Criar un hijo es, probablemente, el mayor desafío al que un ser humano se enfrenta en la vida. Históricamente, las mujeres se manejaban con los consejos de las mayores: abuelas, madres, tías, madrinas.

Incluso, a más de un médico se le dificultaba dar indicaciones a su paciente, porque se encontraba con la réplica de un familiar. Pero, a medida que el tiempo pasa y las costumbres varían, esa información que era sólo vertical, de mayores a jóvenes, ahora también es horizontal y se comparte entre pares.

 

No hace falta ser un as de las redes sociales ni una experta en relaciones públicas para entrar en contacto con otras mujeres.

Los grupos de crianza en tribu pueden empezar en un espacio formal, con la asistencia de diferentes profesionales, pero también cada madre puede buscar armar el suyo a través de los vínculos que generaron en otros cursos.

 

Un punto importantísimo: un grupo de crianza sólo funciona si se respeta la confidencialidad y no se juzga. Las personas que allí asisten se desnudan, expresan momentos muy íntimos, sus mayores temores, hasta dicen cosas que no se atreven a decir en público. Los demás, escuchan, entienden y guían desde su experiencia y el afecto, pero no juzgan, eso, nunca.

Para criar en tribu, es esencial abrir las puertas a esos “otros” que serán aliados en el proceso de acompañar el desarrollo de los hijos. Aquél que sabe con quién cuenta y es capaz de pedir apoyo en esta tarea, logra compartir ese peso, alivianando la carga.

 

No existen impedimentos para conocer a otras familias con las cuales compartir este recorrido que, por momentos, se vuelve una montaña rusa de emociones.