Este 24 de marzo no se marcha. Nunca antes en Rosario se había suspendido esa actividad. En tiempos de coronavirus juntarse es peligroso. Por eso la tradicional movilización, la más grande de la ciudad, la que reúne a más de 100 mil personas, este año no se hace. 

Levantando las banderas de la solidaridad y de la lucha -ahora también contra el Covid-19- los organismos de derechos humanos se anticiparon, incluso al decreto del presidente Alberto Fernández, y fueron de los primeros en anunciar que se cancelaba la jornada. En medio del aislamiento social preventivo y obligatorio, sin embargo, lograron hacer campaña en las redes sociales para recordar un nuevo aniversario del golpe de Estado cívico-militar, el más feroz de la historia Argentina, que tuvo lugar entre 1976 y 1983. “Sin marcha pero con memoria”, dicen e invitan a poner pañuelos blancos en puertas, balcones y ventanas. Cuarenta y cuatro años después de aquel infierno genocida, colgar un pañuelo, incluso asistir a una marcha (en años anteriores), parecen ser tareas sencillas, poco riesgosas, masivas. Pero ¿fue siempre así? ¿Fue siempre tan concurrida la marcha del 24 de marzo? ¿Cuándo empezó? ¿Cómo pasó de tener treinta personas a juntar más de cien mil? ¿Era fácil marchar cuando los torturadores, en plena democracia, seguían formando parte de la fuerza policial?

Hacer memoria

 

Las preguntas agitan los recuerdos y las y los militantes históricos abren sus archivos, sus cajas con fotos, sus carpetas con recortes de diarios. Como si fuera un rompecabezas, cada cual aporta una pieza clave y se construye, de a poco, un relato colectivo. Hablar de las marchas del 24 de marzo es hablar de la lucha de los organismos de derechos humanos, pero también, es hablar del tiempo que nos llevó como sociedad reconocer que esos hechos aberrantes, los crímenes de lesa humanidad, no se cometieron contra un grupo de personas sino contra la población toda.

Ana Moro pertenece a la Ronda de Madres de Plaza 25 de Mayo, Elida “la Peti” Luna es parte de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y Matías Ayastuy, participó de los inicios de la agrupación H.I.J.O.S en Rosario (Hijas e Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio). Cuando se les pregunta por el origen de la marcha del 24, los tres responden que marchas hubo siempre pero no dudan en señalar que la de 1996 marcó un punto de quiebre. Una bisagra, un antes y un después en la historia de las movilizaciones. Pero para llegar a ese punto de inflexión, que se dio a los veinte años del golpe, antes pasaron otras cosas. 

Para ir a las primeras marchas, sobre el fin de la dictadura, había que ser valiente, loca o, como dice la Peti Luna, estar muy desesperada por encontrar a un familiar. Ella participó de esas movilizaciones. Quería saber qué había pasado con Daniel Gorosito, su pareja, padre de sus dos hijos y militante del PRT, que fue secuestrado en enero del 76 y visto por última vez en el centro clandestino de detención que funcionó en el Servicio de Informaciones de la ex Jefatura de Policía de Rosario. “Se salía con mucho temor, te imaginas que estaban todos los milicos en la calle y corrías el riesgo no sólo de que te metieran en un centro clandestino sino de que te hicieran desaparecer. Hay familiares desaparecidos en esas circunstancias”, recuerda. 

La necesidad de saber qué había pasado era más fuerte que el miedo o tal vez las dos cosas eran fuertes, pero a pesar del peligro, juntarse con otros familiares se volvía tan vital como respirar. “No era que el temor se te iba pero te sentías más fortalecido. Eso es lo hacía que la gente pudiera salir”, dice la Peti. 

Un policía mira los paneles en los que se recordaba a las víctimas del terrorismo de Estado.

Ana Moro recuerda que en esas primeras marchas “eran más ellos que nosotros. Había más policías que militantes. Teníamos mucha fuerza pero éramos pocos”. El retorno a la democracia no cambió demasiado el panorama. No había apoyo de la sociedad, ni del Estado. Esos primeros años fueron de mucha soledad para los organismos de derechos humanos. Se cuidaban entre ellos y en medio del desamparo fueron armando un espacio colectivo. Sembrando las consignas que, muchos años más tarde, se convertirían en políticas de Estado. La Peti Luna siente que las movilizaciones no se hicieron de golpe, de un día para el otro. Ella cree que fue un proceso, un trabajo de hormiga. Un largo camino recorrido por los organismos, que siempre trabajaron de manera incansable para obtener respuesta, para saber dónde están los desaparecidos. 

