Fernando Vitale tiene 18 años y el frío en el mar helado del Atlántico sur se instaló en su cuerpo. Está en la cubierta del buque destructor Piedrabuena y busca sobrevivientes del crucero General Belgrano, hundido por los torpedos de un submarino inglés hace unas horas, en este domingo 2 de mayo de 1982. No ve nada y el barco se sacude por el temporal. Una ola de ocho metros lo moja hasta las rodillas cuando la nave se inclina de forma lateral hacia el agua. Los reflectores y las bengalas solo alumbran un oleaje denso y manchas de petróleo. Nadie responde a las bocinas del buque. Deberían estar ahí pero no hay rastros de los mil tripulantes del Belgrano ni de la pequeña ciudad flotante de hierro de 180 metros de largo.

"Es como ir siempre al Monumento y vas un día y no está mas", definirá Fernando 40 años después al recordar aquellas horas imborrables de su primera experiencia como suboficial electricista a bordo. En marzo de 1982, fue convocado para ir a una misión que sería, más tarde, la guerra.

Abril de 1982. Fernando Vitale en el Piedrabuena con 18 años (Gentileza FV).

Recién el lunes 3 de mayo, a la tarde, tras un día de búsqueda sin éxito, avistan las primeras balsas. Por su rol técnico, el joven electricista anda por todo el barco y le toca estar en el puente de comando cuando un oficial detecta en el radar los puntitos en el mar.

–¡Ahí están!

Son sus compañeros. La tormenta se los llevó a 100 kilómetros al sur del lugar donde el crucero se fondeó con más de 300 cuerpos. No saben cuántos pero hay sobrevivientes y todos en el Piedrabuena viven una segunda euforia. Diferente a la que sintieron el 2 de abril, cuando les anunciaron que Argentina había recuperado las Islas Malvinas. Fernando tiene amigos en el Belgrano. Piensa en ellos. Cuando empiezan las tareas de rescate busca sus caras.

 La tormenta desde el destructor Piedrabuena (Gentileza FV).

Pero nada es fácil en una guerra, con temperaturas bajo cero y una tempestad feroz. Mucho menos si la nave no está pensada para salvar vidas sino para quitarlas. El Piedrabuena es, justamente, un destructor con cañones y lanzatorpedos, con cinco metros de calado (altura) y no es sencillo levantar a esas personas del agua. Pero ahí están, flotando en el mar sobre unas balsas de emergencia, semicongelados, acurrucados para salvarse, los náufragos del Belgrano.

Montan redes sobre el agua. Improvisan una hamaca, que era usada para pintar el barco, como un sistema de auxilio. Un buzo se tira a ese infierno congelado para ayudar a quienes se caen de la balsa, incapacitados de agarrarse de nada porque sus brazos y piernas están entumecidos. Fernando es uno más de los 300 tripulantes del Piedrabuena que se entregan al salvataje: ayuda en el comedor, le da sus zapatillas a su amigo Mario Sosa (uno de los sobrevivientes) o tira de la soga con todas sus fuerzas.

Nunca podrá olvidar esa mano agarrada a la red sobre el agua y debajo de ella un cuerpo sumergido con varios grados bajo cero que no se soltaba de la vida. El buzo, con un equipo nada especial, se arrojó para sacarlo. Sobran héroes en esta historia pero ellos prefieren ceder esa palabra para recordar solo a los 323 que perdieron la vida. Los otros, 770, rescatados por tres buques distintos son ex combatientes o veteranos.

Fernando Vitale es padre de dos hijos de 22 y 13 años (Alan Monzón/Rosario3).

Entre esos héroes caídos hay uno muy particular: el cabo Felipe Santiago Gallo, 23 años, también rosarino. Su cuerpo no está entre los restos del crucero hundido el 2 de mayo por el submarino Conqueror. Descansa en el cementerio El Salvador y muy pocos, salvo su familia (tenía una esposa, un bebé de 9 meses, padres y hermanos), lo sabían hasta ahora, que se prepara un acto especial.

El Piedrabuena salvó a 278 personas en 18 balsas en varios días de rescate (Gentileza FV).

“Ese es Gallo, el rosarino”

 

Fernando renunció a la Armada en 1984. Fue víctima de la "desmalvinización" que sufrieron los ex combatientes. Como hizo con sus peores crímenes, la dictadura cívico militar pretendió enterrar el trauma de la guerra. La democracia naciente, esa sociedad, confundió olvido con sanación y él también quedó atrapado en esas redes durante muchos años.

Fue albañil, electricista, comerciante y se puso un negocio. Conoció a Mariela, su esposa, y ella lo empujó a acercarse, ya a fines de los 90, al Centro de Ex Combatientes de Rosario. La militancia le cambió la relación con ese pasado. No sabía cuánto necesitaba juntarse con otros pares a hablar, a compartir experiencias. Hasta que en 2018, el Senado de Santa Fe hizo un homenaje a los 51 héroes santafesinos de la guerra.

