Los avances científicos son imparables: al calor de la evolución de la tecnología, el conocimiento humano va dando saltos gigantes en un siglo XXI que no deja de sorprendernos con nuevos datos que explican qué somos, quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Y que permiten no sólo ir estirando todo lo posible nuestra aventura en la tierra (¿será la inmortalidad el desafío final?), detectando y erradicando enfermedades o previniendo catástrofes naturales, sino (y sobre todo) vivir nuestra vida de la manera más placentera posible.

Uno de los saltos más impactantes de los últimos años en ciencia aplicada a la vida cotidiana es el que han dado la nutrigenética y la nutrigenómica, dos disciplinas que suelen confundirse pero que son distintas: la primera estudia el genoma particular de un individuo en relación a los alimentos, mientras que la segunda observa la interacción de esos alimentos con el genoma y cómo modifican el material genético. De la conjugación de ambas, siempre teniendo en cuenta la variabilidad individual, se puede desde saber qué alimento nos hace bien, a cuál somos intolerantes y hasta recomendar un tipo de dieta que sea capaz de minimizar nuestros riesgos a contraer una determinada enfermedad.

Esa información, que puede parecer muy difícil de obtener, está al alcance de todos y a un clic (y miles de pesos, también) de distancia: se llama test de ADN integral, se hace un casa a través de un dispositivo que llega por correo y en unos cuarenta días nos brindará información que podría servirnos para diagnosticar enfermedades de origen genético, saber si somos propensos a la diabetes, la celiaquía, la hipertensión o a distintas afecciones cardíacas, y también para dar con la alimentación que satisfaga nuestras necesidades energéticas amoldándose a nuestras características personales.

“Cuando decimos ‘esto lo heredé de mis padres’ o ‘ésto está en mi ADN’, hacemos referencia a esa información genética que nos determina en todo sentido. Nosotros somos seres biológicos y en la molécula de ADN está toda la información para ‘hacer’ un ser humano. De hecho, de ahí surge el concepto de clonación. En los últimos años, todo el mundo estuvo hablando de las cepas de covid: bueno, no son ni más ni menos que distintos ADN de ese virus. Todo lo que nosotros somos está determinado en esa información. Y también en ese código está definido, por ejemplo, cómo nos tenemos que alimentar, porque no todos respondemos igual a un determinado alimento”, dijo en Radio 2 Adrián Turjanski, doctor en ciencias químicas en la UBA, especialista en bioinformática, ex investigador del Conicet y director científico de Bitgenia, una de las empresas que se dedica a hacer este tipo de tests.

Sabemos que hay gente que come sin gluten, la gente que es celíaca o la que le tiene intolerancia.  ¿Y esa información dónde está? En nuestro ADN, que determina que no procesamos bien el gluten, en ese caso. En el mío particular, yo no proceso bien la leche ni ninguno de sus derivados. De chico no la tomaba y mis padres, que eran psicoanalistas, lo asociaban con que estaba negado, que no había aceptado el destete, que estaba fijado con mi mamá. Y yo era ni más ni menos que intolerante a la lactosa. Ellos pensaban que era un tema psicológico y en realidad era biológico. Más adelante fui papá de mellizos y uno de ellos escupía la leche de vaca. Y si la tomaba, le caía mal. Tras hacerle el test, pude saber que es intolerante a la lactosa como yo. Y decidimos cambiarle la leche. La realidad es esa: todos podríamos tener una alimentación más adecuada a nuestros genes si tuviéramos a mano esa información”, añadió.

El largo peregrinar hasta la dieta adecuada

Enfocados en la alimentación basada en nuestro perfil genético, Turjanski comenta que “venimos de una etapa en la que la gente iba a un nutricionista y se volvía con instrucciones para bajar calorías. No importaba si te sentías mal, si tenías hinchazón, si no tenías la energía suficiente: el objetivo era bajar las calorías. Y ahí tuvimos a la gente frustrándose porque no todos respondemos igual a determinada alimentación. Los pacientes iban probando una, otra, y quedaba la salud detrás”.

