La tarde de Pablo y su familia era soñada: junto a su esposa y sus hijos transcurrían un tiempo feliz en la costanera de Pueblo Esther, disfrutando del aire libre y aprovechando los momentos de ocio que no abundan entre las obligaciones semanales. Pero de repente (como suelen suceder las cosas que cambian nuestras vidas) todo se oscureció. Sebastián, uno de sus mellizos de 7 años que jugaba y corría con amigos, tropezó y golpeó fuertemente su cabeza contra el poste de madera de un cerco perimetral. Primero, el golpe seco les paró el corazón; cuando pudieron levantarlo, la sangre que ya corría a borbotones por su rostro los espantó.

Aturdido por el cuadro que tenía delante, sopesando en segundos que era fin de semana y que el lugar en el que estaba no le brindaba garantías de atención eficiente de una emergencia como esa, Pablo decidió cargar a su hijo en su vehículo y conducir hasta el Sanatorio de Niños de Rosario: 26 kilómetros que podría hacer con suerte en 30 minutos. Imaginó el recorrido: ruta A012, luego autopista Rosario-Buenos Aires y finalmente cruzar toda la ciudad a través del Bulevar Oroño que, entre su estrechez , sus semáforos y la gente que suele poblar el Parque Independencia los fines de semana, no parecía ser la recta más amigable.

El andar por las dos rutas fue veloz: a seña de luces y bocinazos, mientras su mujer trataba de detenerle la hemorragia a Sebastián en la parte trasera del vehículo, logró que los demás automovilistas le fueran abriendo camino y llegó prontamente al ingreso a Rosario. Pero a la altura del casino, en la rotonda semaforizada de Oroño y Batlle y Ordóñez, empezó la pesadilla.

“Justo ahí me encuentro con una congestión grande de autos. Entonces empiezo a hacer señas de luces, a tocar la bocina, pero nadie me cedía el paso. Pensé que quizás, si sacábamos un pañuelo por el vidrio, la gente que venía adelante se iba a dar cuenta de que veníamos en emergencia. Así que le di a mi esposa una rejilla, que es lo único que encontré en el auto, y ella empezó a agitarla… pero nada. Estábamos atascados, yo mirando todo el tiempo para atrás con miedo de que el nene se desvaneciera, y me costaba mucho que los automovilistas que venían adelante nos dejaran pasar”, dijo Pablo en AM/PM por Radio 2.

El relato de Pablo empieza a mezclar agitación con incredulidad y bronca: “Nosotros veníamos muy asustados, Sebastián chorreaba mucha sangre, tenía la remera bañada y pese a que tocaba la bocina y hacía seña de luces, no nos daban paso. Es más: algunos hasta me insultaban. No sé si pensaban que corríamos picadas o qué sé yo, pero fue realmente muy poca la gente que corrió su auto para dejarnos pasar. Incluso en el semáforo me hacían por la ventanilla la típica seña de ‘pasame por arriba’. Fue realmente desesperante”.

Pablo ignoraba cuál era el cuadro que sufría su hijo: el espejo retrovisor le devolvía una imagen que aún hoy lo atormenta y él sólo quería llegar al sanatorio para que lo atendieran lo antes posible. Y si bien al final su vida no corrió peligro y se trató de un fuerte traumatismo que le dejó a Sebastián siete puntos de sutura y un derrame en uno de sus ojos, la falta de solidaridad de la mayoría de las personas con las que se cruzó lo dejó dolorido y defraudado.

“Yo no sé si fue falta de solidaridad: puede ser. Pero sobre todo creo que es producto de la falta de educación vial. No hay conciencia en ese sentido: todos pensamos que sólo las ambulancias, los patrulleros o las autobombas vienen en emergencia y a veces un auto particular también puede necesitar llegar urgentemente a un hospital”, agregó.

Pablo entregó otro dato que bien puede servir para entender otros grandes problemas que nos aquejan, como la inseguridad: “No crucé en el camino ni un solo patrullero. Porque en algún momento decidí que si cruzaba a la policía, le pediría que me abriera paso. Pero no vi ni un patrullero ni una moto en todo Oroño”.

Finalmente, ya tranquilo y con su hijo reponiéndose en casa, recordó otra situación que le dejó un aprendizaje: “Cuando estacioné frente al sanatorio, mi señora bajó rápidamente con el chico y se me acercó al auto un personal de seguridad, que me dijo: ‘Por favor, si resolviste tu situación, corré el auto de acá por si viene otra emergencia”. Un acto de consciencia vial y respeto al prójimo, atributos que Pablo no encontró en todo su camino de espinas hasta el hospital.

Cómo reconocer a un auto una emergencia

Osvaldo Aymo, subsecretario de la Agencia Provincial de Seguridad Vial, escuchó en vivo todo el relato que Pablo hizo en Radio 2. Y comentó cuáles son los pasos a seguir en casos como ese. “Primero, hablemos del vehículo que necesita dirigirse al hospital con urgencia. Lo que hay que hacer es transformar el auto particular en un servicio de emergencia. Por eso, primero, debemos circular con las balizas encendidas para avisarle al resto que algo está pasando: normalmente no podemos circular con las balizas encendidas, pero en este caso lo hacemos para avisar que estamos en una emergencia. Segundo, se debe usar la bocina; y tercero, agitar un pañuelo hacia afuera de la ventanilla para dar el mensaje de que necesitamos avanzar con velocidad. Esos son los tres pasos principales”.

Un aporte extra, pero no menos importante, tiene que ver con el grado de temeridad con el que debemos conducir cuando nos urge llegar a tiempo: “Hay que tener presente que en nuestro apuro no podemos poner en riesgo al resto. Y eso también corre para quienes conducen ambulancias, autobombas o patrulleros. Hay que ir tratando de respetar las señales de tránsito y evitar males peores. No podemos causar un daño más grave del que queremos mitigar”.

Ahora: ¿cómo actuamos cuando detectamos que detrás nuestro un coche necesita que nos abramos para poder pasar? “La primera conducta a seguir es ceder el paso. Pero hay que identificar dónde estamos circulando: si es en una ruta de dos carriles, ida y vuelta, hay que dejar pasar al vehículo tirando nuestro coche a la banquina, porque hay que tener cuidado con los choques frontales; si son dos carriles por sentido, como por ejemplo una autopista, hay que irse hacia los extremos para permitir la circulación por el medio: es decir, si venimos circulando por la izquierda, irse al extremo izquierdo y lo mismo por la derecha; pero si los carriles por sentido son tres, el que va por la izquierda se tira a la izquierda, y los carriles del medio y de la derecha, lo hacen hacia la derecha”, dijo Aymo.

También exhortó a pensar que una mala decisión puede causar un problema más grave: “No hay que hacer ninguna maniobra brusca: yo, por dejarle paso, no puedo poner en riesgo al resto. Nada de frenar bruscamente ni detenernos, sino ir desacelerando para poder ceder el paso. Y si estamos adelante en un semáforo en rojo, podemos cruzar siempre que no venga nadie en la calle perpendicular que tiene luz verde”.

Y un aporte final: “Suele verse que algunas personas siguen a estos vehículos de emergencia, ya sea porque son familiares de quienes van adelante o vivos que quieren aprovecharse. Eso puede ser peligroso, porque al ir muy pegado y a alta velocidad, si el vehículo de emergencia tiene que frenar o dar vuelta inesperadamente podrías terminar chocando vos”.