Abogada y docente, Gloria Casañas es, quizás, más conocida por sus novelas históricas que se han convertido en best sellers desde La maestra de la laguna, que cuenta la historia de, justamente, una maestra norteamericana oriunda de Massachussets que Domingo Sarmiento trae a una Argentina todavía brava. 

Esa primera historia y aquel estado nortemericano, serán como una suerte de guía en la carrera de Casañas, cuya última entrega está situada en la selva misionera, Corazón de amazonita: el peligro de amar en el salvaje Iguazú.

En el podio con otras grandes plumas del género como Florencia Canale –que también pasó por el Club de Lectura– y Florencia Bonelli, para la autora de Y Porá, estas historias gustan tanto porque acercan a la historia desde su costado más humano. 

Sin embargo, sus intereses no se limitan a los documentos viejos y las cartas amarilleadas: se reconoce "comiquera vieja". Adelantamos la pregunta del final, pero no la repuesta: ¿Batman o Superman?

Y te dejamos el link a la nota en podcast acá.

–¿Tenés un interés personal con Misiones?

Yo conozco Misiones, viajé a las Cataratas, paseé mucho por esa zona, tengo amigos misioneros, pero acá venía como anillo al dedo por el tema del yaguareté y por la característica del personaje. De todas maneras, la selva siempre fue en la literatura para mí como un personaje propio, la selva es protagonista también de las historias que transcurren en la selva porque tiene tanta fuerza la naturaleza ahí. Y es paradójico porque tiene fuerza y a la vez es frágil.

Es muy fácil de desequilibrar el sistema selvático porque está muy entrelazado. Así como las vemos entrelazada la flora, de esa misma manera toda la vida en la selva está tan entrelazada que basta que se altere una para que todo lo demás también se desmorone, por eso es un sistema que hay que proteger con mucho ahínco, hay que cuidar mucho.

–Hablamos de ese equilibrio de la selva, y pienso en vos y en tu oficio de novelista, pero también de docente y de abogada. ¿Cómo mantenés tu equilibrio?

Sí, son dos ocasiones paralelas porque yo tanto amo escribir como enseñar, y lo sigo haciendo por eso, porque me gusta, siento placer enseñando. Eso no me causa dificultades. Voy parejo con las dos y en las dos, me siento cómoda y lo puedo resolver.

A mí lo que se me viene encima es la tarea doméstica, es decir, la casa y todas las eventualidades que surgen del hogar, de los compromisos, de las situaciones, eso sí, porque está en un terreno en el que yo no soy muy práctica, entonces me resulta más dificultoso. Lo demás, no, si yo tengo que ocuparme simultáneamente de tomar examen, de corregirlos y de escribir y de investigar eso forma parte de algo a lo que estoy muy acostumbrada desde siempre. Entonces no, ahí no tengo dificultad, pero las demás cosas sí. Yo necesitaría que me hicieran todo. Es un anhelo.

–¿Y qué sentís que tenés más resuelto como escritora?

La novela histórica me gusta y me siento muy, muy tranquila porque me gusta la historia. Mi cátedra en la facultad de Derecho es Historia del derecho argentino, y tengo el método para investigar, tengo la costumbre de hacerlo y la novela histórica me resulta sencilla en ese sentido.

Es decir, yo sé que es ficción porque mis personajes son ficticios, pero a la vez los hechos son reales y hay personajes reales también involucrados, así que la investigación es rigurosa, pero como forma parte de lo que acostumbro hacer, me siento cómoda.

En la novela contemporánea –que me gusta, pero me gusta situarla en estos ambientes donde también a mí me gusta estar, que son más bien de la naturaleza salvaje– hay que tener mucho cuidado con el lenguaje, que es distinto al de la novela histórica, y con costumbres, giros y modales que ya se han perdido y que uno no los puede introducir porque quedarían un poco anacrónicos. Del mismo modo, en la novela histórica tampoco puede introducir giros del lenguaje o pensamientos de esta época que en aquel momento no eran corrientes. Ahí sí, hay que separar las aguas y compenetrarse mucho de la novela que se está escribiendo. Empaparse de esa historia, olvidarse de todas las demás, que es un trabajito también al empezar a escribir algo nuevo: olvidarse de todo lo anterior, dejarlo afuera.

–Y al escribir novela histórica, ¿dónde te das más licencia? 

