La vida muchas veces nos sorprende. Cuando uno menos lo espera, pasan cosas. El universo envía señales. Esta semana me sucedió algo muy fuerte y lindo también.

Pasaba por la esquina de San Lorenzo y Mitre y lo vi a él. Tranquilo, con su bastón y una leve sonrisa en su rostro. Le pregunté si necesitaba ayuda para cruzar la calle pero me dijo que no, que estaba esperando el colectivo para volver a su casa en zona sur. Obviamente me quedé a hacerle compañía para avisarle cuando llegara su transporte y nos quedamos charlando.

Me contó que se llama Juan Bustos y que quedó ciego en 2015. También me confió que perdió a sus padres y que no tiene trabajo -apenas una mínima pensión con la que tiene que subsistir-. Aun así, va dos veces por semana (de allí salía) a un instituto de Braille para capacitarse en informática y así tener la posibilidad de hacer algunos trabajos para la Municipalidad. También me contó que le gusta mucho el fútbol y que está muy feliz con el momento de River, club del que es hincha. En ese punto de la charla me dijo que mi voz le sonaba conocida y fue entonces cuando le conté que laburaba en Radio 2 y le dije mi nombre: ¡su sonrisa fue indescriptible! Me dio la mano y me contó que escucha Zapping Sport tanto en la radio como en la tele y que era "un gusto" para él conocerme. ¡No puedo contarles la felicidad que me dio que me dijera eso!

Charlamos un ratito más y 20 minutos después de nuestro casual encuentro, dobló por San Lorenzo el 106 que estábamos esperando.

Antes de subirse al micro -que casualmente conducía otro Juan que conozco desde hace muchos años-, le pedí una foto para contar su historia y que sirva de ejemplo porque su actitud ante la vida me conmovió. Me dio un abrazo afectuoso y se despidió con una sonrisa, y me dijo que a la noche (como todos los días) iba a sintonizar Zapping Sport para escuchar mi saludo en el programa.

Esta “pequeña” historia me conmovió tanto que decidí subirla a las redes. Mucha gente comentó la publicación agradeciéndome y destacando el gesto de hacer feliz a alguien. Les aseguro que por haberlo vivido fue al revés: fue Juan quien me hizo feliz, me dio fuerzas y me dio una lección a mí. Uno a veces se preocupa, se entristece o se hace “mala sangre” por pequeñeces y ahí estaba Juan, quien pese a toda su adversidad, mostró una entereza enorme, un positivismo envidiable y una actitud firme y convincente para salir adelante. Lo único “destacable” en cualquier caso, fue haberle dado 20 minutos de mi tiempo a un (hasta allí) desconocido. Pero ese tiempo tuvo su recompensa.

El micro arrancó, Juan volvió a saludar. Yo seguí caminando por San Lorenzo. Si alguien algún mediodía de esta semana me vio por la zona lagrimeando, ya saben el motivo.