“Busquemos una foto vieja de López con Caruso”, se escuchó en la redacción de Rosario3.com. Las búsquedas de archivo y de Google fueron inútiles; en sus 14 años en el poder, a Eduardo López nunca le interesó tomarse una fotografía, en parte porque siempre se creyó por encima del resto y en parte porque eso contribuía a la construcción de una imagen enigmática, misteriosa, atemorizante. Por eso, la instantánea que el ex presidente del club del Parque eligió tomarse este lunes junto a Lombardi no fue casual, no fue inocente; hasta pareció tener el cabello arreglado y la barba prolija para la producción. López se sintió con respaldo para volver a la escena pública, para sondear la reacción de los hinchas en este momento de confusión política y deportiva en el club. El hombre que convirtió a la institución en una oficina privada durante casi una década y media, hizo su primera jugada; ahora les toca el turno a los que nunca deben permanecer neutrales.

En toda institución que respira fútbol, los límites entre lo deportivo y lo político son difusos o directamente no existen. Por eso, las pésimas decisiones que tomaron los actuales dirigentes de la Lepra de Martino para acá, habilitaron la reaparición del hombre expulsado del padrón de socios en asamblea democrática e imputado en la Justicia como responsable de administración fraudulenta.

Pero no hace falta repasar la nómina de socios o revisar las crónicas judiciales y policiales para entender lo que López significó para Newell's y para la sociedad rosarina durante tantos años. Basta con darle un poco de cuerda a la memoria para recuperar las imágenes de un club arrasado, de las manos levantando el portón porque no había quedado nadie que lo abriera desde adentro, de la barra lopecista puteando al Loco Bielsa, de la estatua de Isaac tirada en un rincón, de los yuyos de dos metros en Bella Vista, de la administración trasladada a las oficinas de San Lorenzo y Entre Ríos, de los ídolos censurados y proscriptos.

Como aquellos que todavía reivindican la última dictadura en el país, los hinchas de Newell's que alientan el regreso de López no se animan a gritarlo a los cuatro vientos, pero en el revoltijo de derrotas clásicas y goles en contra empiezan a admitirlo. El síndrome de Estocolmo, tantas veces mencionado en la política nacional, se ajusta a este momento de la Lepra.

“Con López esto no pasaba”, es una afirmación temeraria y obsecada que suele escucharse en la cancha o leerse en las redes sociales. La frase se repite como catarsis. Los que la reproducen como loros no se detienen a analizar que en la era López Newell's jugó 28 campeonatos locales y solo ganó uno, que la actuación del equipo en el plano internacional fue deplorable, que bajo su mandato el equipo perdió los clásicos más dolorosos de los últimos tiempos (el 4 a 0 en cancha de Central, el que rompió la racha de 22 años sin derrotas en el Parque, el de la eliminación de la Copa Sudamericana).

Los actuales dirigentes, que jugaron un papel fundamental en la recuperación democrática del club, deben dar explicaciones y sumergirse en una profunda autocrítica. Ellos son, en gran parte, responsables de que las células lopecistas hayan vuelto a la vida. Y los que en 2008 se pusieron al frente de la lucha para derribar “la última dictadura que quedaba en pie en el país” –según palabras de Rafael Bielsa– y que ahora guardan un silencio muy parecido a la estupidez, también serán responsables si vuelve lo peor del pasado rojinegro.

En menos de tres meses, los socios leprosos irán a las urnas, algo que no sucede desde aquel diciembre de 2008. Pasaron casi ocho años en los que Newell's intentó volver a ser un club normal, abierto, plural. Puede ser que la fiebre perturbe un poco el pensamiento, pero siempre es mejor curarse en salud.