“Es más: hasta hace unos años, si vos tenías determinados síntomas o te sentías mal con algunos alimentos, recurrías al nutricionista y te hacías un análisis, por ejemplo, para descartar celiaquía. En ese análisis se leían, de toda la información de nuestro ADN (miles de millones de letras), sólo dos letras. Si reaccionabas mal a la leche, debías recorrer el mismo camino. Con la nutrigenética, ahora podés leer toda la palabra de una sola vez. Y saber qué alimentos te hacen bien, cuáles no te hacen nada y cuáles hay que evitar”.

Para Turjanski, “la mejor dieta siempre va a ser la que esté diseñada en base a ese ADN. Y hay que armarla mirando esa información. Yo pude saber que reduciendo los lácteos, no mezclando tal y tal comida, teniendo cuidado con las carnes porque respondo mucho a las grasas, puedo alcanzar la alimentación más adecuada. Y hay que acabar de acomodarla acorde a los intereses de cada uno y las motivaciones por las que uno hace una dieta”, añadió.

El también director de beca en el doctorado del Conice. da un ejemplo: “Hay gente que decide ser vegana y se queda sin vitamina B12, una vitamina fundamental para vivir. Por eso la toman en suplementos. Pero algunos necesitan poco de esa vitamina y están tomando cantidades inadecuadas, algo que les provoca dolores de cabeza o problemas de hinchazón. Al final, terminarán pensando que la dieta vegana no es para ellos, pero en realidad no está siendo saludable porque no fue acomodada en base a su organismo”.

Y entrega una recomendación: “Es importante no copiar, porque quizás hay un amigo que come fruta y te dice que a él le funciona, mirándote con cierta suficiencia porque él encontró un camino. Pero ese camino no necesariamente te va a funcionar a vos. No hay que creer en los que vendan la dieta milagrosa que va a funcionar para todos”, aseveró.

El testeo

La prueba consiste en la recolección de una muestra de saliva en un dispositivo que llega a tu domicilio a través del correo. En las instrucciones se aclara que hay que llegar al momento de la extracción con una buena higiene bucal y una hora y media de ayuno total (es decir, ni comida ni bebida). Un segundo antes de escupir en el recipiente, hay que morder muy suavemente el interior de las mejillas para quedar en condiciones de tomar la muestra.

La misma es recomendable a partir de los 5 años, aunque quienes tengan entre 5 y 18 años deben contar con una autorización de sus padres para dar el consentimiento de la realización del test por minoría de edad.

Desde que llega el kit al domicilio y hasta que se define el día en que pasarán a buscarlo o se enviará por correo, se puede tomar la muestra sin ningún problema ya que dentro de la tapa de la boquilla que cubre el tubo donde va la saliva viene contenida una solución que cuando entra en contacto con la muestra, ayuda a conservarla por varios meses. A los 40 días de enviado, llegará un mail con clave y contraseña para acceder a nuestra información genética en la plataforma elegida de modo absolutamente confidencial.

Según Turjanski,”el test brinda información personal muy valiosa respecto a si somos portadores de enfermedades hereditarias, cómo respondemos a ciertos medicamentos, intolerancias, necesidad de vitaminas y minerales y cómo metabolizamos ciertos alimentos. También la composición muscular (resistencia o velocidad), lo que lo hace imprescindible para deportistas de alta competencia. Y hasta de qué parte del mundo vienen nuestras combinaciones genéticas, permitiendo conocer los ancestros que son parte de nuestra herencia biológica”.

El costo del estudio está a mediados de julio alrededor de los 30.000 pesos y hasta ahora, no tiene cobertura de obra social. “Esa información la tenés para toda la vida. Y se va actualizando todo el tiempo: por ejemplo, en situaciones como durante la pandemia, pudimos detectar qué personas estaban en riesgo a desarrollar covid grave. Mucha gente pudo acceder a información valiosa para saber dónde estaban parados”.

¿Por qué no está aún tan extendido en nuestro país? Según el especialista, “porque la ciencia avanza muy rápido y no todos los médicos y nutricionistas están al tanto. Y después está el tema de que lo acepte el sistema de salud, que se lo pueda incluir. En Islandia ya se le hizo a toda la población. En Estados Unidos más de 100 millones de personas se lo hicieron. La razón por la que tarda acá es que venimos un poco más atrás en cuestiones de desarrollo científico, ni más ni menos”, cerró.