De la tierra emerge una manguera que hace de cañería y termina en una canilla de plástico. Marta la abre y sale un chorro de agua tenue. Coloca debajo un tarro blanco, de esos de pintura de 20 litros, y lo empieza a llenar. Tiene que bajar a la zanja y pararse sobre un suelo reforzado con ladrillos y maderas para no hundirse en el barro. En esta esquina del barrio Puente Gallego, extremo sudoeste de Rosario, del otro lado de Circunvalación, conviven cuatro fuentes distintas de acceso al agua.
Por un lado, existen estas conexiones informales comunitarias que vienen desde la red oficial. Además, hay un tanque público que la Municipalidad llena dos veces por semana, también perforaciones o pozos particulares y, la última modalidad, es un ensayo, una prueba piloto de un equipo de ingenieras sanitarias que puede ser una salida intermedia hasta que el tendido oficial llegue a todos los hogares.
El problema
La red de Aguas Santafesinas (Assa) abastece a casi toda la ciudad pero hay rincones en donde el tendido no llega o carece de presión. En la esquina Hollywood y San Juan de la Luz (paralelo a Ovidio Lagos al 8.000), Marta termina de completar el recipiente de 20 litros y se vuelve a su casa. La mujer de 61 años dice que así obtiene agua potable porque la que llega al interior no es para tomar.
–¿Está saliendo? –le pregunta Sara, su vecina.
–Sí, ahora sí.
–Más temprano no salía nada.
Sara camina con dos botellas vacías de gaseosa Cunnington de tres litros. Se sienta sobre el puente de cemento o paso sobre zanja y encaja el pico en la punta de la manguera. Abre la llave de paso azul y espera. Repite esta modalidad varias veces al día.
Cristina Marozzi es una de las cinco mujeres del proyecto que lidera el Centro de Ingeniería Sanitaria de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Le explica a Sara que a veces, cuando otros vecinos abren sus canillas al mismo tiempo, esta conexión precaria se queda sin presión. Aprovecha y les pregunta a las dos si usan el líquido que llega de la nueva red que instalaron en 2023.
Ellas tienen sus objeciones. Que tiene mucha sal, olor a cloro, que destiñe la ropa o deja el pelo duro. Pero sí, la utilizan para el baño y otros fines. Ese es uno de los objetivos del ensayo que hacen las ingenieras junto a un grupo interdisciplinario que creció y expandió sus objetivos.
El trabajo comenzó en 2019 en barrios populares de la región. Virginia Pacini es la coordinadora del proyecto "Prototipo de agua clorada de uso general para comunidades en periferias de grandes ciudades", que depende de la Facultad de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura.
Desarrollaron alternativas para mejorar la calidad del fluido que se distribuye en lugares críticos. El diagnóstico habla de la “fragmentación territorial, social y cultural donde las desigualdades se evidencian, entre otras cosas, por la falta de acceso a agua segura y saneamiento".
Ante ese escenario que se repite con diferencias en unos 175 barrios populares del Gran Rosario, los vecinos se "autogestionan su acceso al agua, con escaso caudal y sin controles de calidad" mientras que “el Estado abastece por sistemas de camión cisterna o cubas de agua potable, pero no se llega a satisfacer la demanda para higiene".
La propuesta, ante este déficit de larga data, es implementar un sistema físico que "comprende una perforación al acuífero Puelches, tanque elevado, sistema de cloración y red de distribución clorada para 50 familias".
La obra
La apuesta fue larga y compleja. En pocas palabras se puede resumir así: reemplazaron los tendidos irregulares hechos con mangueras que se pinchan o que se mezclan con el líquido estancado de las zanjas por un único caño seguro que llega a 46 viviendas. Lo construyeron bajo tierra y con salidas a cada casa durante 2023. No es una cañería oficial de Assa; es una mejora.
Además, hicieron una perforación que abastece a un tanque de 2.750 litros en donde se purifica con cloro. Proveen así a su propia cañería con lo que ellos llaman “agua segura”.
Aunque no es potable, está libre de contaminantes y microorganismos. Se puede usar en los hogares para el baño, para limpiar, incluso para el aseo personal sin peligro.
Ese doble dispositivo: el pozo y el tanque, por un lado, la cañería, por el otro, genera impactos profundos. Primero, las personas no tienen que ir hasta la canilla pública o caminar cuadras cada vez que necesitan un poco de agua (para cocinar, para tirar en el baño, para lavarse los dientes; cualquier cosa que en un hogar medio está naturalizado). Y, segundo, descomprimen la demanda de las fuentes potables compartidas que no siempre alcanzan.