No hago muchas concesiones, vos sabés. En realidad soy muy estricta con eso, solo la libertad de los personajes de ficción, eso sí, porque yo ahí puedo crear un personaje que sea audaz, que haga cosas que en la época quizás no era común que hiciera una mujer, por poner un ejemplo. Pero esa mujer que yo construí, no es corriente, no es común, no es una mujer ordinaria.

Me acuerdo que una vez en La maestra de la laguna había una escena en la que Elizabeth O'connor que era una de las maestras que Sarmiento había traído a la Argentina, corría por el arenal. Corría bueno, caminaba, pero estaba apurada. Y una lectora me preguntó, hizo el cálculo, “pero estaba embarazada de tantos meses, ¿cómo pudo hacer eso?”. Y yo digo, porque no era una mujer común y corriente, por eso lo pudo hacer. Pero sale de uno, ese personaje sale de uno y uno le atribuye esas cualidades, esas posibilidades. Después en todo lo demás, no.

Si yo tengo que hacer a Sarmiento, Sarmiento habla como era él o como sabemos que él era a través de las biografías, de la autobiografía también. Ahí sí soy estricta y me gusta eso también. Me gusta hacer una suerte de, no es mezcla, sino combinación entre lo ficticio que es una libertad total y lo histórico que es riguroso. Eso me gusta mucho.

–¿La ficción te ayuda a veces a rellenar las lagunas históricas?

Lo que pasa es que hay cosas que no se saben con exactitud, o no se saben directamente porque han transcurrido puertas adentro. Yo los conozco a los dos a Daniel (Balmaceda) y a Florcita (Canale) y yo sé que ellos escriben con meticulosidad sobre cosas íntimas. Y bueno, esas cosas íntimas no se saben, no se saben. Incluso, en lo más íntimo que puede haber que es una carta, la carta también puede decir lo que el que escribe quiere que se crea que pasó o que siente, entonces también es un poco subjetivo.

Sí, la novela te admite licencias de todo tipo, siempre es una novela. Eso también me gusta que lo consideren porque no es un ensayo, no es una crónica, es una novela y si bien, yo tengo este prurito de respetar los datos históricos y también el pensamiento de la época, hay libertad. Yo podría hacer lo que quisiera. Si no soy más audaz en hacer cosas que nos pasaron es porque no quiero, pero en realidad yo puedo hacer lo que quiero. La novela es libertad absoluta, no hay un corset para escribirla.

–¿Por qué creés que que gustan tanto este tipo de novelas, las novelas históricas o ficciones situadas en momentos que sí ocurrieron?

Yo creo que a toda la gente le gusta la historia, aunque no lo crean, aunque no se den cuenta, porque es lo más humano que hay. El protagonista absoluto de la historia es el ser humano. A todos les interesa, lo que pasa es que no todos tienen ganas de estudiarla o de leerla de forma académica, o de leer documentos, de interpretar documentos. Eso es un trabajo muy arduo. Entonces, la novela es un puente para conocer la historia de una manera amena y de la mano de los personajes, porque no hay nada más lindo que uno sentirse dentro de la historia, que la forma en que se desenvuelven los acontecimientos sea grata, sea como “no me doy cuenta, y estoy aprendiendo esto”. Entonces, es normal que atraiga, creo.

Y tenía un prejuicio de cuando estaba en el colegio secundario, como a nadie le gustaba la historia aparentemente, cuando yo empecé a publicar, no sabía bien cómo iba a ser recibida una novela histórica. La primera que publiqué histórica fue La maestra de la laguna y me sorprendió, pero agradablemente que la gente quisiera más de esto: “Yo sé de un episodio que ocurrió en tal lugar, ¿por qué no lo escribís?”. Quiere decir: están deseando saber historia, pero claro, no tienen por qué hacerlo de la manera académica, no tienen por qué ponerse a estudiar historia de un libro tradicional, de un libro académico porque para eso están los catedráticos que se ocupan. Uno quiere saber historia y quiere disfrutarla. Me parece que la novela es eso: te permite disfrutar de la historia.

–¿Tu interés por la historia, lo podés identificar con algún momento en especial de tu vida?


