Vanesa Palavecino da una entrevista, una más. Son las 18.15 del viernes, hace dos días que está en Rosario y no para. Su motor es una pregunta dolorosa que, al no tener una respuesta clara, se profundiza, se agrava, se vuelve angustia personal y denuncia colectiva: ¿qué pasó con su hijo de 17 años, Giovani Mvogo, la madrugada del 28 de noviembre de 2024, cuando su cuerpo fue hallado debajo de las escalinatas del Parque España?
El personal policial que actuó en el caso lo trató desde un inicio como un “suicidio” y por eso no se tomaron algunas medidas. La familia nunca creyó en esa versión y asegura que se trató de un homicidio. No solo se obviaron medidas de ADN debajo de las uñas del adolescente, en una posible defensa de una pelea, o el análisis de sus ropas, tampoco funcionaban las cámaras de videovigilancia del lugar, se perdieron imágenes de los equipos que sí registraron; el único testigo es un policía, un agente federal que despierta sospechas por un testimonio poco verosímil y el celular de Giovani nunca apareció, entre muchas dudas y huecos en una investigación irregular.
En la peatonal San Martín y San Juan, punto de encuentro de la marcha para pedir verdad y justicia por Gio, Vanesa dice que no “hubo avances en la causa en este año” y que el fiscal regional Matías Merlo le reconoció que hubo fallas en el protocolo de actuación en el inicio del proceso, aquella madrugada en el Parque España.
Vuelve a contar, una vez más, como si decirlo pudiera modificar las omisiones pasadas, que tres de la cuatro cámaras del lugar donde fue hallado el cadáver no funcionaban “y las que sí andaban, que aportaron desde los edificios de enfrente, en una se cortan las imágenes justo en el horario y al otro video lo vieron los brigadistas de la Policía pero cuando las pedimos nosotros para revisar ya las habían borrado”.
“No podemos saber si es verdad lo que nos dicen porque en otros casos los brigadistas se equivocaron. Entonces, ¿qué pasó? No sabemos, no lo podemos saber, pero sí sabemos una cosa: mi hijo no se suicidó”, agrega y describe a "un chico súper alegre".
Al lado de Vanesa, que vive en Santiago del Estero, está Desire Mvogo, el papá, migrante que llegó a Rosario desde Camerún hace 20 años. Giovani vivía con él en el barrio Puente Gallego, extremo sudoeste de la ciudad. Vio a su hijo por última vez en su casa la medianoche del miércoles 27. Salió por motivos que no están claro, tomó un colectivo a la 1.01 rumbo al centro y lo que sigue es una nebulosa, un cruce de versiones que se unen en una única certeza: su cadáver fue hallado antes de las 5 con politraumatismos que según la autopsia se explican por una caída en altura.
El aviso al 911 lo hizo un agente de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA). Ese hombre de 34 años, que estaba fuera de servicio, salió a caminar esa madrugada porque no podía dormir desde un hotel ubicado en esta cuadra donde se hace la concentración. El recorrido de la marcha recrea aquella caminata y es una forma de denuncia, también.
El papá también vuelve una y otra vez sobre ese jueves 28 de noviembre en el que salió a buscar a su hijo. Se queja de que no le tomaban la denuncia, que demoraron en avisarle que el cuerpo de su hijo había sido hallado y que en la morgue no le permitieron tocarlo: “Lo vi a través de un vidrio. Quería ver el cuerpo de mi hijo. La ropa estaba toda mojada y no entendía por qué. Fue todo muy raro y muy confuso”.
A un costado están los compañeros de vóley del club Central Córdoba. “Cuando nos enteramos no lo podíamos creer, a él le encantaba jugar, tenía proyectos y estaba emocionado”, dice Andrea, profesora de la institución charrúa. Su hija además era amiga de Giovani y lo conocían: lo describen como un chico alegre y por eso no entendieron cuando les dijeron que se había quitado la vida.
Andrea dice que estaba “emocionado” porque Rodrigo, el profe de la sub 16 y sub 21 de vóley, le había comentado el día anterior la posibilidad de ir a probarse a un club mejor, el Cita de Villa Constitución, recién campeón. “Le escribí al Instagram la tarde anterior, el miércoles, y él me respondió que “¡dale, seguro!”. A él se lo veía bien, no estaba mal”, relata como el resto de los allegados, al menos los que participan de la convocatoria.
Se suman dos grupos de candombe, una bandera que pide “Justicia por Giovani” y el Bloque Antirracista Rosario que grita consignas y vincula lo que ocurrió con el adolescente rosarino, afrodescendiente y negro, con la discriminación. “Sin racismo nos queremos”, es la otra bandera de la manifestación. También acompañan referentes de organismos de derechos humanos locales y de comunidades migrantes, como la Asociación Civil de Tanzania.
Escrache en la comisaría
El recorrido sale por calle San Juan hasta Paraguay. Adelante, personal policial y municipal abren el paso y frenan el tránsito. Los familiares, amigos y militantes reparten a las personas que miran y a quienes esperan el colectivo en las esquinas un panfleto que difunde la recompensa de 10 millones de pesos a cambio de información sobre el caso.
