Luciano toma mate con un amigo y le cuenta una experiencia parecida a la que viven miles de pibes en los barrios marginales de Rosario y que es, al mismo tiempo, muy singular. Un par de gendarmes hacían una redada en un pasillo de Tablada, zona sur. Revisaban a dos chicos y justo él pasaba por ahí para comprar cigarrillos. Le dijeron que se vaciara los bolsillos y se le cayó marihuana al piso, un poco, como para un faso.

–¿Qué es eso? –le preguntó el más agresivo de los gendarmes.
–Marihuana –respondió él con total sinceridad.

La cachetada del agente lo aturdió apenas terminó la palabra. También le ordenó que se abriera la campera. Luciano lo hizo: estaba en cuero, sin remera abajo. El gendarme le dijo que se bajara los pantalones. En ese punto, la verdugueada se puso particularmente sensible. El joven no respondió a esa indicación.

–¿Qué pasa?, ¿no tenés ropa interior?
–No, estoy en bolas.
–Bajate los pantalones igual.
–No, pará, acá va a haber un problema.

Cuando Luciano recuerda ese momento dentro de una pieza pequeña que da a una terraza, en una tarde gris y lluviosa, se quiebra. Hace una pausa. El amigo que lo escucha le dice que no es necesario que siga, si le hace mal contarlo. Pero él lo quiere narrar, quiere que se sepa, compartirlo con su amigo y con todos lo que puedan escuchar y ver su testimonio que es grabado por una cámara cercana y respetuosa. Una cámara que lo sigue hace tiempo para crear un documental que llevará su nombre y que será, él aún no lo sabe, su legado.

Se recompone y vuelve a contar la escena con el gendarme en el pasillo. Le tuvo que explicar al agente federal qué es la identidad de género y el diálogo se puso extraño.

–Yo soy un varon trans, no tengo pene. 
–No te creo, si no tenés tetas.
–Sí, tengo, pero voy al gimnasio...

Luciano le podría haber dicho que tiene 32 años y hace diez que toma hormonas masculinas, que se las inyectan, por eso tiene barba y pelo en el cuerpo, que Cintia, su identidad anterior, no existe más, pero eligió tomar un atajo. Se dio vuelta, le dio la espalda a los otros pibes del pasillo y se bajó el pantalón de cara al gendarme. El propio Luciano describe ahora la reacción del otro cuando vio su vagina: "Eh, no, no", y se tapó la cara. Ahora, él se ríe con su amigo y cierra el relato.

-¿Dónde vivís vos? –le preguntó el agente desconcertado.
-Acá. 
-Tomatela.

Luciano camina por las calles de Tablada y la cámara lo sigue.
Luciano camina por las calles de Tablada y la cámara lo sigue.

La búsqueda de una identidad

Escrita y dirigida por el rosarino Manuel Besedovsky, Luciano dura 95 minutos, es su ópera prima y está producida por Reina de Pike y por Doménica Films (de Buenos Aires), con apoyo del Incaa. La sinopsis resume que el protagonista “vive con su madre y su hermana menor en un barrio marginal de la ciudad argentina de Rosario”.

“Estudia, ayuda con las tareas domésticas y como el dinero siempre escasea, acepta cualquier tipo de trabajo temporal que pueda conseguir para ayudar a su familia, mientras busca un trabajo estable. Tras años de pasar largas horas en un gimnasio popular, finalmente ha logrado verse en el cuerpo que anhelaba. La vida, sin embargo, le impone nuevos desafíos en su incesante búsqueda por la construcción de su propia identidad”, completa.

El documental es eso y, desde ya, mucho más. Son ocho años de pulir una confianza entre director y protagonista que es materia prima infaltable para el seguimiento y la observación. En este caso, la ventana es a un universo sensible y desconocido para la mayoría del público potencial, un retrato íntimo de cómo es la transformación de una persona.

Una persona que, además, está atravesada por las limitaciones de un barrio popular. Desde la ausencia de los recursos económicos para operarse como quiere, hasta las dificultades para conseguir un trabajo estable o los impactos de la violencia urbana. 

El protagonista con su hermana menor.
El protagonista con su hermana menor.

El armado de las escenas

El proceso comenzó cuando Manuel Besedovsky era un estudiante en la escuela Gurruchaga y quería hacer cine. Sus primeros pasos fueron unos cortos en un centro de día. Ahí conoció a Luciano Pereyra, un joven que quería filmar qué pasaría si un hombre va a la ginecóloga. Entre charlas y la realización del audiovisual, Luciano le contó su verdadera motivación: él era un varón trans. 

