Periodista cultural, crítico literario, Maximiliano Tomas es, fundamentalmente, un lector profesional. Desde chico, supo que quería dedicarse a los libros. Cómo, no lo sabía. Al principio, como escritor, pero después se dio cuenta que lo que quería era escribir sobre lo que leía, hacer que la gente lea. Y escriba.

Lo hizo, entre otros lugares, en el suplemento Cultura de diario Perfil que fundó en 2005 y dirigió hasta 2012; en el programa Bibliómanos (TV Pública), junto a Eugenia Zicavo y en sus talleres de escritura, por donde pasó, entre otros, la rosarina Melina Torres. Lo hace hoy en sus talleres de lectura y en el Círculo de Lectores El Zahir que coordina con Gonzalo Garcés.

Este año Mardulce publicó su traducción de La Belleza de aquellos años, cuentos de Willa Cather a quien había incluído en su antología Cuentos breves para leer en el colectivo (Sudamericana).

En un tiempos de redes sociales, de pantallas y de ansiedad pandémica, el Club de Lectura habló con Maxi Tomas sobre cómo volver a la belleza de los libros.

–Como fundador de un suplemento de Cultura y como periodista cultural, dos preguntas: ¿Cómo fue esa experiencia de crear el suplemento y qué entendés por cultura?

 

Se lanzaba la segunda edición de diario Perfil que tuvo breve existencia en el año '98, que había durado seis meses, y en el 2005 se lanza el nuevo diario Perfil y yo trabajaba en la editorial desde entonces, desde el '98, cuando entré en el primer diario Perfil.

Y el que iba a ser el director del nuevo diario me llama para ofrecerme la posibilidad de dirigir el suplemento de Cultura. No era solo dirigirlo, sino fundarlo y eso significaba un montón de cosas, seleccionar a la gente para que trabaje en el suplemento, seleccionar a los periodistas que iban a formar el equipo de trabajo, elegir un nombre y sobre todo una línea editorial, pensar qué se iba a hacer en ese momento, momento muy, pero muy distinto al actual.

Pensemos que hace 15 años, la prensa gráfica escrita conservaba aún mucho poder de fuego, no estaban tan difundidas las redes sociales, era la época de los blogs, no existía Instagram... Los lugares de enunciación eran los blogs y los medios escritos de papel, lo que mas se consumía. Existía la revista Ñ, el suplemento ADN de La Nación y Radar de Página12, y en ese contexto es que me encargan la responsabilidad de armar un suplemento de Cultura. Tenía que tener en cuenta lo que ya existía y hacer algo distinto, ese fue el mayor desafío. No se si mayor o peor.

Y para empezar, dije “no va a ser un suplemento de Cultura, sino de libros”, y lo que hice fue un suplemento de libros, no de literatura únicamente, y una sección de artes. Me pareció una combinación muy poderosa y esa fue la primera diferencia. La otra, mi mirada como editor y la gente que lo hizo, muy joven en el equipo de redacción, nacidos en los 70 y 80, casi vírgenes de otras experiencias periodísticas, era escritores o periodistas muy jóvenes. Y una serie de columnistas y contratapistas que recluté, a propósito en una larga lista de escritores, ensayistas, intelectuales que figuraban en las listas negras de los grandes medios. Había gente que no podia escribir, como (Rodolfo) Fogwill, entonces lo llamo para escribir en Perfil... Damián Tabarovsky, Quintín.

Y se fue formando un equipo de columnistas muy podeoroso, Beatriz Sarlo, Fabián Casas, Elvio Gandolfo, que en ese momento no tenían lugar en los medios, o no los llamaban, o integraban listas negras. Así se formó ese suplemebnto que dejé de dirigir hace ya muchísimo tiempo, en 2012 así que no me extiendo mucho más en eso, pero fue una experiencia para mi muy, pero muy impportante en mi vida profesional.

¿Qué entiendo por cultura? La definición clásica, laxa, todo producto del trabajo del hombre. La agricultura, para mi es parte de la cultura, como la literatura, la filosofía, el deporte, todo producto del hombre es parte de la cultura, lo que el hombre trabaja, su ser social y estar en el mundo. Yo me dedico muy específicamente, muy especialmente, a una de las tantas disciplinas que es producto de imaginación, del conocimiento, de la fantasía y de la sabiduria del hombre que es la literatura e incluso la escritura de no ficción.

–Hablabas de hacer algo distinto en Perfil, ¿pasó eso con Bibliómanos? Me pareció una idea original, en un momento donde pareciera muy difícil entretener con los libros, ¿no?