La calle, lugar de resistencia

 

En 1996 se cumplían los primeros veinte años del golpe de Estado en Argentina y a pesar de los trece años de democracia ininterrumpida, aún se respiraban aires de impunidad. El entonces presidente Carlos Menem había indultado a los máximos responsables de la dictadura que habían sido condenados en el histórico Juicio a las Juntas del 85. Ya se había limitado además el inicio de nuevas causas con la sanción -durante el alfonsinismo- de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Por eso mismo, los policías represores, que habían formado parte de la patota de Agustín Feced, (jefe de la policía de Rosario durante la dictadura) se reciclaban dentro de la fuerza de seguridad en plena democracia, se infiltraban en las marchas y seguían cumpliendo funciones. Se instalaba fuerte otra vez la teoría de los dos demonios, la reconciliación, y se intentaba así dar vuelta la página. El camino en la Justicia estaba clausurado. La impunidad se hacía cada vez más grande y cada vez más grande también el desamparo de los familiares. 

En octubre de 2014 condenaron en los Tribunales federales de Rosario a ocho ex policías por crímenes de lesa humanidad en el marco de la causa Feced II. (Alan Monzón/Rosario3)
En octubre de 2014 condenaron en los Tribunales Federales de Rosario a ocho ex policías por crímenes de lesa humanidad en el marco de la causa Feced II. (Alan Monzón/Rosario3)

El clima hostil para la memoria, la verdad y la justicia, se combinaba en el país con un creciente malestar social y económico, producto de las políticas neoliberales adoptadas por el menemismo. En ese escenario desgarrador la calle aparece como el lugar por excelencia para visibilizar los reclamos. La aparición de la agrupación H.I.J.O.S., a fines del 95, forma parte de ese proceso. “Tengo unos recuerdos maravillosos de H.I.J.O.S. Bastante idealizados en un montón de aspectos”, cuenta Matías Ayastuy, quien participó de los inicios de esa agrupación cuando llegó de Gualeguaychú a Rosario para estudiar en la universidad. Matías tiene desaparecidos a su papá, Jorge Ayastuy, a su mamá, Marta Bugnone y sigue buscando a un hermano o una hermana que pudo haber nacido en cautiverio en el 78. A pesar de esas tremendas historias, la participación de los jóvenes fue una bocanada de aire fresco para los organismos. Los H.I.J.O.S. traían el enojo y la angustia por la desaparición y el asesinato de sus madres o padres, sí, pero también traían la rebeldía y las energías renovadas, la creatividad puesta al servicio de la militancia.

Los preparativos de la marcha

 

En el 96  Ana repartía su tiempo entre la maternidad, su oficio de maestra y la militancia. Unas semanas antes de ese 24 de marzo recuerda que habló con la Peti Luna y que las dos acordaron que los veinte años del golpe no podían pasar desapercibidos. Al igual que Ana, la Peti también trabajaba. Hacía tareas de limpieza en distintas casas y criaba a sus dos hijos, Paula y José. Las dos recuerdan lo mucho que se trabajó para la marcha. Las reuniones que se hacían en el local que familiares tenía en Córdoba y Corrientes, en el local de Amsafé, en la casa de la memoria. Los encuentros reunían a las Madres y Abuelas, a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, H.I.J.O.S, la Liga por los Derechos del Hombre, el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, el Servicio Paz y Justicia, partidos de izquierda y algunos sindicatos. Matías también lo tiene en su memoria y sobretodo recuerda que en esa época los más jóvenes estaban aún “muy tiernitos” y les costó bastante asumir la presión, la carga simbólica, la responsabilidad que una parte de la sociedad les asignaba por la simple condición de ser hijas e hijos de desaparecidos. Para las generación de Ana y la Peti, para las madres y abuelas, H.I.J.O.S. significaba la continuidad de la lucha. “No nos iban a derrotar tan fácil”, dice Ana.

