De chica, empezó leyendo ciencia ficció. y cuentos clásicos rioplatenses. Issac Asimov, Úrsula K. LeGuin, Julio Cortázar y Silvina Ocampo, entre otros, forman parte de ese sedimento sobre el que construyó luego su propia literatura, que comenzó como remedio a su propia extranjería, una rosarina en España. Para Valeria Correa Fiz, la literatura viene de la literatura. 

Con el tiempo, y los viajes –ahora vive en Madrid, pero vivó en Miami y en Milán, de la que conserva una suave musiquita italiana al hablar–, sumó lecturas, algunas impensadas de otro modo. En Miami conoció a Kelly Link y en Milán a Hanif Kureishi, antes de que sea mundialmente famoso.

Entre sus imprescindibles están Ítalo Calvino y Fernando Pessoa. Pero aún del otro lado del océano se preocupa por estar al tanto de lo que se publica acá; el rosarino Marcelo Scalona hace las veces de curador. 

–En tu último libro, Hubo un jardín, hay un cuento que está situado en una esquina muy conocida, céntrica, Tucumán y Balcarce y estando hace tanto tiempo fuera de la ciudad, ¿qué significa Rosario para vos hoy?

 

–Hice este libro en pandemia. Viajo todos los años a Rosario, y de repente la pandemia nos inmovilizó a todos, entonces casi te diría que involuntariamente me fui dando cuenta que escribí un montón de cuentos que tenían que ver con Argentina en general, pero con Rosario particularmente. Y de alguna manera creo que recreé un poco esa Rosario que yo no podía visitar, en el papel. Es el Rosario de mi adolescencia porque yo vivía en casa de mis padres, en Tucumán y Paraguay, iba al Superior de Comercio, entonces me volvía caminando y siempre pasaba por esa esquina. Y ya después en la universidad frecuenté un montón de veces el bar (por entonces bar Del mar), viernes, sábados a la noche. Entonces es un paisaje que para mí me es cercanísimo a pesar de la distancia.

–Pienso en el cuento Donde mueren las perras y en el parque España. ¿Cómo te llega esta historia? ¿Te llegó estando justamente en Rosario o estabas en alguna otra parte del mundo?

 

–Fue muy curioso porque leí una crónica sobre los perros que se tiraban al vacío por esa zona hace muchísimos años; creo que incluso hace 20 años, mientras vivía en Miami. No recuerdo la fecha exacta de cuando leí esa crónica, que creo fue de la revista Etiqueta negra, que es una revista peruana de crónicas. Son esas cosas que te quedan en la cabeza. Luego muchísimos años más tarde, caminando por el parque España y toda esa zona vi los carteles.

La génesis de una historia es extrañísima porque hay cosas que te llaman la atención e inmediatamente se convierten en un poema, en una pieza narrativa y otras veces como que tarda mucho en sedimentar. Y en encontrar la voz y el camino. Aunque los emplazamientos son verdaderos, las historias son de ficción, sacando algún detallito, como que los perros se tiran o la otra historia que mencionaban en la esquina de Balcarce y Tucumán.

–Viviste en Argentina, Estados Unidos, Italia y España, ¿hay un lenguaje, voz o estilo que te identifique más?

 

–Yo creo que un escritor, una escritora no es solamente inventor de un mundo de ficción, sino un creador de lenguaje también. Entonces cuando la crítica dice que este libro es un libro muy argentino para mí es un honor porque yo trabajé para que este libro fuera muy argentino.

Yo hace muchos años que vivo afuera, naturalmente estoy, podríamos decir "contaminada" de todos los castellanos que hay en Madrid, porque en Madrid no hay solamente el castellano de la meseta, sino el andaluz, el castellano con influencia de catalán... pero además Madrid es una especie de Babel latinoamericana. Entonces uno está como muy contaminado, muy como si uno fuera una membrana y te atraviesa el lenguaje de distintas maneras.

Pero contestanto puntualmente a tu pregunta, yo creo que uno es un inventor de lenguaje. Y entonces si vos vas a hacer un libro como Hubo un jardín que son siete historias, las siete ubicadas en Argentina salvo una, que está ubicada aquí en el parque del Retiro Madrid pero la protagonista es rosarina, tiene que sonar argentino. Yo no sé si es específicamente argentino, pero mi ambición era que sonara argentino y que sonará más o menos un argentino que nos es contemporáneo; no como el argentino que podría usar (Juan José) Saer o (Julio) Cortázar, sino un argentino de hoy. Eso es parte también del trabajo, del oficio de escribir.