Faltaba encontrar a los familiares de un soldado: el cabo electricista Gallo. Nadie sabía nada de él. Ese apellido llevó a Fernando a una capa de su memoria que estaba dormida. Volvió a mayo de 1982, cuando era apenas un chico de 18. Revivió el momento en que un soldado mal herido, muy quemado, era trasladado en helicóptero desde el destructor Piedrabuena a un buque hospital y alguien le dijo:

–Ese es Gallo, el rosarino.

Fernando unió esos dos lazos de una misma historia y se propuso encontrar a los familiares. Gracias a una publicación en Facebook consiguió un dato y luego otro hasta que dio con Norma Gallo, la hermana de Felipe Santiago. La mujer le contó algo que él nunca había pensado: como el cabo falleció dos días después del ataque, fuera del crucero hundido, su cuerpo está enterrado en Rosario, en el cementerio El Salvador.

El electricista y suboficial retirado entregó el diploma de Gallo a su hermana pero sintió que podía hacer algo más. Le pidió visitar la tumba. Ese paso se demoró por la llegada de la pandemia y recién a principios de este año pudieron ir. Fue acompañado por Miguel Soto, otro ex combatiente que estuvo en el Belgrano y que también se sorprendió por la noticia. 

El crucero ARA General Belgrano fue hundido por dos torpedos del submarino inglés Conqueror (Gentileza FV). 

Miguel estaba en el barco cuando impactaron los dos torpedos. El primero fue a las 16.01 en la sala de máquinas, justo en el cambio de guardia. Encontró a Gallo, a quien conocía porque también era de Rosario, en estado de shock y lo llevó a la enfermería. No supo más de él hasta que Fernando lo llamó y fueron juntos a El Salvador.

“Llegar a ese nicho, en el subsuelo del cementerio, con un tubo fluorescente que se prende y apaga, un lugar olvidado. Si no es por la familia directa, nadie más lo sabe, y es un héroe de la patria que está descansando en Rosario y tendríamos que hacer algo”, recuerda Fernando de ese momento, a principios de este 2022.

El nombre de Felipe Gallo está plasmado en el Monumento a los Caídos en Malvinas en el Parque Nacional a la Bandera (Alan Monzón/Rosario3).

Entonces contactaron al secretario de Cultura de la Municipalidad, Dante Taparelli. Volvieron juntos a la tumba y el funcionario le pidió que lo acompañara. Fueron por una callecita interna y aparecieron los árboles, los tilos, dos ángeles y los mausoleos distinguidos que le parecieron hermosos.

–Este es el Paseo de los Ilustres y Felipe va a estar acá –le dijo Taparelli.

En diálogo con Rosario3, Fernando Vitale puede hablar de la propia experiencia de la guerra de corrido pero cuando menciona esas palabras, cuando se anima a hablar del "olvido", se quiebra. Le cuesta seguir. El olvido de los héroes de Malvinas le genera un sentimiento de una densidad difícil de transmitir. Flota una especie de culpa sobre quienes pudieron volver con vida y quienes no, y entonces deben sostener ese legado. "Es una responsabilidad y lo hago con mucho gusto", resume.

El cabo electricista Felipe Santiago Gallo (Cescem).

Fernando cierra los ojos y se esfuerza para seguir el hilo de la charla que lo lleva a reivindicar la soberanía sobre las islas, a lamentar la injusticia de tener que marchar para pedir cobertura médica, un eco de la desidia que permitió casi tantos veteranos suicidados como fallecidos en la guerra (fueron 650). Pero él también puede celebrar las charlas que da en las escuelas y conmueven a los más chicos o lo que se viene por estos 40 años.

Gallo es uno de los 13 caídos rosarinos de Malvinas. La mayoría de ellos murió en el General Belgrano. Los restos del cabo Daniel Esturel también fueron recuperados (falleció en una de las balsas) y fueron enterrados más tarde en Granadero Baigorria, junto a su familia.

En el caso de Gallo, será reubicado en el cementerio y pasará a integrar el Paseo de los Ilustres de El Salvador desde este 2 de mayo (iniciativa que fue aprobada por el Concejo en tiempo récord el pasado 9 de marzo). Habrá más homenajes, desde el 2 de abril hasta junio, y encuentros para aferrarse a la memoria viva, como aquella mano en la red.

El nicho 385 con los restos de Gallo en el subsuelo del cementerio (Gentileza FV). 
El héroe rosarino será trasladado al Paseo de los Ilustres de El Salvador (Gentileza FV). 

La charla completa con Fernando Vitale en el podcast "Desde la redacción" de Rosario3:

Escuchar "Desde la redacción" desde Spotify.