El 8 de marzo de 2016, en el Día de la Mujer que tanto significaba para ella, Angélica Gorodischer recibió a Soledad Massin y a Rocío Baró, periodistas de Rosario3 y creadoras de Club de Lectura, en su casa de zona sur, donde todavía vivía con su esposo -falleció en 2020-. “Madre, ama de casa, esposa, abuela, suegra. Y además, escritora”, así se definió ese día Angélica Gorodischer, uno de los nombres destacados de la literatura latinoamericana contemporánea que este sábado pasó a la inmortalidad. 

En esa imperdible entrevista, Angélica aclaró que también era una ferviente lectora. “Para escribir hay que leer, leer y leer”, aconsejaba.

Bonaerense de nacimiento, rosarina por elección, buena parte de su tiempo se la pasó entre los libros de su casa del barrio Tiro Suizo, que con los hijos grandes –tuvo tres– eb ese entonces solo compartía con “Goro”, como cariñosamente llamaba a Sujer Gorodischer, su esposo y compañero durante más de 70 años.

En un rincón del jardín, Angélica tenía parte de su biblioteca. Aunque está al lado de la parrilla no parece haber oficiado jamás de quincho; las repisas cubren las cuatro paredes. Un escritorio grande, tres sillas, una mesa redonda y un sillón de dos cuerpos completan el mobiliario. Allí atesoraba el primer libro que leyó, “Capullo Rojo”; y ese que jamás lo hizo pero que, aseguraba, despertó su imaginación, “Colosos antiguos y modernos”.

Con 12 novelas publicadas y otras tantas antologías de cuentos, al momento de la entrevista, pulía su último libro, “Las nenas”.

Gorodischer siempre se involucró en las luchas de las diversidades de género y en el feminismo: “Algún estúpido alguna vez me dijo: ‘que bueno lo tuyo, por ser mujer, es estupendo’”, recordó y lamentaba que todavía se escuchen comentarios como esos.

Le gustaba leer autoras mujeres pero despreciaba –tanto como los libros de autoayuda– aquellas “señoras convencionales que escriben historias convencionales”.

“Si un texto no te toca, no te hace algo, no sirve”, advertía, e ilustraba: “No sos la misma después de leer a Simone de Beauvoir”.

Honoré de Balzac y Jorge Luis Borges, son dos de sus favoritos. Del francés, decía que su obra es “un curso de narrativa”; al argentino lo ponía “muy cerquita a Dios”.