La condición animal es un poco más Atlas, hay cuentos que pasan en Miami, cuentos que pasan en en otros lugares y también tienen un castellano recreado. Hay un personaje que es cubano y vive en Miami, entonces habla como en un cubano mezclado con el inglés, un “cubanglish”. A mí me divierte muchísimo. La oportunidad que te da la escritura, esa especie de esquizofrenia controlada, de convertirte por un rato en un hombre de 60 años de Cuba y en otro momento en una chica adolescente rosarina, es un mundo donde uno ingresa y que francamente a mí me divierte mucho.

–¿Y cómo construís esa “esquizofrenia”? ¿A esos personajes?

 


–Yo doy clases de escritura y siempre les digo a mis alumnos que un escritor, una escritora, es un arqueólogo de sí mismo. Uno trabaja un montón con su memoria que es una memoria construida de manera personal, con tus sentimientos, con tus emociones, pero también es una memoria extendida: con lo que vos viste que hizo tu vecino, con la manera de moverse de tu panadera... Realmente se trata de eso: colocarse como un actor o una actriz, pero fuera del escenario. Te vas colocando en papeles. Eso que llamamos ficción es una memoria mezclada, una memoria fracturada y conformada en un nuevo rompecabezas.

–¿Cómo fue dar el paso a dedicarte a la literatura?

 

–Es muy azaroso. Yo siempre digo que si me hubiera quedado en Argentina yo creo que nunca hubiera escrito porque de alguna manera, una de las cosas probablemente más difíciles de la extranjería tienen que ver con que vos te estás relacionando con gente que no tiene para nada tu mismo contexto. Hay un montón de cosas que no las decís porque para hacer la broma tenes que explicar un montón y te vas callando porque sabes que los demás no participan ni de ese lenguaje, ni de esas circunstancias vitales, ni de ese contexto.

Creo que todo ese sedimento silenciado fue lo que dio lugar a la escritura. Todo eso que que se reprimió de manera consciente en la comunicación con los demás devino una forma de escribir.

No me reconozco como una enorme lectora, eso sí, siempre para mí la literatura fue una fuente de gozo y de placer y uno de mis hobbies principales.

–¿Y cuáles son tus autores principales?

 

–Eso es dificilísimo porque va cambiando. Yo empecé leyendo ciencia ficción, muchísima ciencia ficción. En Argentina cuando yo tenía unos 13, 14 años salió una colección de esas que venden en los kioscos, una biblioteca de ciencia ficción. Me acuerdo que mi abuelo me regaló el primer libro y me encantó. Era un género que yo no conocía y empecé a leer los clásicos de la ciencia ficción: (Isaac) Asimov, Úrsula K LeGuin...

También leía mucho cuento porque por lo menos cuando yo iba al cole en el área de Literatura, que no sé si la materia se llamará igual, nos daban un montón de cuentos (Jorge Luis) Borges, de (Julio) Cortázar, de Silvina Ocampo, de (Horacio) Quiroga, toda esa literatura canónica del cuento rioplatense.

Esos son los inicios de mis lecturas, pero son como ríos que se bifurcan y se van abriendo. También el hecho de haber vivido en muchos países te abre nuevos horizontes de lectura.

Hoy poy hoy, dos autores a los que sí que vuelvo siempre son Ítalo Calvino, un autor muy versátil, con una dosis de imaginación brutal y me gusta mucho también la poesía del portugués Fernando Pessoa. Esas son obras que yo siempre tengo cercanas.

Pero, por ejemplo, últimamente me gusta mucho la literatura de un autora inglesa que es Angela Carter que ya está muerta que ha hecho toda una revolución en la escritura de los cuentos de hadas.

–Vos que viviste en distintos lugares, ¿hubo algún autor que descubriste que te sorprendió?

 

–Sí, por ejemplo una autora que yo creo que es poquito conocida en Argentina, yo conocí en Miami, se llama Kelly Link, es cuentista básicamente. Por lo menos aquí en España está traducida, pero la gente casi no la conoce, te diría y la conocí porque vivía en Miami. Son esos autores que uno lee porque te los cruzás.

Cuando vivía en Milán tuve la oportunidad de ver muchas veces a Umberto Eco en conferencias y en charlas. No fue un descubrimiento para mí porque Eco ya era mundialmente conocido, pero sí, por ejemplo, a Hanif Kureishi el autor inglés de origen pakistaní. A Kureishi lo vi también en un evento en Milán y empecé a leerlo y la verdad que fue un descubrimiento. Ahora él es mundialmente famoso, pero yo te hablo de muchos años atrás.