A mi me nació un interés muy grande por la historia precolombina, por ejemplo en el secundario con una profesora que tuve que nos dio una visión mucho más profunda de la vida de los pueblos precolombinos de la que hubiéramos tenido con cualquier otro profesor, o simplemente con el libro de cabecera. Yo aprendí con ella a profundizar un tema y a tomar apuntes porque además nos obligaba a anotar todo lo que ella iba diciendo sin detenerse. “Esto les va a servir en algún momento”. Y la verdad que sí, porque tomar apuntes al vuelo es muy necesario, así que yo le agradezco a ella que se llamaba Pagura porque me abrió un poco el panorama.

En mi casa se leía mucho historia, a mi papá siempre le gustó y tenía muchos libros. Y bueno, yo estudié la historia como estudiamos siempre: lo que nos hacen estudiar; pero el interés se despierta cuando un profesor toca justo la fibra que a uno lo moviliza. Por eso es tan importante el profesor, ¿no?, para la elección de una vocación.

–¿Y cuál fue la historia que más disfrutaste escribir, que más te enganchó, que investigaste más?

Es difícil decir eso porque la investigación depende a veces del conocimiento previo que yo tenga. Si hay novelas que transcurren en una época en la que yo ya profundicé por otras razones o porque en mis clases tuve oportunidad de saber cosas, es más fácil llevar adelante esa novela, otras no. Por ejemplo, Y Porá (Amor y guerra bajo el sol guaraní), que transcurre durante la guerra del Paraguay, es una novela que a mí me exigió una lectura frondosa, no de determinados autores, de una multiplicidad de autores porque yo no pretendía tomar partido en esa novela. El tema de la guerra del Paraguay sigue siendo un tema candente.

Yo quería que la contaran los personajes, que la vivieran los personajes. Entonces, tenía varias campanas delante mío para leer y me di cuenta que no eran dos campanas, eran hasta tres. Y si nos descuidamos puede haber otra. Justo cuando salió publicada Y Porá, a los pocos meses hubo un congreso sobre la Guerra de la Triple Alianza en Brasil donde aparecieron nuevas ponencias sobre este tema, así que miren si será un tema candente. Bueno, esa novela a mí me exigió mucho estudio, pero mucho estudio en el sentido de mucha lectura. Una profundización muy grande. Y a la vez, conservar, que ese fue también el desafío, conservar la ficción, que no pareciera un relato histórico, sino que siguiera siendo la novela que yo quería.

–¿Tenés siempre en la cabeza la historia de principio a fin antes de ponerte a escribir?

No, tengo una idea general. Tengo una idea clara de lo que quiero hacer, de los conflictos que pueden aparecer, de los ejes podríamos decir de la novela, y de los personajes de primera intención, los principales, los secundarios o terciarios van apareciendo mientras yo escribo y mientras leo también.

Tengo claro qué tipo de historia quiero contar, dónde la voy a situar y qué conflictos serían el eje o el corazón de la historia. Pero no la tengo escrita en la cabeza de pies a cabeza, ni tampoco tengo... Hay algunos autores que escriben los finales primero. Yo la novela la vivo mientras la escribo. La vivo paralelamente al que la lee también.

–¿Imaginaste todo lo que se iba a generar desde la publicación de tu primera novela? ¿La invitación a dar clases en Massachussets, por ejemplo?

Eso fue completamente inesperado, insólito para mí y lo agradezco mucho porque La maestra de la laguna es como si fuera el hada madrina de mis novelas porque fue la que me abrió todas las puertas. Hasta el día de hoy siguen apareciendo cosas vinculadas con La maestra de la laguna.

No, yo no me imaginaba nada de esto porque... yo escribo desde muy chica, y yo escribía y no mostraba nada, entonces en realidad yo no pretendía que me leyeran. Y por supuesto no, no pensé nunca que si algún día alguien me leía después iba a tener esta oportunidad de seguir publicando con regularidad, no, no. Y la primera publicación fue un poco azarosa también, fue un poco fruto de la casualidad, así que no, nunca me imaginé que yo que iba a tener una suerte de carrera de escritora, simplemente escribía. Escribía por gusto para mí misma y no mostraba nada de lo que escribía.

–¿Por qué azorosa aquella primera publicación? ¿Y, cómo surgió la experiencia Massachusetts?

