Dilmar Martínez llegó hace cinco años y medio a Rosario desde Venezuela y empezó a engordar, le caía mal la comida, todo lo resultaba pesado. Ni siquiera toleraba las arepas, un alimento que le sabe a patria. Un poco por los ingredientes distintos de acá. Otro tanto, quizás, por el duelo migratorio, pero tuvo que cambiar la dieta. Evitó las harinas y la azúcar, cocinó sus propios alimentos saludables. Al poco tiempo perdió 16 de los 20 kilos que había ganado y todos le empezaron a preguntar cómo había hecho. Así, de las dificultades para adaptarse a una nueva tierra, nació su emprendimiento.

El título de contadora que Rosa Miranda trajo desde Perú hace ya 23 años le sirvió de poco por falta de documentación. Los papeles suelen ser una traba para los migrantes. Tuvo que aprender a hacer otras cosas, incluso a ayudar a sus pares a formalizar sus iniciativas, aún sin poder ejercer su profesión de forma oficial. También ayudó a su hija que creó una academia de baile y observó que las alumnas no tenían abrigo para sus trajes. Empezó a tejer toreritas (una prenda superior) para las chicas que hacen danza o patín y no pueden usar una campera o un buzo cualquiera. La academia cerró pero ella siguió y tuvo que salir a buscar clientes nuevos.

Dilmar, de 44 años, y Rosa, de 57, tienen orígenes e historias distintas pero las dos formaron parte de una capacitación especial: Impulso Migrante, un programa para 25 mujeres emprendedoras que llegaron a la ciudad desde otros países de Latinoamérica.

El plan depende de Hola América y de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en el marco de las Naciones Unidas (ONU), que eligieron a tres ciudades del país para desembarcar. Implica pensar un “triple desafío” para ellas, según describieron las talleristas en diálogo con Rosario3.

La selección y el financiamiento que se viene

 

El subsecretario de Economía Social, Pablo Nasi Murúa, destacó que el programa eligió a Rosario, junto a Lomas de Zamora y Quilmes, entre las ciudades del país para realizar este tipo de capacitaciones. “Es intensivo para mujeres migrantes que hayan venido de países como Paraguay, Perú, Bolivia o Venezuela, que son los flujos más frecuentes que tiene la Argentina”, afirmó.

Nasi Murúa contó que los talleres consisten en cuatro sesiones sincronizadas con 25 mujeres que fueron seleccionadas porque ya se habían capacitado con planes locales, como el ABC del emprendimiento de la Economía Social.

“El objetivo es darle continuidad a la gestión de los emprendimientos que ya realizan y de alguna manera se acelera ese proceso de capacitación”, explicó a Rosario3 y detalló que los cursos teóricos prácticos fueron desde la fase inicial (de producción) a la final (de comercialización y búsqueda de mercados).

Las participantes fueron seleccionadas de los grupos de Rosario Emprende (que en ocho años capacitó a más de 9.000 personas) y de todos los distritos. “Son proyectos que ya existen (de alimentos, ropa, tecnología y diseño). La ciudad tiene una fuerte impronta de emprendedoras sociales y migrantes también”, valoró.

El funcionario municipal adelantó que la “incubadora” seleccionará diez de las iniciativas y recibirán un apoyo con financiamiento para incentivar su desarrollo.

Paladar local con sazón de origen

 

Dilmar Martínez tiene un proyecto de alimentos sin gluten, ni harinas refinadas, bajos con carbohidratos, sin azúcares, aptos keto y fit. Están pensados para quienes tienen algún tipo de patología o porque eligieron un estilo de vida saludable.

Lo empezó como un emprendimiento productivo hace un año aunque ya lo hacía para ella y para amigas. “Tenía el problema, cuando llegamos con mi hijo y mi pareja a la Argentina desde Venezuela, que toda la comida me caía mal. Ni arepas podía comer. Es como sacarle a un argentino el mate y las empanadas, son alimentos que están incrustados en la sangre. Empecé a eliminar algunos ingredientes, como la harina de trigo, y a usar harina de almendra o de coco. Así bajé 16 kilos de los 20 que había subido”, recordó.

Cuando vieron esos resultados las madres de los compañeros de su hijo en la escuela, le preguntaron su secreto. “¿Qué hiciste, qué hiciste?”, le decían. Y ella compartió los panes y budines especiales entre su entorno más cercano y después la cadena creció.

Tras participar del cuarto taller, finalizado este viernes a la mañana, señaló que le hizo “muy bien”. “Yo ya había hecho algunos emprendimientos, vendía churros, pero acá nos enseñaron a imaginar al cliente. Nos dieron consejos estructurados, como el tema de los costos y la inflación. No cosas sueltas, sino todo junto y organizado. Además, al ser de otro país nos explicaron algunas características puntuales”, dijo.

Sobre ese último punto, la mujer llegada desde Puerto La Cruz, zona cálida y de playas (“no sabíamos lo que era la campera”, graficó Dilmar), se propuso “fusionar” los sabores de la cocina venezolana adaptada a los platos y gustos locales. “Enfocarme en lo que se come acá con el extra de mis orígenes”, definió y mencionó por ejemplo el uso del cilantro en lugar del perejil. “Se trata de compartir un gusto nuevo, ponerle sazón”, resumió.

Aprender a valorar el producto (y a valorarse)

 

Rosa Miranda se lanzó al mercado rosarino recién este año. Después del cierre de la academia de baile de la hija, donde ofrecía sus prendas especiales confeccionadas en su casa, se anotó en la feria de vendedores y artesanos de la plaza Alberdi. “No es fácil llegar al público”, dijo para sintetizar ese desafío.

El cuarto taller de #ImpulsoMigrante de este viernes se basó justamente en los procesos de venta y “comunicación de identidad y marca”. Los profesores hablaron de las “cuatro p” del marketing: producto, precio, punto de venta y publicidad. “Me enseñaron a valorar lo que hago, a calcular los costos y un margen de ganancias”, agregó la mujer.

Cuando Rosa dice “saber valorar” se refiere a la ropa especial pero también a lo que ella es y hace. “Es librarme de cosas culturales porque en mi país era el hombre el que llevaba la plata a la casa, y sobre todo antes. Ser emprendedora es además tratar de independizarme y aprender del intercambio cultural”, resumió.

“No me costó adaptarme a la ciudad porque la gente es amable, acogedora, siempre me apoyaron. Pero sí fue difícil el tema de la documentación, no tener los papeles regularizados no te permite por ejemplo tener un trabajo en blanco”, precisó.

La peruana de 57 años dijo que los encuentros le dejaron “muy buenos momentos para el corazón, escuchar a las chicas nuevas que llegan a la ciudad, que ahora son más de Venezuela y antes éramos más peruanas, y me hicieron acordar a las ganas de salir adelante de cuando yo llegué”. Comparten una identidad: ser mujeres, emprendedoras y migrantes, tres desafíos que es mejor afrontar acompañadas.

Sobre los talleres

 

Hola América es un programa de Ashoka y 2811, que busca impulsar innovaciones sociales con foco en migración para ofrecer mejores soluciones a las problemáticas que aquejan a distintas comunidades migrantes y refugiadas en América Latina. Se trata de un proyecto llevado adelante por Ashoka y 2811 en colaboración con BidLab, gobierno de Canadá, Organización Internacional para las Migraciones (OIM) del Sistema de las Naciones Unidas.