Creo que francamente ahora con la difusión que tiene la literatura a través de las redes sociales, no te hace falta viajar para descubrir nuevas voces, sino simplemente tener curiosidad.

–¿Y de Argentina qué autores te vienen en mente, incluso de Rosario?

 

Marcelo Scalona es mi referente de qué está pasando en Rosario y por supuesto también lo leo a él y sigo sus recomendaciones. Y en Argentina en general, tengo una muy buena amiga que es Agustina Bazterrica, Premio Clarín de Novela y una excelente escritora. Las dos trabajábamos en un estudio jurídico y finalmente muchísimos años más tarde las dos terminamos escribiendo. Entonces Agustina también es para mí una gran recomendadora de libros.

Pero de la literatura argentina sí te diría que estoy muy al tanto porque me preocupo por estar al tanto y porque la verdad los autores argentinos son súper apreciados en España, desde grandes nombres como pueden ser Mariana Enriquez o Federico Falco, solo por nombrar dos, a autores que están en editoriales más pequeñas que también llegan aquí. En general la literatura argentina es muy prestigiosa.

–¿Cuáles son tus temas? ¿Esos que te interesan escribir o leer?

 

–Está bien eso que decís, que te interesa escribir o leer, porque yo creo que de alguna manera la literatura viene de la literatura, por supuesto que atravesada por tu vida, atravesada por un montón de circunstancias fortuitas que a veces ni el propio escritor acierta nombrar, pero sí que viene de la literatura y es un mismo universo. Un escritor, una escritora, un lector, una lectora conforman una misma mirada.

El tema central probablemente de lo que yo escribo, tanto en narrativa, como en poesía, tiene que ver con el mal. La génesis del mal, las consecuencias del mal, dónde está el mal, este enorme catálogo que somos capaces los humanos de ensanchar porque siempre nos estamos inventando nuevos males.

Empezamos con un mal de tú a tú, o de vos a vos, ese daño físico que nos podemos hacer y hemos llegado a guerras, que ya son daños a escala, y hemos llegado al daño ecológico que no es solamente un daño a escala de modo espacial sino que lo es de manera temporal porque no sabemos hasta cuándo se va a extender en el tiempo.

La pregunta por el mal en nuestra especie, que además es capaz de hacer grandísimas cosas buenas es una pregunta que siempre me ronda. Probablemente también tenga que ver con quién soy yo y con esa especie de ilusión que uno tiene a los 18 años y empieza a estudiar. Estudiar abogacía tiene que ver con una voluntad de reparar el daño, de reparar el mal. Yo puedo haber cambiado de país, seguramente envejecer, y cambiar de profesión, pero hay una cuestión central que permanece muy cercana a mis intereses.

–¿Tenés situaciones ideales de lectura?

 

–Me encantaría tener un mundo ideal de lectura y de escritura, pero la realidad se parece mucho más a que hago las cosas cuando puedo. Doy muchísimas horas de clase, tengo una familia... entonces leer me resulta facilísimo en cualquier lado porque ya no oigo nada: abro un libro y no escucho nada. El único vicio que tengo es tener algo como un lápiz o una birome porque me gusta rayar los libros, me gusta escribir.

También he aprendido a escribir de cualquier manera. De hecho, el primer libro lo escribí con mis hijas gemelas de 4 años que me gateaban alrededor y me tiraban de los pantalones, un poco a la Alice Munro, salvando las distancias porque ella además de ser una grandísima escritora, es premio Nobel. Alice Munro dice que ella siempre escribió cuentos porque los escribía durante las siestas de sus hijos y después ya quedó con esa especie de energía o aliento medido. Hoy aunque debe tener ya casi, no sé, 80 años sigue escribiendo cuentos.

–También te impulsa mucho el deseo...

 

–Absolutamente cierto. Me viene a la mente una frase de Ítalo Calvino en el libro Si una noche de invierno un viajero, un personaje dice algo así como “usted escribe como algunos animales construyen guaridas o madrigueras”. La escritura es también un espacio de refugio. Cito también a la filósofa española María Zambrano: “Escribir es custodiar el silencio”. Y de verdad yo creo que cada uno de nosotros nos realizamos en el silencio, es el lugar donde probablemente más verdaderos seamos, un lugar donde no tenemos que preocuparnos por nada, ni por ser sociables, ni por ser civilizados, ni por responder exigencias de la sociedad, del trabajo, de la familia.

Entonces, de alguna manera escribir es una guarida, es una manera de custodiar el silencio y es una autoafirmación.

