Lorena ya no es Lorena Bobbitt, aquella inmigrante ecuatoriana que, a los 22 años, estuvo a punto de ser condenada a 20 años de prisión. El apellido de su abusador ya no le pertenece y de eso habla la película que Lifetime estrenará este año. “Yo fui Lorena Bobbitt”, se llama la historia producida y narrada por esta mujer que ahora tiene 49 años, está casada, es madre y dedica su vida a ayudar a sobrevivientes de violencia doméstica y abuso sexual a través de una institución que lleva su apellido original: Lorena Gallo Foundation. Infobae estuvo cara a cara con ella y publica hoy su versión de una noticia que recorrió el mundo.

“Tenemos que entender que la violencia doméstica está centralizada en el poder y el control sobre una persona. En este caso, mi esposo utilizaba muchas tácticas. Intimidación, abuso psicológico, amenazas, golpes y también agresiones sexuales. Estamos hablando de hace casi 30 años, la idea de violación intramarital no existía”, cuenta, del otro lado de la pantalla.

Está convencida de que, si en aquel entonces hubiera habido noción de los estragos que puede provocar la violencia doméstica cuando las víctimas no encuentran salida, el final de la historia habría sido otro. Esto porque, antes de aquel 23 de junio de 1993, Lorena había denunciado a su marido seis veces. “Creo que si desde el principio se hubieran enfocado en la historia de violencia doméstica y abuso sexual que yo denunciaba, todo habría sido diferente. John hubiese ido automáticamente a la cárcel”, sigue.

También podría haber habido otro final, porque en 1993 en el estado de Virginia -donde está la ciudad en la que vivían- cinco mujeres eran asesinadas por día. Lorena sabe hoy que estuvo atrapada dentro de lo que se conoce como “el círculo de la violencia”, pero no lo sabía aquella jovencita latina y católica que apenas hablaba inglés, que se había casado virgen e ilusionada a los 19 años con su primer amor, la que había construido alrededor del matrimonio para toda la vida y los futuros hijos otro aspecto del “sueño americano”.

La noche en que cambió su vida, su marido la había violado otra vez, aunque en ese entonces ella decía “me obligó a tener sexo” porque creía -eso mostraban las películas- que los violadores eran desconocidos que acechaban en la calle, no en casa. “Creo que eso es algo cultural que todavía tenemos que cambiar”, dice Lorena Gallo a Infobae, y habla sobre la creencia del “deber marital”, de que muchas mujeres no distinguen la violencia sexual dentro de la pareja porque creen que es “su deber de esposas” estar disponibles para tener relaciones sexuales cuando el otro quiera. “Mucha gente dice ‘bueno, es tu obligación servir a tu esposo de esta manera'. Esta ideología tiene mucho que ver con la educación. Para hacer un cambio total necesitamos empezar a tener charlas con nuestras hijas y con nuestros hijos desde chiquitos, porque la educación empieza en casa”.

Terminaron los dos en el mismo hospital, aunque la única preocupación de la policía fue que ella confesara dónde había arrojado el pene para que pudieran reimplantárselo rápido al joven marine al servicio de la patria estadounidense. Después, antes de entrar en el circo mediático que dio la vuelta al mundo, la trama se empieza a destejer. ¿Qué estaba pasando en esa pareja?

Lo que sigue en la película es un relato minucioso de cómo la violencia siempre va creciendo: todas las “banderas rojas” que nadie vio. La primera piña en el pecho que la dejó sin aire -un mes después del casamiento- cuando ella le manoteó el volante para evitar que él -borracho- chocara en la ruta. Las advertencias de sus compañeras de trabajo, que presenciaron algunos ataques de furia y escenas de celos. La amenaza permanente de denunciarla a Inmigraciones para que la deportaran: “Puedo patearte de este país mañana mismo”, le dice él en la película.

Lo que se ve, escena tras escena, es que la violencia nunca es sólo física. Un marido que no trabajaba y hacía que ella cargara con todos los gastos y todas las deudas. Que retiraba de la cuenta bancaria sin permiso todo el dinero (producto de los dos trabajos de ella). Que la obligó a hacerse un aborto, pese al deseo de ella de ser madre, después de señalarle la panza y advertirle: “Esa cosa o yo”. Eso y los ataques de ira, las violaciones cotidianas cada vez que volvía borracho, la humillación privada y pública, la denigración.