Un reclamo que sonará siempre en las calles. (Alan Monzón/Rosario3)
Un reclamo que sonará siempre en las calles. (Alan Monzón/Rosario3)

Los preparativos de la marcha por los veinte años incluyeron el armado de paneles gigantes con fotos de las personas desaparecidas, una placa recordatoria, contactar a bandas de música, alquilar equipo de sonido, redactar el documento, entre muchas otras tareas. 

Ese 24 de marzo caía domingo pero se decidió recordar la fecha durante toda la semana y se hicieron actos en diferentes puntos de la ciudad. La Peti recuerda que se puso una placa en la Plaza Libertad de Mitre y Pasco y que ese día tocaron Los Vándalos. Ella cree que ese fue el primer memorial que se hizo en Rosario. Ana coincide. “Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas de Rosario. En memoria y reivindicación de una generación diezmada”, decía la placa. Una placa grande y bien puesta que a los días apareció destruida.

Todo se hacía con mucho esfuerzo y dedicación porque el Estado, en general, no participaba. Se vendían rifas, bonos, pero aún así, para el acto del ‘96, no consiguieron tener escenario y les costó muchísimo alquilar el sonido: un equipo ordinario y sin potencia que así y todo, no pudieron pagar. Ana recuerda que fueron los de la bancaria quienes salieron en auxilio y pusieron la plata del propio sindicato para saldar la deuda. La simple anécdota en realidad habla de algo bastante más grande: lo que pasa o deja de pasar cuando el Estado se compromete con los derechos humanos. “Yo creo que cuando el Estado te acompaña se fortalece mucho más. Desde que asumió Néstor Kirchner se fortaleció mucho más todo, tuvimos más seguridad, apoyo de todo tipo. Ya no alquilamos un equipo. Las políticas de Estado son importantísimas”, dice Ana.

La marcha del 96

 

Ese domingo 24 de marzo la actividad se extendió durante todo el día. Desde la mañana la plaza San Martín se llenó de paneles con fotos de las personas desaparecidos. Se contaban sus historias de vida y sus espacios de militancia. Comenzaban a reivindicarse por primera vez las identidades políticas de las y los militantes. Esa es una de las sensaciones más emocionantes que tiene la Peti Luna sobre ese día. Cuando salieron para la marcha sosteniendo la foto de los desaparecidos un grupo enorme de gente empezó a aplaudir. Le quedó grabada la escena en su cabeza. “Fue tan emocionante, yo no me lo voy a olvidar en mi vida. Nos pusimos a llorar nosotros. Era una manera de reconocerlos. Sentimos que los estaban aplaudiendo a ellos. Fue muy numerosa la marcha No esperábamos tanta gente. Nos asombramos”, recuerda. 

La percepción de los tres militantes entrevistados es que esa marcha fue un punto de quiebre. En esa marcha se rompió el silencio. Nadie puede precisar a ciencia cierta cuántas personas asistieron pero estiman que de seguro hubo más de diez mil personas. Se acercó gente de todas partes, llegaron desde los barrios, inclusive. Las murgas y el circo le aportaron color y música. Se pudo hablar abiertamente de lo que pasó en aquellos años. “El proceso fue ir asumiendo la historia, muy de a poco, porque fue muy terrible”, dice la Peti Luna y enmarca en ese hito histórico, la aceptación por parte de la sociedad de que el terrorismo de Estado no fue contra un grupo de militantes sino contra la sociedad toda.

La movilización partió por la tarde desde la plaza San Martín hacia la peatonal Córdoba y terminó ese año en la Plaza 25 de Mayo. Ana recuerda que estaban bastante amontonados porque eran muchos y porque, como no consiguieron el escenario, el acto de cierre se hizo entre medio de toda la gente. Cantó Caio Viale, dice ella y se leyó un documento. “Ese primer año no fue muy grave el tema de los puntos y comas, de los puntos suspensivos y las consignas. No fue intensa la discusión por el documento”, bromea Matías pero grafica así el contexto histórico del país, que unificaba bajo una misma bandera a quienes se oponían al neoliberalismo de Menem. “Había el menemismo y el resto del pueblo”, recuerda. La Peti Luna tiene una sensación parecida. “En esa época no se discutía por el documento. Cuando vos tenés al enemigo ahí adelante no hay discusión. Lo que tenés que decir, lo tenés bien claro”.

