín evitando el ángulo de 90 grados, pisa la flor y llega más rápido; el que recorre el ángulo de 90 grados tarda más, pero no daña las flores”. Hasta el paroxismo, Bielsa repitió casi de memoria ese legado menottista.

También Klinsmann cuando proyectaba un nuevo paradigma en la filosofía de la selección alemana, se apersonó junto con Joachim Löw en la oficina de Menotti, en el centro porteño. Todo aquel que pretendía sumar conocimientos, visitó a Menotti. Todos salieron encantados. Angel Cappa, Jorge Valdano, Arrigo Sacchi, Francisco Maturana, Diego Latorre, Juan Manuel Lillo, fueron algunos de los tantos en el mundo de este maravilloso deporte que amaron y aman al Flaco.

Este domingo 5 de mayo de este rarísimo 2024, se fue Cesar Luis Menotti. ¿Se fue? En el rodar de una pelota, en la diatriba eterna de una mesa de café, seguirá vivo. “Sin olvido, no hay muerte”, dijo alguna vez alguien mientras le escapaba con una gambeta de potrero y pelota al destino inexorable.