 

No se si la misión de los libros es entretener, pero sí la mision de la imagen audiovisual y la televisión es no aburrir. Tuve muchas dudas internas antes de hacer el programa, de las cuales hoy quedaron absolutamente superadas. En el momento en el cual a Eugenia (Zicavo) y a mi nos encargaron un programa de libros, lo primero que quise hacer y estuvimos todos de acuerdo fue “por favor hagamos algo distinto, no volvamos a hacer un programa donde dos personas se sientan en una mesa con un potus atrás y dos libros”.

“Por favor no hagamos eso, no hagamos lo que los malos periodistas culturales creen que es un programa de televisión sobre libros, lo que el sentido comun dicta que debe ser un programa sobre libros, lo que se viene haciendo hace 40 años. Y que creo yo que es parte de que mucha gente vea un libro y salga corriendo para otro lado. Porque si vas a ver a dos personas alrededor de una mesa hablando, incluso a veces hasta de forma monótona... la verdad, no, tratemos de hacer algo distino”. Cómo se hace algo distinto; y cómo eso distinto resulta al mismo tiempo agradable de ver o entretenido o bello o interesante, es otra cuestion. Podría haber salido muy mal. Creo que salió bien, pero podría haber salido muy mal.

Fue todo inusual: nos tomamos un tiempo excesivo e inusual para pensar el programa, la productora lo pensó junto a los conductores, cosa que tampoco se suele hacer en la televisión. Fue un producto de la TV Pública de aquella época (octubre de 2017), que tampoco es usual,

Se juntaron un montón de factores que dieron seis meses de pensar, sin cobrar, de trabajo ad honorem, pensando cómo hacer un programa de televisión sobre libros distinto, y la cabeza de mucha gente que fue aportando ideas y la realización estéticamente atractiva que tiene Mulata Films para todos sus productos, y la combinación de la chispa que de repente surgió, que a diferencia de lo que muchos creen, nos conocíamos hace muchos años (con Eugenia Zicavo), pero nunca habíamos trabajado juntos. Había sido su editor, yo le encargaba notas y ella escribía para el suplemento de Cultura de Perfil, precisamente. Ella tenía mucha trayectoria en televisión y yo ninguna, absolutamente ninguna. Que haya salido bien fue una especie de pequeño milagro.

–¿Cuáles son los puntos fuertes y qué crees que le falta a la literatura argentina actual?

 

¿Cuántos días tengo para pensar y cuántos días tienen ustedes para escuchar la respuesta? Hay que ser honesto frente a preguntas como éstas, uno no puede leer todo lo que hay para leer, mucho menos hablando estrictamente de literatura argentina contemporánea, y yo tampoco estoy en la frecuencia de leer lo novísimo. Me he perdido mucho de los últimos títulos sobre los cuales los suplementos, las revistas y las redes hablan dentro de la literatura argentina novísima.

Yo fui un lector muy conspicuo, frecuente, dedicado, de la literatura argentina contemporánea de mi generación, alrededor de cuando fundé el suplemento Cultura de Perfil, en 2005. Ahi leía a todos mis contemporáneos y durante unos cuantos años más, te diría que 2012, 2013 leía todo libro que joven autor argentino publicara, o no todo, pero muchos de ellos.

Hace cinco, seis, siete años que no lo hago por motivos profesionales, por intereses personales, no lo hago, leo otras cosas. Pero sí leí mucha literatura argentina del siglo XIX, XX y mucha de fines del siglo XX, y sólo algunos de la novísima literatura del siglo XXI.

Entonces, ¿cómo es el estado de la literatura argentina hoy? No tengo idea. Debería haber leido los 20 o 30 libros que publicaron en los últimos dos o tres años los escritores que nacieron a fines de la década del 80 y principios de los 90.

No se si no me interesaron, probablemente no me interesaron las propuestas y muchos otros me los perdí o estoy en otra frecuencia, pero para mí, la literatura argentina en el siglo XX fue una de las dos o tres grandes literaturas de las muchas literaturas nacionales, si ese término existe.

Me parece maravilloso, casi inconcebible que en un solo país y un mismo siglo hayan escrito (Jorge Luis) Borges, (Julio) Cortázar, (Roberto) Arlt, Silvina y Victoria Ocampo, Miguel Briante, Fogwill, (Osvaldo) Lamborghini, César Aira, (Ricardo) Piglia, Hebe Uhart... los grandes escritores... me parece alucinante, me parece una literatura vital, experimental. Aberlardo Castillo, (Néstor) Perlongher... una literatura muy viva, responsable de buena parte de lo mejor que se publicó en Amércia Latina en el siglo XX.

Y del siglo XXI, los escritores que conozco me gustan mucho: Federico Falco, Ariana Harwicz (esposa del escritor Edgardo Scott que ya pasó por el Club de Lectura), Samanta Schweblin, Juan Terranova, Gonzalo Garcés...

–¿Reconocés algún libro que te haya marcado particularmente?