Las consignas 

 

De esos años en H.I.J.O.S., Matías tiene presente que levantaban muy alto las banderas de las Madres de Plaza de Mayo, “que tenían una significación muy profunda por más utópica que pareciera”. Las madres reclamaban la aparición con vida de sus hijos. La Peti Luna entiende ese pedido porque recuerda que, aún en el 96, les costaba mucho creer que nunca más iban a aparecer sus compañeros. “Todos nosotros esperábamos que un día golpearan la puerta, tocaran el timbre y aparecieran. En mi caso el flaco, Daniel. ¿Cómo hacés para pensar esta barbarie, esta tragedia que hicieron a nuestro pueblo y a los nuestros, a la persona que vos amás, a la persona con la que tenés hijos?”, se sigue preguntando hasta el día de hoy.

'Chiche' Massa y Norma Vermeulen de Madres de la Plaza 25 de Mayo, en una de sus últimas marchas. (Alan Monzón/Rosario3)
'Chiche' Massa y Norma Vermeulen de Madres de Plaza 25 de Mayo, en una de sus últimas marchas. (Alan Monzón/Rosario3)

La marcha para conmemorar los veinte años de la peor dictadura argentina fue como una caricia, como un abrazo colectivo para los familiares. Así lo vivió la Peti Luna. “Se nos estaba pasando el dolor en el cuerpo. No sé cómo describirlo, era un dolor en el cuerpo, si me tocaban me dolía. A mí se me estaba pasando eso. Viví durante muchos años, y yo creo que a muchos compañeros les pasó lo mismo, como metida en un pozo. Y en esa época por fin, sentías que las manos de los otros te agarraban”, se emociona.

Con más gente en la calle rompiendo el silencio, las consignas de los organismos de derechos humanos se volvieron populares. La canción “como a los nazis, les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”, se convirtió en el hit de las marchas, al igual que el pedido de juicio y castigo a los culpables. La frase “Si no hay justicia, hay escrache”, fue uno de los emblemas de H.I.J.O.S  que con color, música, creatividad y alegría resignifcaron la lucha por los derechos humanos.  

Los debates en pleno menemismo “tenían que ver con consignas que yo creo que eran muy defensivas en esa época y que verdaderamente yo, por lo menos, creía que eran irrealizables. En esa época nunca pensé, nunca me imagine que las leyes de Obediencia Debida y Punto Final pudieran llegar a derogarse, a anularse y que los juicios en los hechos se pudieran hacer realidad”. Nadie lo pensó en verdad pero así y todo, los organismos de derechos humanos, seguían peleando contra la impunidad y levantando esas banderas en cada acto, en cada marcha del 24 de marzo. Hasta que el gobierno de Néstor Kirchner reivindicó gran parte de su lucha y transformó sus demandas en políticas de Estado. Memoria, Verdad y Justicia dejaron de ser solo consignas escritas en pancartas para volverse políticas públicas en el poder ejecutivo, en el legislativo y en el judicial. Las proclamas de los organismos cobraban vida en los hechos reales y se volvían juicios y condenas a los represores, protección a testigos, reparaciones históricas. El nunca más volvía a estar presente y se traspasaba así un nuevo umbral en el fortalecimiento de la democracia. 

Una de las últimas marchas por las calles de Rosario.(Alan Monzón/Rosario3)ario.
Una de las últimas marchas por las calles de Rosario.(Alan Monzón/Rosario3)

Este 24 de marzo no se marcha. Es cierto. Pero a diferencia de lo que pasaba en otras épocas, la fecha ya nunca más volverá a pasar inadvertida. Porque la lucha ahora se escucha. Porque la construcción tenaz de los organismos de derechos humanos se volvió  invencible, inquebrantable. Porque la sociedad sale una y otra vez a la calle cada vez que un gobierno quiere dar un paso atrás con todo lo conseguido. Por eso y por mucho más, este 24 de marzo los pasos de la marcha retumbarán en cada casa, en cada departamento, en cada patio, en cada terraza. Porque estamos aislados, es cierto, pero seguimos unidos defendiendo la democracia y la lucha histórica que empezaron los organismos de derechos humanos. Esa lucha que ya no es de ellos sino del pueblo todo, que tiene memoria y ya no olvida, nunca más.