Una solución intermedia
Natalia y Diego son pareja y hace más de 20 años construyeron su rancho en esta zona de Puente Gallegos que se conoce como “Los hornos”, por los hornos de ladrillo (ver crónica). Hay uno enfrente de su casa, cruzando San Juan De Luz, en el fin del ejido. Ahora hay otras casas pero ellos cuentan que fueron los primeros: “No había nadie acá”.
Tienen dos hijos y dos nietos. Construyeron dos casas de material y un comedor. Diego recuerda cuando hizo su propia extensión de la red de agua. Compró las mangueras finitas negras y las encajó al final del tendido de Assa, que llega a unos cien metros de ahí, entre Playa Chica y Punta del Indio.
“La manguera venía por la zanja y cada tanto me la cortaban o se rompía. Era agua mala”, dice el hombre de 47 años que colabora con el proyecto de las ingenieras. La perforación y el tanque que armaron están en su terreno. Es categórico al valorar el impacto de esta nueva obra en su vida: “Ufff, es una bendición de Dios”.
Natalia se suma: “Cuando pusieron la cañería en el primer verano, en 2024, los chicos llenaron una pileta, no sabían lo que era jugar con agua. Fue como cuando llegó la luz, que todos salieron la primera noche a la calle”.
Albertina González, otra de las ingenieras, explica el proceso. La primera perforación fue profunda. Detectaron agua salobre no apta para consumo humano. El segundo intento lo hicieron más cerca de la superficie y el resultado fue peor: estaba contaminada por los pozos ciegos de las viviendas de la zona.
Optaron por la toma inicial y realizaron una purificación con cloro. En la torre está el tanque gris de 2.750 litros y otros dos tarros azules con arena en lo que será un intento de filtrado del pozo más superficial. Esa apuesta, que aún no se puso en marcha, es para remover las bacterias y así sumar dos fuentes distintas de ese bien social básico.
Desde esta torre, se nutren los conductos que fueron colocados bajo tierra en una larga obra realizada. Desplegaron unos mil metros de tubos pead (termoplástico) de 50 centímetros de diámetro y luego montaron la conexión en las 46 viviendas.
Lo hicieron gracias a un financiamiento externo, el apoyo de la Municipalidad a través de una cooperativa, la colaboración de personal de Assa que hizo trabajo voluntario y también de los vecinos.
Calidad del agua: los muestreos
Cintia Labanca, otras de las ingenieras del equipo que se completa con Soledad Méndez, se encarga de analizar muestras esta mañana en que Rosario3 comparte el recorrido por el barrio.
Traslada una conservadora de telgopor con un carrito y en el interior, los frascos. Extrae un poco de agua de los pozos particulares para analizar en laboratorio y también de la bajada del tanque, la “clorada” o “segura” que ellos crearon.
El test de “Cloro libre” lo realiza en el mismo momento con un reactivo (“el polvo mágico”, dice ella) y mide la coloración. “Está bien”, informa en tiempo real. En cambio, los resultados fisicoquímicos y bacteriológicos (miden sales, metales, arsénico, entre otros) los tendrá más tarde.
El segundo tipo de relevamiento lo hacen con las familias. Es para verificar que no tomen el agua clorada y consultar qué tipo de usos le están dando a esa nueva cañería que llega hasta sus hogares.
En esas consultas trabaja el equipo interdisciplinario, al que se sumaron docentes de Trabajo Social como Roberto Zampani, también estudiantes de esa carrera, de Comunicación Social, de Psicología y de Arquitectura.
Lo que empezó como una prueba piloto para facilitar un fluido seguro incorporó mejoras sociales, ambientales y familiares en un barrio con muchas carencias.
Albertina González aclara que su proyecto no es la salida de fondo sino una mejora posible: “Si esto funciona lo podemos extender a otros barrios, sobre todo si hay pozos de mejor calidad. Es un parche, pero nuestras cañerías también se pueden alimentar con la red de Assa y así llegaría agua potable a las viviendas que conectamos”.
Los detalles de la iniciativa se expondrán el próximo miércoles 19 de noviembre en la jornada “Hacemos común lo que sabemos”, en Riobamba 250 bis.