Eso fue un semestre de clases, dos cursos, un curso de graduados y otro de posgrado porque ahí lo que ocurrió fue una coincidencia mágica: la Universidad de Framingham, había sido una Escuela Normal en su momento. De esa Escuela Normal de aquel momento, habían salido cuatro maestras de las que Sarmiento trajo a la Argentina, entonces cuando cumplieron un aniversario hicieron una suerte de jubileo y quisieron armar unas vitrinas con recuerdos de aquella época y fueron al sótano a buscar cosas.

Yo me enteré, porque me lo contaron después, que habían encontrado fotos y en una de ellas estaba Sarmiento. Claro, la mayoría de las personas que estaban haciendo ese trabajo no lo conocían, pero había una persona que era de Argentina que estaba trabajando en la universidad y dijo, “¿pero qué hace acá Sarmiento?”. Entonces, buscando, investigando en Google dio con La maestra de la laguna y con la historia de Sarmiento y las maestras norteamericanas. Me conectó y me preguntó, como formaba parte del Jubileo que invitaran a profesores de otros lados para que trataran temas determinados, me preguntó si estaba dispuesta a viajar y dictar clases durante un semestre.

Yo al principio también me quedé un poco perpleja y abrumada porque para mí significaba pedir licencia en la facultad, dejar a mi familia, que en ese momento los chicos eran más chicos. Lo consulté acá en casa y todos estuvieron de acuerdo en que era una linda oportunidad y que todos se iban a arreglar, y dije que sí. Fue el semestre del otoño norteamericano que es muy lindo y también pasó otra cosa mágica estando ahí. Estaba empezando a escribir una historia y se ve que el entorno a mí me me motivó, me inspiró y me vino la cabeza la historia de La salvaje de Boston.

Con mucha fuerza se aparecía el personaje de Livia Cañumil, que había sido una nenita en La maestra de la laguna, y no me lo podía sacar de la cabeza y además todo el entorno mío boscoso, estamos muy cercana de Boston, había ido muchas veces, me estaba dictando que ahí es donde tenía que situar a ese personaje tan particular y le dije a mi editora “mirá, esta historia se me viene encima, tiene tanta fuerza que no... “. “Adelante, adelante”, me dijo. Así que La salvaje de Boston nace también de esa visita a Massachusetts, aunque se publicó después.

–¿Cómo te llevas con las críticas?

Las críticas son difíciles de encajar. Uno quiere que a los demás les guste todo lo que uno hace y si hay alguna crítica... a veces si se refiere a los personajes, por ejemplo, que no les gusta lo que hicieron, un acto, una expresión que tuvieron, yo siento que una sale a defenderlos. En realidad, no debería ser así porque primero que son personajes y después que, en realidad, cada persona lee de acuerdo a lo que siente interiormente o a la vivencia que está pasando en ese momento, entonces es lógico que haya diferencias de opinión y sentimientos diversos sobre lo que se está leyendo.

No les voy a decir que no me interesan o que las tomo con filosofía porque a veces hay cosas que a uno no le caen bien pero si son respetuosas, en el sentido que me confían lo que les está pasando, y por qué tal cosa no les gustó, yo respondo bien, respondo explicando y comentando y preguntando también. Porque además, después evaluando, lo pienso, es muy valioso que las personas se sientan motivadas para poder preguntar o criticar o exigir o reprochar. Pienso que es valioso, quiere decir que la novela ha pegado, les ha pegado hondo.

–¿Qué te gusta leer a vos? Más allá de la investigación académica para tu rol docente o de escritora.

Se lee poco ahora, en comparación con lo que uno leía antes de publicar en forma regular y bajo contrato. Se lee menos porque todo lo que uno lee siempre tiene alguna intención, se lee para algo.

A mí siempre me gustó la novela, la novela siempre fue mi máximo anhelo, para escribir también. Yo quería escribir novelas. Pero hay un género que me gusta mucho, y en una época hacía acopio de esas antologías, los cuentos. Los cuentos me encantan. Yo escribo cuentos también. El cuento corto. En este momento no estoy leyendo nada muy concreto, estoy leyendo un poco de cada cosa, pero se me ocurrió empezar a releer cosas viejas, que eso también es una cosa que me gusta mucho...

–¿Por ejemplo?

Más que nada cosas que recuerdo haber leído que me movilizaron en otro momento. Por ejemplo, hay un libro que yo no sé cómo di yo con ese libro. Es el libro de René Barjavel, no sé si es muy conocido el libro, La noche de los tiempos.

