La baldosa la golpeó de lleno. El impacto le rompió la cabeza a Ivana, del lado derecho de la cara. En el segundo que tardó en caer al asfalto, ya estaba muerta.

Cada vez que la ciudad de Rosario se detiene por un nuevo clásico entre Newell's y Central, una sola imagen se me clava en los pensamientos de manera persistente y solitaria. Yo tan ajena al fútbol, no es la de la formación que tendrá cada equipo, ni las camisetas que llevarán o los rituales que paralizan a la ciudad, sino la imagen de una piba a la que jamás conocí: Ivana Garcilazo. Su historia se ancló en mi memoria, ella está ahí bien adentro de mis pensamientos y muchas veces aparece en los días ordinarios cuando un eco de la ciudad me la recuerda. 

No me unía nada a ella: ni la misma edad, ni el haber transitado las mismas casas de estudios, ni siquiera la pasión por el fútbol. Sin embargo, siento que hay un lazo azaroso entre nosotras, más allá de que a las dos nos rompieron la cabeza en el centro de la misma ciudad. Zona que se supone menos violenta: para la mayoría, la violencia es un asunto de la periferia, una mancha que solo se atreve a tocar los barrios de nuestra ciudad. O eso es lo que nos han hecho creer.

A los 32 años, ella murió. A mis 32, escribo sobre ella mientras sigo luchando por justicia, a casi 9 años de aquel 27 de octubre donde un impacto brutal me dejó cuadripléjica y me forzó a enfrentar una feroz rehabilitación. Una botella de vino casi llena, arrojada desde un edificio, impactó de lleno en el centro de mi cabeza, yo estaba en la vereda del bar La Chamuyera con amigos y amigas. La botella se sintió como una bala de cristal: fracturó mi cráneo en mil pedazos y lesionó mi cerebro.

Daiana Travesani en 2017, un año después del botellazo que cayó sobre su cabeza (Archivo Rosario3)

Es inútil comparar nuestras historias, no tiene sentido, distan mucho una de la otra. Pero nos sucedió algo que en cierto punto es similar; a ella con una piedra asesina y a mi con un botellazo cobarde

Una piedra y una botella. Dos actos de violencia que nos marcaron para siempre. Pero no solo a nosotras, también marcaron a nuestras familias, a nuestro entorno y a la historia de Rosario. Abrieron aún más la herida social de nuestra ciudad ligada al recrudecimiento de la violencia que desde hace años se empezó a sentir cada vez más fuerte. 

Ambos sucesos, tanto el caso de Ivana como el mío, se tomaron como actos de violencia ligados a un impulso frente a un enojo incontrolable y se dejó por fuera el análisis de la violencia que enmarca este tipo de casos. Se les atribuyeron a locos o monstruos que un día se les ocurrió hacer esto y en realidad no fueron hechos aislados y ahí está el lazo o similitud entre nuestros casos. Ambos sucesos fueron el emergente de una sociedad que genera una serie de condiciones para que eso sea posible y una de esas condiciones es el no registro del otro, fundamentalmente. 

El argumento de la monstruosidad o la locura hace que se evite reconocer que hay una serie de condiciones objetivas, sociales y políticas que hacen emerger estos actos. Esta serie de condiciones van construyendo esta idea de que la alteridad o ese otro como par ya no existe como tal, entonces no me importa tanto que el otro sufra, que el otro pierda o que quede como quede o que tenga que pasarla mal o que muera. Ya no importa si mi actuar puede llegar a tener esas consecuencias porque ni siquiera está pensado en esos términos esa acción o como parte de un engranaje social y una cultura del odio. El mal es banal porque no proviene de un monstruo, sino de una persona común y corriente que no se preocupa por las consecuencias de su accionar.  

Foto: archivo Alana Monzón/Rosario3

A Ivana le robaron el futuro y a mí la tranquilidad. Hoy, cuando Ivana se me aparece en la mente, me pregunto si no es también una forma de mantenerla viva.

A Ivana la asesinaron el sábado 30 de septiembre del 2023. No había ningún control policial en la zona, pero sí muchos hinchas en la calle. Eran alrededor de las siete y media de la tarde. Ivana y su novio volvían en moto después del clásico entre Central y Newell's. Los canallas habían ganado 1 a 0. Cuando pasaron por la esquina de Ovidio Lagos y Montevideo tres personas les tiraron con piedras. Eran hinchas de Newell's. 

Los tres fueron imputados y los testigos identificaron a Damián Reifenstuel como el autor del piedrazo mortal. Él era profesor de Química, estuvo prófugo y fue arrestado en Bolivia. Los cómplices de la agresión fueron Ariel Cabrera, quien era Profesor de Educación Física y Juan José Massón, quién se dedicaba a la distribución de bolsas de polietileno junto a su padre. 

Desoladora imagen de la noche del 30 de septiembre de 2023, en la que asesinaron a Ivana Garcilazo (Archivo Alan Monzón/Rosario3)

El proceso de detención de los tres acusados por el crimen de Ivana, como consta en varias notas publicadas por Rosario3 pero nunca está de más recordar, se dio de la siguiente manera: 

-Ariel Cabrera fue detenido en fecha 12 de octubre de 2023 e imputado seis días después, disponiendo su prisión preventiva efectiva por el plazo de ley.

-Juan José Massón fue detenido el 26 de octubre de 2023 e imputado dos días después, disponiendo su prisión preventiva efectiva por el plazo de ley.

En relación a la última persona prófuga, el identificado Damián Reifenstuel, fue detenido por personal de Interpol en la localidad de Samaipata, Estado Plurinacional de Bolivia, el 25 de febrero de 2025, siendo imputado por el fiscal Lisandro Artacho el 4 de julio de este año, habiéndose dispuesto la prisión preventiva efectiva por el plazo de ley. 

Este 30 de septiembre se cumplen dos años de la muerte de Ivana, ya con los tres responsables condenados, la familia al fin puede hacer su duelo con más tranquilidad

En una entrevista con Rosario3, Silvina, hermana de Ivana, lanzó una frase cargada de simbolismo: “La gente nos escribe en señal de apoyo, muchos son de Newell's, porque esto no es un tema de colores. Los tres acusados no representan a su club, ellos son asesinos”. Y, tiene razón. Su frase nos obliga a detenernos. Es una interpelación directa a cada club y un llamado urgente a la reflexión para todas las hinchadas, tanto en Rosario como en el resto del país, para que revisen cómo canalizan sus emociones. ¿Cómo es posible que el enojo de una derrota o la euforia de un festejo se conviertan en una sentencia de muerte? Nadie debería pagar con su vida la pasión o el amor incondicional por una camiseta.

La emoción de los familiares de Ivana el día que fue capturado Damián Reifenstuel en Bolivia (Foto: archivo Rosario3)

Lo que le pasó a Ivana le podría haber sucedido a cualquiera. No es un hecho aislado, es el reflejo de una cultura que debemos desterrar. Tenemos que dejar de normalizar la violencia en el fútbol. Debemos analizar los cantos que incitan al odio y, sobre todo, terminar con la costumbre de hostigar a quien simplemente camina por la calle con los colores del equipo contrario.

Es necesario un cambio de fondo, una revisión de esos códigos no escritos que transforman la pasión por un club en agresión contra el rival. La rivalidad no puede ser una excusa para la agresión.

La escritora Daiana Travesani, en la actualidad