Fue como si Ghandi volviera a la vida pero sin túnica: con el traje gris, la camisa blanca y la corbata celeste que usó el gobernador de Santa Fe para abrir el período ordinario de sesiones de la Legislatura. El discurso de Maximiliano Pullaro fue no violento, lejos del tono crispado o el modo stand up que ganó la escena política a nivel nacional. Pero, al mismo tiempo, fue duro con la administración que lo precedió, con el Poder Judicial y también con el gobierno de Javier Milei, del que se diferenció claramente: el mandatario provincial cree que el Estado debe ser “eficiente” pero a la vez tener un rol activo -presente- en la salud, la educación, la producción y no solo en las cuestiones administrativas y de seguridad.

Hubo, sí, un punto en el que Pullaro sintonizó con el clima de época que impone la era Milei, con quien comparte electorado en la provincia: el Estado debe hacer un ajuste para poder cumplir su tarea como corresponde y los gobernantes ser austeros y dejar de lado privilegios. 

Y si bien no dijo que recibió la peor herencia de la historia, como suele hacerlo el presidente, sí cuestionó a la gestión que lo precedió, a la que responsabilizó de haber sobredimensionado el Estado con la incorporación en planta permanente de casi 10.500 empleados y por el déficit financiero que le dejó: más de 131 mil millones de pesos. 

El recorte del gasto hecho en estos primeros meses de gobierno, aseguró, ya redujo significativamente ese rojo fiscal que condiciona las tensas negociaciones salariales con docentes y estatales más todos los proyectos que encara o pretende encarar el gobierno provincial. Pero dejó en claro que ese será el límite: a diferencia de Milei, no forzará el ajuste al punto de no poder cumplir prestaciones y servicios que, en muchos casos, el gobierno nacional les tiró por la cabeza a las provincias.

Todo dicho, como se expuso más arriba, en modo Ghandi. Al presidente no lo nombró en todo el discurso. A Perotti, presente en su banca de diputado provincial, lo hizo, pero solo en modo elogioso, cuando ratificó la decisión de sostener el Boleto de Educativo Gratuito. Incluso, en su crítica por el déficit que heredó del rafaelino, matizó que el año pasado las cuentas provinciales fueron fuertemente afectadas por un fenómeno natural: la sequía.

Pero, aunque en ese tramo no lo haya mencionado por su nombre, fue durísimo con el anterior gobernador cuando señaló que “quienes ingresaron (al Estado) o progresaron por vías del atajo están quedándose con una parte de la torta que les correspondía a los que ingresaron y progresaron por vías del mérito” y se comprometió a que ninguno de los integrantes de su propia gestión puedan seguir luego en la administración pública: “Los funcionarios que designé se van cuando terminan sus funciones en nuestro gobierno”.      

Seguridad, tema de los temas

Por supuesto, el tema seguridad pública fue el eje fundamental del discurso del gobernador. Sobre la cuestión hubo, además de palabras, gestualidades: “Vamos, Pablo; vamos, Pablo”, saludó al intendente Pablo Javkin antes de comenzar el mensaje, como para que no queden dudas de que, a pesar de las diferencias que pueda haber entre ambos, trabajan codo a codo en plan de devolver la paz a la ciudad. También hubo un agradecimiento a la fiscal general María Cecilia Vranicich, muestra de la buena sintonía que hay hoy entre el Ejecutivo y el Ministerio Público de la Acusación (MPA), organismo a cargo de las investigaciones de la actividad de delito organizado. Y pronunció un reconocimiento a la Legislatura en su conjunto, por haber sancionado las leyes que le dan las herramientas que considera necesarias para afrontar la crisis.

Pullaro hizo hincapié en la decisión política más la inversión en infraestructura y tecnología -incluso anunció que se suman 5 mil cámaras de videovigilancia en Rosario- para mejorar el control en las cárceles y la presencia policial en las calles. Pero también remarcó que “de nada sirve la operatividad en la prevención si hay impunidad” y que es necesario atacar con toda la fuerza el lavado de activos.