Es una novela de ciencia ficción pero una ciencia ficción muy rara, bastante erótica también. Di con eso de casualidad, no sé si me la regalaron o la encontré, de eso no me acuerdo porque fue hace mucho tiempo, y quería saber si yo sentía lo mismo leyendola ahora que en aquel momento. Porque uno tiene recuerdos de lo que lee y eso quedó adentro de uno: uno queda impregnado de lo que lee, pero a lo mejor si lo leemos mucho tiempo después, no tenemos la misma visión. Un poco de temor me da eso.

Por ejemplo, yo leí mucho sobre Louisa May Alcott para escribir En el huerto de las mujercitas, que es una novela homenaje a ella en realidad. Y yo viajé para conocer el lugar donde había vivido, la casa en que habían estado la familia Alcott y tenía que leer de nuevo Mujercitas, y leí una versión completa que sacó mi editorial Penguin Random House. Y yo dije “ay, tengo miedo que esta novela tan amada y tan leída a lo largo de toda mi vida, no me emocione como en aquel momento”. La leí con un poco de temor.

Y no, al leerla completa, lo que realmente escribió Louisa May Alcott, sin estar simplificada, ni edulcorada como en las ediciones que se hacían para niños y jóvenes, me produjo la misma emoción y me alegré mucho. Quiere decir que realmente es un clásico, es una novela que va a perdurar siempre. Y lo que Louisa May Alcott escribió trasluce el pensamiento de ella, aunque sea una novela que parezca doméstica, hay pensamientos profundos debajo de esa trama. Y me encantó haberlo descubierto ahora en la adultez.

–Volviendo a los cuentos, ¿qué autores te gustan?

Me gustan mucho los cuentos de (Jorge Luis) Borges, por ejemplo, los de Adolfo Bioy Casares, los de Silvina Ocampo que son un poco más raros. Roberto Arlt, me gustan los de Horacio Quiroga. Me gusta mucho el cuento absurdo. El absurdo de lo cotidiano, cuando en las cosas cotidianas uno pesca que hay algo grotesco, absurdo, me encanta. Que eso aparezca en un relato me gusta mucho.

–¿Te siguen gustando los cómics?

Soy comiquera vieja, sí. Yo leí desde muy chica a los superhéroes, todos, la Liga de la Justicia. Las historietas que en aquel momento venían desde México creo yo traducidas. Para mí tener esas historietas... las tengo todavía, están como papiros egipcios, se están como desmembrando. Para mi esas historietas eran el alimento cotidiano porque las leía, las releía, las sabía de memoria.

Después yo introduje a mi hijo mayor, el varón, en la lectura de las historietas y avanzamos más con él, porque él se convirtió en un fan también, y entonces iba en la búsqueda de la verdadera historia de Batman, por ejemplo. E íbamos con él a ver las películas de Tim Burton, las analizábamos después: ¿cuál es la que capta mejor la esencia? Seguí con él avanzando en eso y también me gustan mucho las de Editorial Columba, sobre todo algunas tiras gauchescas que me encantan. También las que son policiales.

Una vez me robaron toda la colección que tenía yo en Mar de Plata. No sé quién pudo haber robado todo eso. Para mí fue una pérdida terrible, porque yo también las releía, me las llevaba en una mochilita. Tengo pasión por la historieta y me gustaría mucho poder dibujarlas. Me gustaría mucho poder ilustrar, es un deseo que tengo porque hay que aprender eso, salvo que uno esté dotado, se aprende a ilustrar de un modo determinado. Eso me encantaría.

–Para cerrar, te iba a preguntar a qué tiempo histórico o a qué personaje histórico te gustaría conocer, pero ahora en realidad quiero preguntarte: ¿qué superhéroe te gustaría conocer?

No sé qué dirán los lectores, pero yo tenía la eterna dicotomía o oscilaba entre Superman y Batman, siempre. Y después con el tiempo me fui quedando más con Batman, por esta suerte de oscuridad tormentosa que lo acecha siempre, la Baticueva, la historia de su vida... Bueno, la historia de Superman también, pobre, porque él viene de otro lado y tiene que lidiar con los superpoderes en un lugar donde no puede ser conocido por eso. Pero siempre estuve entre uno y otro.