Cuando se creó el VAR, la idea fue evitar que se produjeran jugadas como la de la final de la Copa Argentina entre Central y Boca, cuando Diego Ceballos vio y sancionó un penal por una infracción que se produjo dos metros afuera del área. “El VAR me hubiera salvado la carrera”, reconoció tiempo después el árbitro sobre aquella decisión inentendible desde el lugar que se la mire. Cuenta la leyenda futbolera que si un árbitro quiere inclinar la cancha lo hace a partir de “jugadas chiquitas”, sistemáticas, no groserías como aquella impresentable sanción. Lo cierto es que para la gente de Central esa herida nunca sanará.

De regreso a la creación del VAR. La idea nunca fue, al menos jamás se proclamó así, buscarle el pelo al huevo.

Cuando el sistema tecnológico de ayuda al árbitro empezó a meterse en minucias, el espíritu de la búsqueda de justicia en el fútbol empezó a desnaturalizarlo.

Hoy un equipo convierte un gol y tiene que esperar, a veces hasta 7 u 8 minutos para poder festejarlo. Y si no, el que festeja es el que recibió el gol que acaba de ser anulado.

Los jugadores se agolpan detrás del juez cuando va a chequear una jugada picándole la cabeza con todo tipo de argumentaciones en contra y a favor de la sanción. A los protagonistas, igual que a los hinchas, no les interesa la justicia, sólo su propio beneficio.

El jueves, una infracción inexistente terminó con el chaqueño Insaurralde expulsado a instancias del VAR: dos injusticias en lugar de una.

El miércoles, Zuculini se le cayó encima a uno de los Mac Allister después de tenerlo claramente amarrado a la salida de un córner y el VAR ni siquiera convocó al árbitro para chequear la jugada.

El martes, el archi conocido y mediático escándalo entre Atlético Mineiro y Boca, parte 2, que exime de mayores consideraciones, volvió a poner la eficacia del sistema en el centro de la discusión. 

Y así todo el tiempo y en todo el mundo. Así en la Copa América como en la Eurocopa.

¿Quién dirige? ¿El árbitro o el VAR?

“Los jugadores y los entrenadores deberían poder tener la posibilidad de solicitar el VAR”, sostuvo hace un tiempo Javier Castrilli, sugerencia que al menos le daría participación en las jugadas dudosas a los protagonistas principales del juego. Eso les quitaría protagonismo a los jueces que están sentados en una cabina viendo las mil y una repeticiones casi siempre en cámara lenta. El fútbol no es una foto, es movimiento.

“A partir del VAR nunca más el fútbol va a ser como antes. Es un camino que no tiene retorno. Lo que tenemos que ver es de qué manera impacta de forma negativa”, presagió Castrilli. Y explicó por qué.

“Los que tienen que tomar las decisiones siguen siendo los humanos. La demora contamina la vida de cada juego. Es un momento de transición en el mundo con el VAR... Cuanto más tardemos en implementarlo en el fútbol argentino más va a demorar su buen funcionamiento. Estamos siempre colocando el carro delante del caballo y vamos reparando sobre la marcha los errores que se cometen”, razonó quien alguna vez fuera considerado como el árbitro más justiciero del fútbol argentino.

El VAR llegó para evitar las grandes equivocaciones y por ahora sólo incrementó las polémicas y las injusticias.

Pero hay algo peor, el VAR desnaturalizó el juego. 

El fútbol es un deporte de contacto que tiene en la impronta gran parte de su esencia. Y los errores arbitrales, no las groserías, forman parte del juego.