Acá, el palo fue para el Poder Judicial: “Es indispensable profundizar la modernización del funcionamiento de la Justicia con cambios que la hagan más ágil y cercana a la ciudadanía y sus demandas”. Otra vez, el modo Ghandi: no mencionó a la Corte Suprema de Justicia de la provincia, presentes también en el recinto, pero fue una ratificación de que impulsará cambios en la conducción de ese poder del Estado. Duro, pero con buenos modales.

El gobernador, al salir de la Legislatura luego de su discurso.

Cuestionado por algunos sectores por su lado bukelista, Pullaro no circunscribió la problemática de la seguridad a las cuestiones penitenciarias, policiales y judiciales. También defendió las intervenciones barriales que realiza en el Estado en zonas críticas para mejorar la calidad de vida de esa población y, en un guiño a sus socios socialistas con reconocimiento a los exgobernadores Antonio Bonfatti (presente en su banca de diputado) y el fallecido Miguel Lifschitz incluidos, mencionó la decisión de retomar los planes Abre y Nueva Oportunidad.

Reivindicar a Lifschitz, de quien él fue ministro de Seguridad, pero haber de alguna manera contenido la crítica a Perotti, fue otra muestra del espíritu Ghandi de la puesta en escena. Tanto el actual gobernador como el socialista rosarino tuvieron que escuchar cómo el 11 de diciembre de 2019, día de su asunción como mandatario provincial, el rafaelino los acusaba de ser responsables de un pacto entre Estado y delito. 

Acaso se pueda interpretar que hubo algo de respuesta a aquello cuando explicó que los hechos violentos de marzo, que terminaron con cuatro homicidios de trabajadores, y la ola del último fin de semana, buscaban torcer la decisión de no dejar espacio para las “ventajas y privilegios” de las que, según él, los presos de alto perfil gozaron hasta su llegada al poder. “Que les quede bien claro a todos: no hay pacto posible con los delincuentes”, enfatizó.

Estado presente

Tampoco perdió la calma Pullaro para marcar clarísimas diferencias con el gobierno nacional en materia de producción y obra pública, los otros ejes fundamentales del discurso junto con educación, herramienta que consideró clave para salir de la desigualdad. En ambos asuntos apuntó que el Estado tiene que tener un rol bien activo, nada de dejar librado todo a la iniciativa privada. 

“El gobierno de Santa Fe será el primer socio de los que quieren producir y también el principal apoyo de los que quieren trabajar”, dijo sobre el primer tema. Sobre el segundo, se manifestó en contra de la “estigmatización de la inversión en infraestructura” que agita la administración Milei, siempre sin nombrarla. Y prometió que la obra pública, que desde su punto de vista dinamiza la economía y genera empleo, será “uno de los pilares de los lineamientos políticos de la gestión”.

El tono tranquilo del discurso, de menos de una hora, generó cierta expectativa sobre final. “En algún momento va a tirar alguna bomba”, le dijo en un momento un diputado de Unidos a otro. Pero no. El espíritu Ghandi se sostuvo de principio a fin.

Eso no impidió que el gobernador dejara en claro qué piensa de quien lo antecedió en el cargo, en qué acuerda y en qué no con un gobierno nacional para el que todo es negro y blanco y detesta los matices, cuál es su relación con los otros poderes del Estado santafesino, por qué hay tensiones con otros actores públicos como los sindicatos estatales, y qué cree que tiene que hacer su gestión para ayudar a mejorar la calidad de vida de la población.  

Radical al fin, Pullaro fue cuidadoso de las formas y aprovechó el escenario legislativo para mostrarse como un dirigente que construye desde el diálogo y el consenso más que desde la imposición y el enfrentamiento. Pareció sentirse cómodo en ese ámbito que le es conocido. Contento de encabezar esa ceremonia institucional. 

La bomba, en todo caso, estuvo en lo no dicho