En paralelo, Besedovsky se acercó al realizador local Pablo Romano, socio de Juan Diego Kantor y Guillermo Berman en la productora Reina de Pike. A partir de ese momento, nació la idea de hacer el documental que, como la mayoría de proyectos del cine nacional, recorrió distintas clínicas y concursos hasta que logró los primeros apoyos económicos.

La cocina de cómo se filmó esa charla con el mejor amigo sobre el abuso de las fuerzas de seguridad sirve para entender la apuesta por un armado sutil. Así lo explica el director: "Todas las escenas de la película son situaciones reales de la vida de Luciano. Esta historia del gendarme fue el episodio más violento que le tocó vivir. Yo quería que esa anécdota aparezca pero no sabía cuándo, quería esperar a que el vínculo con Luciano fuera el más fuerte posible para que él pudiera contarlo y confiar en la cámara. Entonces, fueron necesarios un montón de años para poder retratar esta charla, que es de las más fuertes porque se la cuenta a su mejor amigo por primera vez en pantalla".

Un efecto similar genera una conversación con la madre en su hogar. Ella le dice, entre lágrimas, que tuvo que hacer el duelo por Cintia, la hija mujer que tuvo y que dejó de existir cuando se transformó en Luciano. “Ellos tenían un vínculo muy cercano pero fue muy sorprendente eso. Esas declaraciones que le hace la madre, después de una elaboración de muchos años, Luciano las escuchó por primera vez”, recuerda Besedovsky.

Pablo Romano, que además de productor acompañó el desarrollo del proyecto, suma: “La escena con la madre llevó varias meses de pensar hipótesis de cómo abordarla y en qué lugar".

“Las dos charlas –agrega el joven director– marcaron dos acontecimientos tanto para la película como para la vida de Luciano, por eso creo que reflejan esa construcción y profundidad que se alcanzó”.

El documental se filmó en Rosario por un equipo local.
El documental se filmó en Rosario por un equipo local.

Muerte y estreno

Sin entrevistas, ni voz en off, el documental "busca acompañar y seguir a Luciano, vivir con él cada momento. Era una persona que, como cualquiera, estaba llena de preguntas y contradicciones. Muchas de ellas se fueron transformando con el paso del tiempo”, analiza el director desde Francia, donde fue a presentar la película.

“El rodaje fueron seis años. Entre secuencia y secuencia a lo mejor pasaron dos años y la gente no lo nota”, dice Juan Diego Kantor y valora que se trabajó siempre con un equipo reducido.

Para Romano, una línea principal del relato es la búsqueda de un empleo estable. “Se puso énfasis en eso y no en la idea de lo trans, que estaba ahí e iba a aparecer siempre. Por eso, elegimos un objetivo conciente: la búsqueda de un trabajo mejor y bien remunerado. Otras líneas las fuimos construyendo y pensábamos cómo registrar cada momento y dónde poner la cámara”, afirma. 

Toda esa búsqueda, cree el productor, es posible si no se pierde de vista un eje vital: “Exigir al director que tenga un punto de vista, una lógica que no entre en contradicciones, a lo largo del trabajo”.

A la trama compleja y editada con sutileza para que los saltos temporales no rompan la narración, le siguió la muerte del protagonista: fue en 2024 por un virus intrahospitalario en medio de una internación.

Ese golpe para todo el equipo no modificó el montaje. “Luciano llegó a ver la película terminada y estaba muy feliz con el resultado, sobre cómo había quedado. Solo se agregó una placa dedicada a él, al final sobre los títulos”, señala Kantor.

Para el director, no tocar ese corte es parte del mensaje que quiso dar el protagonista, una suerte de legado íntimo: “La película es la misma que vio Luciano justo antes de morir. Por eso no cambiamos el montaje, es la que él había querido mostrarle al mundo”.

A fines de ese 2024, el estreno mundial del film fue en la competencia internacional de Dok Leipzig de Alemania. Ya en 2025, ganó el premio a mejor película en el Festival Internacional de Cine LGBTIQ+ Asterisco Argentina, fue seleccionada en Fuera de Campo (Mar del Plata) y en el Festival Signes de Nuit de Francia.

En Rosario, se proyectó en noviembre en el cine El Cairo y sumó nuevas funciones hasta fines de diciembre: domingo 14/12 a las 18, viernes 19/12 a las 20.30 y sábado 27/12 a las 22.45.