–También es un trabajo, ¿o no lo sentís así?

 

Es un trabajo cuando empiezan las correcciones, el trabajo final de revisión, todo lo que es la promoción del libro, prensa, clubes de lectura, presentaciones. Toda esa parte es un trabajo.

Creo que un artista –fíjate que no te digo un escritor o una escritora, sino un artista– para que su trabajo sea honesto, no sé si bueno o malo, pero honesto y se acerque a la verdad, tiene que trabajar con aquellas cosas que más le preocupan y le acucian en su interior. Si uno se impone “a este libro lo calificaron como de terror y funcionó muy bien, entonces mi próximo libro tiene que ser de terror”, “este libro es muy argentino y funciona muy bien, entonces mi próximo libro tiene que ser recontra argentino”... Yo creo que eso no funciona, uno tiene que trabajar desde un lugar de honestidad y en la sabiduría de que el arte, aún para los grandes maestros consagrados de cualquier disciplina artística, es mucho más una lucha que una conquista. Y desde esa perspectiva se siente menos la carga del trabajo, porque es una lucha con vos mismo. Por supuesto que hay una lucha de cara a la difusión de tu obra, pero eso tiene mucho más que ver con el comercio, con el marketing, con el mercado. Yo estoy hablando desde este lugar de la puerta para adentro, que tiene que ver con la producción.

–¿De lo último que leíste, cuáles dos o tres títulos recomendás?

 

–Me gustó mucho Nostalgia de otro mundo, de Ottessa Moshfegh. Ottessa es una escritora norteamericana de padre croata y madre iraní, entonces tiene allí una visión, muy desde adentro de Estados Unidos pero outsider por sus raíces. Éstos son cuentos y tiene una novela preciosa también que se llama Mi año de relajación y descanso.

Un libro que no es nuevo pero que me gusta mucho, de la editorial argentina Elefante, es una colección de poemas de Adrienne Rich, La ley de los volcanes, la traducción es de Sandra Toro y es muy interesante. Adrienne Rich era una poeta lesbiana que escribía en inglés y ustedes saben que el inglés no tiene género. Ella le escribió poemas de amor a su pareja y siempre fueron traducidos al masculino. La opción de traducción de Sandra Toro me parece interesantísima porque ella traduce esos poemas en femenino, teniendo en cuenta que partía de un idioma que no tiene esa posibilidad de expresar género y ella lo coloca en femenino. Además este libro tiene un poemario, que es muy interesante, 21 poemas de amor. Es una respuesta a ese poemario de amor súper masculino de (Pablo) Neruda, 20 poemas de amor y una canción desesperada. Pero más allá de todas estas circunstancias vitales y de la traducción, el libro es precioso.

Y por recomendar un ensayo, un ensayo de María Negroni, escritora rosarina que vive hace muchísimos años en distintos lados, también una escritora migrante, creo que ahora está en Buenos Aires. Este libro que es de Entropía, también una editorial argentina, se llama El testigo lúcido y es un ensayo sobre la obra de Alejandra Pizarnik, maravilloso, muy disfrutable porque es la mirada de una poeta sobre el trabajo de otra poeta.

Tengo aquí una poeta portuguesa Sofía de Melo que tiene esta antología que reúne gran parte de su obra que se llama Tiempo terrestre, que creo se consigue en Argentina. Una poeta maravillosa que trabaja muchísimo con la naturaleza, que me parece que es un tema que está muy presente, no quiero decir que está de moda porque es un tema necesario: pensar nuestra relación con el planeta desde una perspectiva no solamente humana. Nosotros deberíamos tener una relación mucho más igualitaria con las demás especies, vegetales y animales con las que compartimos territorio y no la tenemos.

Últimamente también estoy muy interesada en leer cosas que tengan que ver desde lo literario y también desde los ensayos más científicos, con nuestro planeta, o con aspectos de la flora, los animales, etcétera.

–Hay una nostalgia ahí al Paraná, al paisaje litoraleño, rosarino...

 

–Eso siempre, eso sin duda. Cuando cuando publiqué La condición animal, que es mi primer libro de narrativa, desde la editorial me dijeron que escribiera una bio. Y empecé a pensar, ¿qué sentido tiene contar que soy abogada, que hice un máster en Impuestos?  Y entonces puse “Valeria Correa Fiz nació y creció en Rosario a orillas del río Paraná aunque hace más de diez años que vive en el extranjero, siempre en ciudades que empiezan rigurosamente con la letra M: Miami, Milán, Madrid. Todavía conserva el humor turbio y sedicioso que le legaron las aguas del río”.