 

Puedo recordar qué libros y qué autores, y a veces qué textos me fueron marcando en distintas épocas. Los cuentos de Roberto Arlt, era muy joven cuando leí los cuentos completos, para mi fue un gran primer sobresalto. Después sí, vinieron los cuentos de Cortázar, Rayuela, pero mucho después. Los cuentos de Borges... Arlt y (Rodolfo) Walsh fueron dos autores inaugurales dentro de la literatura argentina. Operación masacre fue uno de aquellos títulos que leí incontables, innumerables veces y que marcaron una época, una etapa en mi vida, El fiord de Lamborghini que recuerdo haber leído más con el estómago que con los ojos aquella primera vez. Y que me abrió un mundo absolutamente nuevo.

La literatura de mi maestro, Abelardo Castillo, tanto los cuentos, sobre todo los cuentos. Soy un gran lector de cuentos, pero un gran fanático de los cuentos de Abelardo Castillo. Y haber estado en su taller, y haber leído algunos libros gracias a él... Haber leído a Fogwill, ni hablar, Los pichiciegos y sus cuentos y novelas como Vivir afuera, fueron lecturas que fueron como sumando conocimientos o sensaciones nuevas y muy nutritivas para ir abriendo el campo de la lectura

Después, inevitablemente, tengo que mencionar a autores estadounidenses que para mi también marcaron aquella etapa de formación lectora: Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Carson McCullers, ni hablar J. D. Salinger, John Cheever, para mi el gran maestro del relato del siglo XX de los Estados Unidos.

Y después lecturas muy particulares, los cuentos de Borges. Yo creo que alguien puede leer la obra, o los cuentos durante toda su vida y que esa sea la lectura de una vida, así como creo también alguien puede leer solo En busca del tiempo perdido (de Marcel Proust). Esas grandes obras que alcanzan para leer a lo largo de toda una vida y uno siempre le va a encontrar significados distintos.

–¿Cómo fue tu acercamiento en la literatura? ¿En tu casa se leía mucho?

 

Varias cosas, en mi casa, ambos padres eran lectores pero no fue tanto una cuestión de imitación de ellos, sino invitación de mi madre que cuando me sacaba buenas notas me regalaba libros. Una especie de invitacion, pero fue posterior. Lo primero que hay en mi recuerdo lector es la biblioteca, en mi casa siempre hubo en alguna de las paredes una biblioteca tapizada de libros y evidentemente cuando iba de un ambiente a otro convivía con esos lomos que me invitaban a sacarlos. Los libros siempre estuvieron ahí, me imaginé que en algun momento me iba a volcar a eso, pero eso fue después en la adolescencia, la primera juventud.

Siempre supe que iba a escribir, no sabía qué iba a hacer con mi escritura. Y evidentemente leer y escribir son las dos caras de la misma moneda, es el mismo acto, no se puede leer sin escribir, ni escribir sin leer.

Haber decidido estudiar periodismo en un primer momento fue el primer acierto vocacional que me acercó a una lectura más profunda y más profesional, ya no tan amateur, ya no tan ingenua o inocente. Haber estudiado periodismo me enseñó a leer de otra manera. Y después, haber trabajado de editor, haber pasado por el taller de Abelardo Castillo un año y medio, dos años, me formó muchísimo como lector. Y a partir de ahí, ese cruce entre periodismo, Historia, que fue mi decisión de estudio universitario, y escritura literaria –porque escribía cuentos en aquel primer momento– cuajó, casi que hizo una especie de sinapsis y me dio a entender que en realidad lo que yo quería hacer era ser un lector profesional: alguien que vive de leer y que vive de escribir sobre sus lecturas, y el oficio más parecido a eso que encontré fue el de periodista cultural o crítico literario, y en ese momento se cruzaron todos mis deseos, necesidades y mis pocas virtudes, y dije “es esto, era esto lo que yo quería hacer, escribir sobre libros y que me paguen por eso”.

Yo en realidad siempre lo que quise ser era escritor de ficción y me salía, pero no era todo lo bueno o genial que ambicionaba y cuando me di cuenta que no iba a ser Truman Capote a los 19 años, o (William) Faulkner, ni Castillo, ni Borges, ni Cortázar.

Entonces, ¿si no puedo ser el mejor en esto, en que podría serlo? No creo ser el mejor periodista cultural o crítico literario, pero me formé para eso y creo que tampoco me fue tan mal.

–No estabas leyendo sobre la novísima literatura, ¿qué estas leyendo en este momento? ¿Qué te interesa ahora?

 

Leo mucho por trabajo, el último año y medio mucho cuento estadounidense, mucho cuento argentino, Cortázar y Borges, porque son los cuatro talleres que doy habitualmente junto con el de Abelardo Castillo que damos con Gonzalo Garcés, por eso estoy releyendo mucho eso.