“Lo peor que hizo fue sembrarme la semilla de que todo era mi culpa, de que yo sacaba lo peor de él”, dice Lorena en la película. No había Internet en esa época y nadie hablaba de violencia doméstica en voz alta, si incluso hay una escena en donde su mamá le pregunta: “¿Qué hiciste para que se ponga tan bravo?”.

En el transcurso de la película se pone la lupa en las distintas formas de revictimización que padeció después de que la noticia se hiciera pública. Una de ellas, la forma en la que los medios la asediaron -la perseguían a toda velocidad por las autopistas, como a Lady Di-, y cómo presentaron la historia. “Esposa violada se venga a rebanadas”, “El peor corte para un hombre”, fueron alguno de los títulos de los diarios.

La historia tenía sangre, morbo, castración: “No solamente fui victimizada por mi esposo, la persona que tú crees que te va a querer muchísimo, por eso te casaste. También fui victimizada por los medios de comunicación. Las noticias fueron muy sensacionalistas, muy amarillistas. Solamente querían enfocarse en la acción. No querían enfocarse en violencia doméstica y abuso sexual porque eso no vende”, cuenta ahora.

El juicio de Lorena trajo más prensa todavía. A ella la juzgaron por “lesiones graves con alevosía”. Se demostró que había pedido ayuda al 911 varias veces, que las clientas del local de manicuría en el que trabajaba le habían visto los moretones. Los propios amigos de él contaron que John solía decir que le gustaba que las mujeres se retorcieran de dolor cuando tenía sexo anal, sangraran y pidieran auxilio, como se ve en la serie documental “Lorena”, que está en Amazon Prime.

Dejaron entrar a las cámaras por eso, durante 12 días, Lorena tuvo que contar los cuatro años de torturas, incluida esa última violación, temblando, quebrada, frente al mundo. La defensa de él habló de “rabia”, de “venganza”, de “justicia por mano propia”. La de ella habló de una mujer abusada durante años con síndrome de estrés postraumático, ansiedad extrema que, en estado de conmoción y segundos después de la última violación, había perdido el control de sus actos y “atacado el instrumento de su tortura: el pene de su marido”. Lorena enfrentó una condena de 20 años de prisión pero también fue declarada “no culpable”.

La vida después

Es curioso ver cómo siguió la vida de cada uno. John fue celebrity en cabarets, stripper, estuvo preso por violentar a las mujeres que siguieron, y actuó en películas porno. Su órgano sexual había recuperado sus funciones pero con el tiempo, engolosinado, se hizo una cirugía de alargamiento y engrosamiento peneano que salió mal y el pene quedó deforme. También hizo giras por el país para firmar remeras que llevaban una caricatura de Lorena adelante y una frase atrás: “El amor duele”.

Ella, en cambio, logró salir de esa fase en la que vivió “sin fuerzas, sin esperanzas” y se convirtió en una activista por los derechos de las mujeres. Entregó su vida a la fundación desde la que ofrece educación para que mujeres, adolescentes, niñas y niños no queden atrapados en la violencia doméstica y el abuso sexual. Da charlas en escuelas primarias, secundarias y universidades, les dice dónde pueden pedir ayuda, qué leyes los protegen, con qué recursos cuentan.

“Cuando yo empecé a hablar, mis amigas y las personas en el trabajo no sabían cómo ayudarme. Es una situación desesperante, muchas mujeres mueren. En muchas situaciones él me agredió ahorcándome, tratando de estrangularme. Ahora soy sobreviviente pero pudo haberme matado, tenemos que ser claros. Por eso digo que si yo, que he estado en esos zapatos, logro salvar a una persona mi misión no ha sido en vano”.

 “Yo fui Lorena Bobbitt” se estrenará próximamente por Lifetime Latinoamérica (canal 228 de DirectTV, 400 de Cablevisión y 426 de Telecentro).