Perú no ha pasado indiferente por el Mundial de Rusia. Aunque no ha logrado superar la primera fase, el equipo dirigido por el argentino Ricardo Gareca ha dejado una huella de buen juego y fútbol ofensivo, mientras que la hinchada, muy numerosa, ha marcado el primer tramo de la competición con su ambiente festivo.

El entusiasmo es la palabra que mejor define el paso de Perú por la copa 36 años después de su última aventura mundialista. Nada que ver con la imagen dejada ahora con la del Mundial de España de 1982.

En el campo, dos nombres propios. Gareca y Paolo Guerrero. El primero, por haber sido el artífice de la clasificación para el Mundial, pero también por haber osado medirse con desparpajo a grandes selecciones internacionales.

Mereció más el equipo contra Dinamarca en su debut, un partido que marcó el tono del campeonato, porque los escandinavos eran los grandes rivales para jugarse el segundo puesto, toda vez que el primero parecía inclinarse hacia Francia.

Pese a la gran cantidad de oportunidades, la victoria se fue del lado de Dinamarca, lo que obligó a Perú a la gesta contra la subcampeona de Europa. Le jugaron de igual a igual a Griezmann y compañía, pero de nuevo faltó el gol, lo que significó la eliminación.

Un gol que llegó solo en el último duelo contra Australia, el rival más débil del grupo, en los pies de sus dos principales estrellas, André Carrillo y Paolo Guerrero, lo que permitió a los de Gareca despedirse con un sabor algo más dulce.

El tanto de Guerrero fue una buena metáfora de la participación peruana. El delantero, uno de los artífices de la clasificación para el Mundial, máximo goleador histórico, fue duda hasta el tramo final, a causa de las acusaciones de dopaje que pesan sobre él.

El jugador logró en la recta final una derogación de la sanción que le permitió estar en Rusia, pero su nivel de adaptación era insuficiente.

Gareca se enfrentaba a un exceso de personalismo de la parte de Guerrero y, quizá por ello, decidió sentarlo en el banco en el primer duelo, todo un mensaje de que el grupo estaba por encima de sus individuos.

El delantero marcó el gol de despedida de Perú y, pese a su veteranía, demostró que el fútbol debe seguir pivotando sobre él.

Pero sus compañeros, empezando por Carrillo, han ido pidiendo paso y se perfilan ahora como elementos sobre los que construir el futuro. En ese papel, la figura de Christian Cueva demostró que tiene camino por recorrer.

Un futuro que pasa también por conocer las intenciones del seleccionador. En Perú, Gareca tiene tanto crédito que puede hacer lo que quiera, aunque el preparador argentino, de 60 años, escucha los cantos de sirena de otros horizontes, incluidos los de su país de origen, pendiente ahora de su futuro mundialista.

De él depende que el fútbol peruano mantenga el mismo rumbo o deba elegir un nuevo camino.

Fuera de la cancha, Perú ha dejado sin duda una serie de postales imborrables en la memoria. Rusia entera extrañará la marea blanquirroja que decenas de miles de hinchas peruanos han paseado por las ciudades por las que ha jugado la selección.

Saransk en su debut, donde las lágrimas por el retorno se transformaron en otras de decepción; Ekaterimburgo, donde la multitud vestida con la camiseta de la banda roja sintió el orgullo de pelear contra una grande; y Sochi, que quedará en la memoria colectiva como el retorno a la victoria a las arcas peruanas.

La ilusión de la afición emana de las buenas vibraciones que envía el equipo. El fútbol peruano y el país entero tienen un ejemplo en el que mirarse, una piedra en al que edificar un futuro que, con o sin Gareca, entusiasma.