Es una resolución del gobierno provincial que anunció días antes del aniversario y que, en sus argumentos, se contrapone a la versión inicial de las actuaciones policiales de que se trató de un suicidio. Se trata de una herramienta utilizada, en general, para buscar testigos o pruebas en casos de homicidio. Así lo entiende la familia y por eso lo considera una de las correcciones que el Estado hace, tarde, sobre la marcha, en este caso plagado de negligencias. Capas de desidias que se fueron acumulando en la investigación. La falta de evidencias de un suicidio tampoco genera pruebas de un homicidio.
“En Rosario algunas vidas valen más que otras”, dice uno de los carteles y algo de eso asoma en el origen de la causa. “Giovani vivía con su padre en un barrio marginal, era pobre y negro”, dice la madre con toda crudeza. Ella permitió hace años que su hijo viviera en la ciudad y no en Añatuya, Santiago del Estero, con ella porque él quería jugar al vóley y llegar a ser profesional. Acá tenía más chances de lograrlo.
Esa mezcla de incertidumbre y angustia, multiplicó las desconfianzas con el testigo, el agente federal bonaerense, con la Municipalidad por la falla en las cámaras, con la Fiscalía que investiga el caso y también con la Policía provincial. Eso explica un giro en el recorrido de la protesta de este viernes.
Vanesa y Desire, al frente de la columna de unas cien personas, doblan en calle Paraguay y frenan en la puerta de la comisaría segunda. Hay tres agentes parados en la puerta.
El grupo de músicos hace silencio. Vanesa toma un megáfono. “Esta es la comisaría actuante en el caso, desde acá salieron los primeros procedimientos. Esta comisaría segunda tomó la decisión de que mi hijo se había suicidado. Mi hijo no se suicidó, lo mataron”, dice sobre una actuación que en rigor empezó con dos agentes de la Motorizada y luego con el gabinete de criminalística de la PDI que, según afirmaron, cumplió los protocolos vigentes de actuación (como el cuerpo no presentaba heridas de armas de fuego ni blanca, no se recogieron rastros ni se hicieron estudios complementarios). Si fuese así, entonces los protocolos ameritan ser revisados.
La hermana, los compañeros y el centro
Domenica, una de las jóvenes del Bloque Antirracista, grita con furia, casi como un desgarro: “Giovaniiii”. Todos responden: “Presente”. “Hoyyyy”, interpela ella “y siempre”, completa el resto.
Los carteles, el candombe, los cuerpos negros que se abren paso por las calles céntricas despiertan la curiosidad de una ciudad que padece el calor del viernes a la tarde: dos mujeres salen a mirar desde el hospital Italiano de calle Mitre, también se asoman desde los locales de ropas y kioscos.
“Señor, señora, no sea indiferente”, grita el grupo central de la marcha que avanza hacia el río. “Ser un pibe afrodescendiente te puede costar la vida”, agrega otro cartel.
Trinidad, hermana de Giovani por el lado paterno (Desiré tiene otra pareja después de haberse separado de Vanesa hace años), levanta la camiseta de vóley charrúa del adolescente que falta. Ella hace con ese gesto que el grito de “Giovani presente” tome otra dimensión. A su lado, al frente de la bandera barredora, los compañeros de Central Córdoba. Están “Leonel” con el número 19 y “Salva” con la 2, entre otros.
La marcha cruza la peatonal Córdoba. Una mujer y dos chicos con bolsas de compras de ropa se detienen a mirar. También una pareja que toma algo en un bar y un hombre con una remera adidas color salmón y un perrito en sus brazos. Uno de los objetivos de esta movida se cumple: visibilizar el caso, pedir justicia y también que no vuelve a ocurrir. Para ser más claros: que una familia no vuelva a atravesar el dolor de no saber qué ocurrió con su hijo en una zona céntrica y repleta de cámaras. El acceso a la justicia, a la verdad, es un derecho (sea un homicidio, un suicidio o un accidente).
El lugar donde empezó todo
A las 19.40, la columna ingresa en la parte alta del Parque España. La percusión cesa. Vanesa vuelve a hablar, ya con menos fuerzas. Le da la espalda al río y a la barranca por dónde cayó (¿se tiró, lo tiraron?) su hijo. Agradece la compañía y el apoyo. Pide algo simple: “Que se sepa la verdad y que no se tape, y que no haya más Giovanis en Rosario”.
Se quiebra, la abraza Florencia Reybet, esposa de Bernardo Joseph, el presidente de la Asociación de Tanzania, un joven que llegó como polizón en un barco a los puertos de la región, igual que Desiré, hace 20 años. Comunidades migrantes que se sostienen y se apoyan. Algunos lloran.
Los une el pedido de justicia por este caso pero asoman reclamos de discriminación y de racismo. Quizás por eso, los huecos de una muerte sin certezas se llenan de dolores no escuchados.