En la mayor alegría popular de los últimos tiempos, la conquista del campeonato de fútbol en Qatar la canción que unió a país (melodía del grupo La Mosca y letra de Fernando Romero) no demoraba en sus estrofas el recuerdo para los héroes. Fútbol, selección y Malvinas: "En Argentina nací, tierra del Diego y Lionel, de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré… Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar. Quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial".

La pelota, la celeste y blanca y el sudor deportivo cargaron una vez en sus espaldas la idea de la patria. No es raro, somos así. Aparece Malvinas como herida, dolor pero también orgullo para esos chicos que siendo chicos fueron guerreros.

Hace 41 años. El mundo hoy adulto era niño, joven o no había nacido. Sin embargo está claro que en la mayor alegría de los últimos tiempos deseamos realizar un homenaje a esos jóvenes que fueron puestos a cumplir una de las locuras más grandes: ir a pelear una guerra contra uno de los ejércitos más dotados del planeta.

En medio de nuevas trincheras, de otras guerras, el recurso del idioma bélico vuelve a acompañar al pensamiento argentino. El disenso: ese tormento político que se dispone a no acordar para arreglar los problemas de las mayorías. Pelean en los despachos y en los canales de tele con el cuero de ese 40 por ciento de pobreza que camina por las calles argentinas. No importa arreglar nada sino parecer que “lo estamos haciendo” o “lo voy a hacer”. Hay elecciones: todo vale.

Mueren niños en los barrios narcos o débiles frente a los palacios de la política, como sucedió esta semana con un bebé a metros de la Casa Rosada. Las penas serán siempre de los mismos, las vaquitas (que describía Yupanqui) de esa aristocracia política que tanto regó el discurso de Milei contra la “casta” y su privilegio.

En Buenos Aires debió morirse un bebé frente a la casa de Gobierno para que el mundo porteño observe a esa población que hace años vive en sus calles. No hay ciudad de la Argentina que tenga tanta gente viviendo y durmiendo en las calles. El porteño hace añares que camina con las gríngolas como parte de su equipaje (anteojeras que usan los caballos para solo mirar el camino). Buscarán responsables cuando hace años pasa. Niños que nacen y mueren en las trincheras de la calle, la pobreza y el abandono.

En esas mismas calles hay 900 mil personas que habilitadas por el Anmac tienen permiso para tener o portar armas. Ciudadanos que creen que por práctica deportiva, caza o inquietud personal necesitan de un arma de fuego cerca de sus manos.

En la temporada 2023 inauguramos un nuevo punto de discusión: libre tenencia civil y portación de armas. Cualquiera, cumpliendo requisitos, puede hoy comprar un arma y tenerla en su casa. Con medidas más exigentes el Estado también permite que un ciudadano (no miembro de las Fuerzas de Seguridad) pueda portar un arma cargada consigo. Basta con ingresar a www.argentina.gob.ar y buscar la solicitud correspondiente. Es fácil, una locura.

Sin embargo al diputado provincial Maximiliano Pullaro esta requisitoria le está siendo negada. Amenazado por las bandas narcocriminales el precandidato a gobernador le solicitó al Estado la renovación del permiso que supo tener cuando era Ministro de Seguridad de la provincia. Esta semana afirmó que el Gobierno la demora. Su argumento en la insistente solicitud es que no quiere utilizar custodia policial para transitar la campaña y que prefiere hacerse cargo él mismo de los inconvenientes que en temas de seguridad pueda tener.

Y el deseo prende. La idea del sheriff Berni contagia. En la provincia donde Gobierna con mayor expresión la Cámpora su Ministro de Seguridad se muestra como un hombre dispuesto, desde su cargo civil y político, a barrer el delito empuñando su propia arma. La misma idea tiene la precandidata a Presidente Patricia Bullrich o el precandidato a Gobernador de Milei en Tucumán, Ricardo Bussi.

Los proyectos de portación libre y legal de armas para la población civil están sobre la mesa. Si los delincuentes portan armas, y el Estado no tiene el monopolio de la fuerza para repeler el efecto del delito, que más queda que comprar cañones y apostarlos juntos a las macetas del ingreso a casa. Una lógica de locura y muerte sin fin.

Los ejemplos cotidianos abundan. La esposa de Néstor Ortigoza, el gran futbolista de San Lorenzo, Argentino Juniors y con paso en Central, lo mostró ayer en sus redes. En un curso de seguridad personal para mujeres dispuesta a su clase de tiro. Empuñando su arma y mirando fijo el blanco. Bang bang bang. Hojas muertas que caen. Cuanto sale tener una nueve milímetros en casa? Certificado de buena conducta y 200 mil pesos (con tramite incluido).

También en la tierra de los campeones mundiales que recuerdan a los pibes de Malvinas muchos piensan armarse para transitar estas guerras que la política no solo es incapaz de detener sino parece alentar.

En esta comarca hay una escuela clandestina de sicarios. Jóvenes que le enseñan a los pibes a usar armas. Cómo tirar a blancos fijos (edificios) o móviles (personas o vehículos). La justicia de Santa Fe nos ha contado en el último lustro como el sicariato se entrena con disciplina y herramientas a granel. Armas y balas nunca faltaron.

Estos chicos de esta guerra ponen en agenda la loca idea de comprar y tener armas como si fuese un electrodoméstico para combatirlos. Una guerra interna entre civiles. Psiquiatría política para un problema que ningún cínico podrá arreglar con “escarpines” ni falsos “superhéroes de crochet”. Por más que las ventanillas de la política sean generosas con ese pago. Defender y alentar a la escuela, al trabajo de los padres de sus alumnos y el bienestar general que clama el preámbulo de nuestra constitución.

Siempre queda la idea Malvinas como el golpeteo de nuestro corazón nacional. Como la Scaloneta, Kempes, el Pato Fillol y el Diego flameando sus alas del ángel que nunca fue. Un deseo colectivo donde el dolor, la melancolía y el abandono nos unen en búsqueda del abrazo. Pero ahora bajen las armas hijos de puta. Acá hay pibes. Siempre habrá pibes.