Etiquetar es un defecto profesional de los periodistas deportivos. Ponerle sobre el rostro una única referencia para identificar a la persona. Sos eso que yo digo que sos. En algunos personajes es un arduo trabajo. El hombre en cuestión es un caso. Hay muchos Chachos adentro Eduardo Germán Coudet. El carismático que no deja de sonreír ni siquiera en el frenesí de los partidos. El serio que se encierra durante horas a preparar el juego que viene. El loco y borracho que todavía suena en Arroyito. El que casi no come y toma agua mineral porque después de entrenar a sus futbolistas, se entrena a sí mismo. El que tiene el teléfono a mano todo el tiempo. El que se acuesta en el silencio de una casa vacía. 

Hoy está lejos del platinado y ni se acuerda de cuando jugó a ser el Lobo -con piel de cordero- de Wall Street en Miami. Es el entrenador del Inter de Porto Alegre. Vive en un sitio estratégico, donde todo queda a mano. No está lejos del centro de la ciudad y tiene varios accesos que ofrecen conectividad a espacios que configuran la metrópoli, desde los shoppings hasta el aeropuerto. Pero lo más importante, de su casa al campo de entrenamiento, cualquiera solo debe conducir durante 20 minutos. Es decir, que el Chacho demora entre 10 y 15. Además, lo recibe un letrero que dice Parque Gigante y eso le trae buenos recuerdos de su amado Central.

Es el líder del Brasileirao, el campeonato que reúne a los 20 equipos de la primera división de Brasil. Nada menor para un argentino que se instala en ese país por primera vez y comanda a un elenco tradicional y popular, aunque muy del sur. Es parte del selecto grupo de entrenadores extranjeros que hacen el recambio que no hicieron los nativos. Siguen rodando los nombres de Felipao Scolari, Mano Menezes, Wanderlei Luxemburgo mientras los jóvenes no crecen. Tuvo que llegar un portugués, Jorge Jesús, para ordenar esa constelación que mostró el Flamengo campeón nacional y de la Libertadores 2019. El escolta fue el Santos de Jorge Sampaoli, con quien Chacho mantiene un vínculo tan reciente como afectuoso. Es recíproco. Hablan seguido y se respetan mutuamente. De hecho, Coudet se mandó una aventura propia de su estilo cuando en diciembre de 2017 y a pocos días de haber sido oficializado como DT de Racing, se fue a Casilda en auto para sentarse en la misma mesa que Sampaoli en un agasajo multitudinario en el club Alumni. Apenas intercambió palabras entre los miles de pedidos de fotos y autógrafos. Casi no cenó, brindó algunas entrevistas y volvió a subirse a su auto para manejar de madrugada rumbo a Buenos Aires. Así vive. Y como confesó Andrés D'Alessandro, su amigo/excompañero/dirigido, “nos dice que se entrena de la forma que se juega”. Un lema de Coudet es “Inter no camina”. Para él, el que no corre, no juega. Y D'Alessandro -que cumple 40 años en abril y es su amigo/excompañero/dirigido- goza de pocos minutos. Aunque le tiene mucho afecto, elige dosificar su talento. Le pasa algo similar con Damián Musto, un puntal suyo en Rosario Central con el que generó una relación personal y lo llevó al Tijuana de México, le calentó -literalmente- el teléfono para convencerlo de ir a Racing y no pudo. En enero lo sacó de España para sumarlo a su nuevo plan. Acumuló una molestia, alguna suspensión y tuvo Covid-19. “Nosotros vamos por todo. No sabemos especular. Todos los partidos jugamos con la mirada en el arco de enfrente”, repite el volante que piensa en volver a estar al 100% y ser el DT adentro de la cancha.