Cuando Tamara Rubilar habla de erizos de mar, no lo hace como quien estudia un objeto distante, sino como quien narra una historia familiar. Para ella, el pequeño animal espinoso del Golfo Nuevo —habitante cotidiano de las costas de Puerto Madryn, la ciudad donde vive— se convirtió en la clave que cambió el destino de su hijo y, con el tiempo, en la base de una plataforma científica con un impacto social inesperado.
“Soy investigadora del Conicet, pero empecé estudiando química”, contó este martes en De boca en boca, por Radio 2. “Con mi mentora trabajábamos con erizos de mar, y sin darme cuenta pasé de la química a la biología. Jamás imaginé que ese bichito iba a ser el centro de nuestra vida”, relata.
El giro apareció con crudeza en 2012, cuando nació su segundo hijo. El bebé “tenía una enfermedad autoinmune severa. No tenía defensas y, a la vez, su propio sistema inmune lo atacaba todo el tiempo. Cualquier padre entiende la desesperación”, dice y recuerda que se dieron cuenta cuando comenzó a comer y el organismo le respondía con sangrado intestinal.
La familia buscó respuesta en el sistema de salud local, pero los mismos médicos que trataron al pequeño le recomendaron ir a Buenos Aires. “Nos fuimos a la Casa Cuna. Recién después de tres meses de peregrinar por todos los pisos donde hicieron exámenes de todo tipo nos dieron un diagnóstico”, relata. La “enfermedad rara” del niño era tan extraña que ni siquiera tenía un nombre.
La propuesta médica era limitada: corticoides e inmunosupresores. Un plan de vida lleno de efectos adversos para un bebé de menos de un año. “Yo tenía pesadillas sobre la calidad de vida que iba a tener. Lloraba con mi marido. No quería resignarme. Entonces puse en juego lo que sabía hacer: investigar”, sigue Tamara.
La mujer empezó a leer como científica pero también como madre urgida de respuestas. Estudió el rol de la inflamación, el intestino permeable, los mecanismos inmunológicos y el papel central de los antioxidantes en la modulación inmunitaria.
“Busqué antioxidantes en alimentos, en extractos. Probé con arándanos, rosa mosqueta… pero le daban alergia. Hasta que encontré un trabajo científico que mencionaba una molécula que hacía todo: modulaba el sistema inmune y era un antioxidante potente. Y venía de los erizos de mar”, recuerda
El hallazgo no era casual: esa especie era justamente la que ella estudiaba en Madryn y que su marido, buzo, conocía desde siempre. Contactó a los autores del paper —científicos rusos—, les envió extractos hechos por ella y esperó. “Hicimos una llamada. El ruso, parco como él solo, lo inyectó en un aparato y me dijo: «Sí, tu muestra tiene calidad y cantidad»”. Fue tres meses después del envío.
A partir de ahí, decidió intentarlo. Por seguridad, primero consumieron el extracto ella y su esposo durante semanas. Luego, de a gotas, lo empezó a tomar el niño en un juguito matinal. “No fue mágico, pero sí constante. Al año decidimos sacarle los corticoides. Veíamos beneficios claramente”, cuenta.
Hoy el chico tiene 13 años y lleva una vida normal. “Los corticoides quedaron para momentos específicos, como en cualquier enfermedad autoinmune”
Planta industrial
Pero Tamara fue por más: ayudar a otros que estuvieran en la misma situación. Lo que comenzó como una búsqueda desesperada derivó en una empresa biotecnológica sin precedentes en la Patagonia.
En 2021 fundaron Erisea SA., la primera compañía de base tecnológica de la región con licencia exclusiva del Conicet para trabajar con biotecnología aplicada a organismos marinos. No querían recolectar erizos de manera extractiva, así que desarrollaron un sistema de acuicultura sustentable: crían erizos, extraen las huevas con protocolos de bienestar animal y los conservan vivos.
En 2022 inauguraron una planta de más de 800 metros cuadrados en el Parque Tecnológico de Puerto Madryn. Desde allí producen suplementos dietarios basados en antioxidantes marinos, avalados por certificaciones internacionales y pruebas en hospitales públicos de Estados Unidos.
Los productos que desarrollaron
La marca se llama Promarine y hoy cuenta con cuatro formulaciones principales:
Marine Epic Azul. El producto que nació de la experiencia con su hijo. Contiene huevas de erizo de mar, complejo vitamínico B completo (incluidas B9 y B12), sal marina y una microalga que ayuda a la eliminación de toxinas y al funcionamiento hepático.
Está orientado a enfermedades autoinmunes, alergias severas, inflamaciones crónicas y cuadros con fuerte compromiso inmunológico.
Según Tamara, “modula el sistema inmune, baja inflamación y da mucha energía”.
En pacientes oncológicos, dicen, disminuye efectos adversos de los tratamientos.
Marine Fusion. Altamente concentrado en antioxidantes + omega-3. Pensado para la salud cerebral, ocular y cardiovascular. Uso frecuente en personas con desgaste cognitivo o inflamación sistémica.
Marine Pulse. Enfocado en salud cardiovascular integral. Ayuda a disminuir parámetros inflamatorios asociados a riesgo cardíaco.
Echa Marine. Mezcla antioxidante destinada a mejorar energía celular y salud mitocondrial. Muy utilizado en cuadros de fatiga crónica y secuelas de Covid prolongado.
Son todos suplementos dietarios de venta libre, registrados como tales ante Anmat. “Hicimos todo el camino formal. El principio activo de nuestros productos son antioxidantes que suben las defensas. Queríamos hacerlo bien, con evidencia”, remarca Rubilar.
Además de la venta por canal online, Tamara anticipó que en las próximas semanas llegarán a farmacias de todo el país.
“Nací para esto”
Tamara habla con una serenidad que sorprende para quien atravesó tanto dolor. “Mi mamá, que cree en Dios, me dice que nací para esto. Yo lo siento como mi misión: ayudar donde la medicina no da respuestas a la velocidad que uno necesita”.
En 2025, el Senado de la Nación distinguió su trabajo como iniciativa de interés para el tratamiento de secuelas posCovid y para el desarrollo de biotecnología regional.
Lo que más la emociona, igual, son los mensajes:
“Una mamá te manda un audio y te cuenta cómo su hijo volvió a comer sin dolor. Un músico te manda un video porque recuperó la movilidad de los dedos y volvió a tocar la guitarra. Ahí entendés que vale la pena tanto trabajo”, explica
“Algo tenía que hacer por mi hijo. Pero nunca imaginé que eso iba a servirle a tantos”, se entusiasma.