Y los del Círculos de lectores El zahir, desde Roberto Bolaño, Javier Marías, Carson McCcullers, Truman Capote, Manuel Puig, esas fueron las lecturas de mi año.

En la mesa de luz, está mi traducción de Willa Cather, La belleza de aquellos años, básicamente para ver si hay erratas y ya encontré unas cuantas, con lo cual quisiera incorporarlas para la segunda edición, si es que la hay.

Estoy leyendo un libro magnífico, ésta sí que es una novedad, aunque es un libro viejo en realidad porque es una compilación, La ola que lee, los artículos y reseñas de César Aira desde 1981 a 2010. Acá encontré ensayos, honestísimos, brutales, de una inteligencia lacerante, que duele leer y que a muchos autores le debe haber dolido leer las cosas que Aira opinaba sobre sus libros. Venía hace muchos años buscando ensayos de Aira que circulaban en fotocopia, con opiniones tremendas sobre Piglia, donde Aira todavía era el lector brutal que publicaba en medios opiniones muy sinceras sobre la literatura argentina.

Él estaba leyendo a sus contemporáneos. Uno acá entiende, mas allá de sus más de 100 novelas, por qué Aira es Aira y es lo mas parecido a Borges que tenemos, porque es un lector alucinante, una máquina de hacer, de interconectar referencias y lecturas, un tipo cultisimo y al mismo tiempo un escritor habilísimo, es una inteligencia nata. Me hace acordar a los grandes libros de ensayos a lo largo de mi vida, desde Susan Sontag hasta Roland Barthes, cuando decís “¡cómo se le pudo haber ocurrido algo así!”. Con Aira en este libro, pasa eso

Después tengo libros, cuatro más en la mesa, que son las lecturas que van a seguir inmediatamente después. Otra reflexión sobre libros, en este caso, Los libros y la calle de Edgardo Cozarinsky, un autor que quiero muchísimo, uno de los grandes escritores de la literatura argentina, que tenemos vivo, hay que disfrutarlo mucho.

Otro, Lector voraz, de Roberto Gottlieb que fue uno de los grandes editores americanos del siglo XX, el editor de John Cheever, ni más ni menos, entre muchos otros, que es precisamente una historia de su vida como editor y lector, el mejor libro según el Washington Post de 2020. Me di cuenta después que son tres libros de escritores que escriben sobre sus lecturas.

Y finalmente, esta maravilla que acaba de aparecer, Los cuentos completos de Kate Chopin que leí hace muchos años y era prácticamente imposible conseguir sus relatos y Página de espuma lo editó hace muy poquito en España, una autora secreta, casi olvidada de la literatura estadounidense que compilé sus cuentos en una antología que hice en 2013 Cuentos breves para leer en el colectivo.

Y éste, que es un libro maldito de la literatura argentina que todavía no leí y del cual escuché hablar muchísimo, Plástico cruel. Durante muchos años circuló en fotocopias, copias piratas pero ahora volvieron a sacar toda la obra de Jose Sbarra, uno de los escritores malditos de la literatura argentina, del año 1992.

Tengo grandes lecturas por delante, pero ninguna es de novísima literatura argentina, se ve que mis intereses andan por otros lados.

–Mencionaste Cuentos breves para leer en el colectivo, te propongo un juego: cuentos para sobrevir a la pandemia...

 

Cualquiera de estos que acabo de mencionar servirían para. Es inevitable, pero dejáme hacer una autoreferencia, porque soy la persona que más tengo a mano. En La belleza de aquellos años, que fue mi trabajo de la pandemia, por eso me hiciste acordar con la pregunta. Cuando me acuerde dentro de diez, 15, 20 años, si sigo viviendo, qué hice aquel año maldito de 2020, fue seleccionar y traducir este libro, un trabajo que me ocupó todo el primer año de la pandemia.

Son siete cuentos, siete relatos largos, pero hay un cuento que creo yo que cualquiera que lo lea va a tener sensación de esperanza y alivio y, si se quiere, de belleza necesaria para levantar un poco la cabeza por fuera de las situaciones que estamos viviendo, y es el que le da el título al libro, La belleza de aquellos años o The old beauty, donde se narra la biografía de una mujer excelsa, maravillosa.

Es el recuerdo de una persona que la conoció y donde se narra precisamente un mundo perdido, de elegancia, sofisticación, de cultura y belleza que ya para cuando trascurre esta historia, que es el principìo del siglo XX, ya no existe, es el mundo de fines del siglo XIX y esa añoranza de un mundo que ya no está, la proyeccion de qué hacer con eso hacia el futuro, tal vez a alguien le sirva para tomar una larga inspiración y superar este momento tan difícil que estamos viviendo.