Y vos, ¿sabés a qué te quieres dedicar? ¿Qué vas a estudiar? ¿Qué quieres ser? Recuerdo ese bombardeo de preguntas que nos suelen atacar cuando estamos en los últimos años de colegio. Pues vaya que es difícil saber con claridad cuál es nuestra vocación cuando apenas conocemos un insignificante porcentaje de un pequeño número de todo lo que podemos elegir. Es que intento hace unos minutos recordar cuáles son aquellas carreras bien vistas que se nos presentan como opciones, dando a entender que las posibilidades están allí. En esa cartilla de vocaciones prestigiosas o comunes o cotidianas que nos venden como un futuro seguro, cómodo. Entonces te guiás por algunos tests de vocación, por amigos o conocidos para evitar un terreno nuevo que de pensarte solo, corrés como lo hacías de pequeño cuando el heladero se alejaba, esa desesperación que te quitaba la emoción.

Profesión. Profesión. En sus sinónimos encontraríamos la palabra ocupación, empleo, carrera, trabajo, responsabilidad, deber. Al sentirlas tan frías voy a la sección de definiciones, donde detalla: actividad habitual de una persona, generalmente para la que se ha preparado, que, al ejercerla, tiene derecho a recibir una remuneración o salario.

Pues vaya descripción, ¿cierto? Hace tiempo mientras trabajaba en una oficina unas ocho horas por día, me puse a escuchar unas entrevistas. Al finalizarlas un enlace continúo a reproducirse en mi auricular. Reconocí casi de inmediato la voz del actor, Guillermo Francella, y solo recuerdo esa frase que fue tan célebre para mí: "Yo estoy agradecido de poder dedicarme a mi vocación, levantarme todos los lunes para ir a trabajar de lo que me apasiona".

¿Ha dicho vocación?, me cuestioné por largo rato. A la vocación se la define como la inclinación o interés que una persona siente en su interior para dedicarse a una determinada forma de vida o un trabajo. Se habla de una pasión voluntaria por realizar una actividad, dado que ésta le retribuye un sentimiento de realización y satisfacción. Donde sus sinónimos son aptitud, afición, talento, pasión.

Ahora bien, ¿profesión o vocación? No dejé de preguntarme desde aquel día en relación a la elección que había hecho al finalizar el colegio secundario, donde arquitectura me hacía de titular. Pero esa necesidad que me perseguía por entender el fervor que suelo sentir al escribir me empujó a seguir. Quizás la profesión se elige, se medita, sea cual sea, por gusto, necesidad, ingresos, familia, ubicación, o vaya uno a saber cuántas otras razones, mientras que la vocación, pienso, es un llamado que arde en el alma y no puede ser apagado. 

Apenas unas semanas atrás, emprendí un viaje sola de 39 días, donde conocí a alguien que me manifestó su admiración por la cultura japonesa. Al investigar me encontré con una publicación que habla sobre el “estudio Ohsaki” realizado en el 2008 por investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Tohoku. Se analizaron 43.391 personas a lo largo de siete años, durante los cuales se produjeron 3.048 muertes.

Se expresa que además de la dieta, otro de los secretos de la longevidad es decir de la larga duración de vida de los japoneses radica en el Ikigai. El Ikigai es una motivación vital, reflejada en un algo que les da fuerzas para levantarse todas las mañanas. Veamos, la palabra Ikigai proviene de los vocablos Ikiru y Kai. Ikiru significa vivir y Kai hace referencia a la materialización de lo que uno espera. Por tanto, el concepto podría traducirse como “una razón para ser”. Según esta filosofía, todos tenemos un Ikigai, pero no todos lo hemos descubierto porque para ello es necesaria una búsqueda profunda que implica un viaje introspectivo de auto descubrimiento.

Por consiguiente, el objetivo del Ikigai no es la felicidad, sino el descubrir aquello en lo que fluimos, lo que nos reporta placer cuando lo realizamos y que aporta algo al mundo. De hecho, en entrevistas a locales se expresó que una persona puede sentir esta razón para ser incluso en los días más oscuros porque la adversidad no le arrebata la profunda convicción ni su pasión. Al encontrar ese propósito todo resulta más sencillo y placentero. Esa incertidumbre o estrés dejan de aparecer porque estamos aportando algo valioso a quienes nos rodean. ¿Con qué te sientes realmente cómodo? La diversidad hace a la armonía. Hay personas que se sienten cómodas relacionándose con los demás, otras prefieren actividades solitarias. Hay quienes aman el riesgo, pero a otras les da pavor. Quizás podríamos preguntarnos, ¿con qué actividades el tiempo nos pasa volando? Donde nos sumergimos por completo y perdemos la noción del tiempo ya que nuestra concentración está puesta en eso que estamos haciendo. O quizás la pregunta podría ser, ¿qué nos resulta fácil de hacer o que hacemos con fluidez? Considero que todos tenemos habilidades diferentes, cosas que se nos dan mejor. Eso que nos viene con facilidad sin importar cuán intrascendente puede parecernos en un primer momento. ¿Qué nos gustaba cuando éramos niños? Es una respuesta que en muchas ocasiones nos puede guiar, ya que a medida que crecemos nos solemos distanciar de las cosas que más nos gustaban y nos reportaban auténtica satisfacción por plegarnos al deber y a la responsabilidad. Muchos talentos se silencian en la adultez.

En esa búsqueda se debe ser consciente de que el Ikigai no siempre es una revelación interior que motiva a cambiar radicalmente nuestra vida, se habla que ayuda a mirar con otros ojos la realidad de uno, encontrando en ella los motivos para sentirnos plenos. Para constatarlo, un estudio realizado en la Universidad de California corroboro que las personas con ikigai saben adaptar esta filosofía a las circunstancias, encontrando en cada situación una manera para desplegar sus mejores habilidades. Quizás lo difícil no sea encontrar la razón para ser, sino mantener este ikigai a lo largo de los avatares de la vida. Conectar con nosotros mismo, encontrando lo que nos apasiona y descifrando cómo llevarlo a la práctica aportándoles valor a los demás.

Abraham Maslow había hecho referencia a esa razón de ser al escribir: “Un músico debe componer canciones, un artista debe pintar y un poeta debe escribir, si quieren vivir en paz consigo mismo. Lo que un hombre puede ser, debe serlo”

Al aceptar que amo tanto el movimiento como la quietud y que es ridículo que las haga competir entre sí, porque sería como nadar contra la corriente de mi propia naturaleza, todo se aclaró ante mí. Comprendí que la escritura es mi forma de procesar lo que vivo, esa extensión que me permite pasarme la vida preguntando, escuchando, investigando y aprendiendo. ¿Cuál es tu forma?