Hace dos años la revista Granta la destacó entre los 25 mejores narradores en español menores de 35 años. Hoy, ya con 35, Camila Fabbri recuerda el elogio como un voto de confianza para profundizar su obra que se mueve entre la narrativa, el teatro y el cine. Además de escribir novela, cuento, guión y no ficción, es actriz y directora de cine y teatro.

A poco de haberse cumplido 19 años de la tragedia de Cromañón, Fabbri, que el año pasado resultó finalista del premio Herralde de novela de Anagrama por su última novela, La reina del baile (2023), debutó en el cine en el festival de San Sebastián con la adaptación de su libro El día que apagaron la luz que de algún modo vuelve al 30 de diciembre de 2004. Ella misma fue al boliche de Once el día anterior a la tragedia. Asegura que reconstruir esas adolescencias fue "reparador". La vivienda, la maternidad, y la salud mental, sus otras obsesiones.

–Te señalan como una de las mejores narradoras menores de 35 años, ¿cómo lo vivís?

 

–Me gusta pensar que funciona como una especie de voto de confianza a la obra que estoy tratando de construir; como si alguien me dijera: "Seguí por acá". Escribir sí es un oficio, uno quizás a veces se lo pregunta porque no está necesariamente ligado a cierta remuneración, entonces, al menos yo, tengo que tratar de solventarme de otras formas y mientras tanto escribir porque no se vive de las regalías de los libros. Es bastante complicado y más en este contexto, entonces sentó un poco ciertas bases para seguir alimentando ese oficio.

El ritmo de escritura que yo puedo tener es muy relativo. Ahora justo se dio que La reina del baile se publicó bastante cercano a mi libro anterior Estamos a salvo, pero tuvo que ver con el premio Herralde, cuando sale el premio, se publica y quedaron los dos libros un poco cerca, pero eso no es sinónimo de que soy una persona que está permanentemente escribiendo libros, para nada. De hecho La reina del baile es un libro que empecé a escribir en el 2019. Escribí el grueso en ese momento antes de la pandemia y después con los años la fui perfeccionando, corrigiendo y alimentando, pero no es que una vez por año escribo libros.

–Escribís novela, cuento y guión; actuás, dirigís teatro y cine. ¿En qué registro te sentís más cómoda o cómo creés que te expresás mejor?

 

No las diferencio tanto las disciplinas. Me gusta pensarlo como una construcción de obra, un conjunto. Si bien son distintas disciplinas, cine, teatro, narrativa, ficción, no ficción, yo creo que que son distintas formas de crear una obra, que en un momento uno pueda mirar para atrás y decir todo esto forma parte de lo mismo.

–¿Hay un hilo conductor?

 

–Sí lo hay. Creo que quizás eso debería decirlo más alguien de afuera porque yo todavía no soy tan consciente de cuál es o cómo nombrarlo, pero me parece que hay una intención de que haya ciertas preguntas que quizás empiezan a responderse de un libro al otro; o ese otro libro trae otras preguntas que se siguen respondiendo. Es como una especie de crecimiento, algo que va con uno y sus preguntas y obsesiones, conforme avanzan las publicaciones y estrenos y demás.



–¿Cuando escribís, ya te imaginás eso en escena como actriz o directora? ¿Tus otras facetas te dan un plus a la hora de escribir?

 

–Sí, no se si plus, pero sí ciertas herramientas distintas para poder entrar al mundo de una novela o al soliloquio de un personaje. Creo que haberme formado como dramaturga, haber visto mucho teatro, haber dirigido teatro, haber trabajado con actores y con actrices y tratar de entender cómo se dicen esos textos creo que le suman algo a la narrativa. La reina del baile es un soliloquio. Más allá que por fuera del personaje vayan pasando cosas y se vaya adaptando el contexto, no deja de ser una cabeza que piensa y piensa. Hay algo bastante coloquial en esa voz y creo que todo eso viene de una construcción más teatral.

–Hay algunas inquietudes o temas tuyos detectables, como por ejemplo la casa, la maternidad, la salud mental... ¿Por qué creés que aparecen?

 

–Creo que aparecen justamente porque son las pequeñas obsesiones, preocupaciones o faltas con las que uno dialoga a diario y de alguna manera cuando esas cosas no tienen solución o respuesta todavía, toda esa ansiedad se terminan transformando en otra cosa cuando uno escribe. Creo que eso está presente en toda obra.

–Pero, ¿hay ahí una preocupación personal o un oído puesto en la calle?

 

–Deben ser las dos. Pero no podría decir "a mí personalmente me obsesiona no tener casa propia". Digo, a mí y a un grupo de contemporáneos y demás, sin duda. Creo que son preocupaciones que pegan más fuerte en determinados momentos de la vida también. No es lo mismo esa preocupación a los 20 que a los 30, o a los 40 donde hay una especie de demanda de ciertas resoluciones. Entonces, me parece que quizás aparecen con más fuerza esos temas dependiendo del momento uno esté viviendo su vida como civil, por fuera de ser escritor o no.

–Cuando ocurrió la tragedia de Cromañón vos tenías 15 años. No estuviste ese día, pero sí el anterior, ¿cómo fue escribir El día que apagaron la luz? 

 

–Se publicó en 2019, ya casi llegando la pandemia más o menos. Y fue un trabajo que yo hice durante un tiempo reuniéndome con viejos amigos de mi colegio, del Normal 1, y con gente allegada a ellos o a mi; no necesariamente compañeros de colegio pero sí de generación. Fue tomando distintas formas la conversación, un poco para acercarnos a esos temas y para ver desde dónde poder hablar de Cromañón sin ir siempre al mismo lugar de contar cómo fue ahí adentro, cómo fue esa noche, cómo se sobrevivió, cómo se siguió. Contar quiénes eramos nosotros, qué costumbres teníamos en ese momento, qué música escuchábamos y qué tan bien nos hacía escuchar esa música y escucharla en vivo. Encontrar cierta luminosidad también en esos años. Me parece que fue bastante reparador poder escribir esas adolescencias.

Algo parecido también hago en la película (“Clara se pierde en el bosque”) porque la película no es sobre Cromañón, para nada, pero ese tema lo cruza como un rayo. Hay audios de WhatsApp que son relatos de amigos de la protagonista en la ficción, que recuerdan un poco todas esas cosas que se hacían en una noche; por ejemplo a cuántos lugares podías ir, dónde terminabas durmiendo, a qué hora salías, a qué horas volvías, si mentías, si no mentías. Un raconto de adolescencias porteñas. La intención fue encararlo más por ahí.

–¿Qué estás leyendo ahora y qué fue lo último que leíste que sea recomendable?

 

–Estuve de viaje por Barcelona en Anagrama y aproveché y me llevé varios libros de la editorial que siempre son buenos. Leí República luminosa, la novela que ganó el premio Herralde en el 2017 del escritor Andrés Barba, escritor de España que vive en Argentina. Me gustó muchísimo.

Yo no lo conocía a Andrés Barba, no lo había leído hasta ahora. Una novela que transcurre en Misiones escrita por un español, hay algo de ese cruce que me pareció súper interesante, y un grupo de niños que aparecen un día así como de la nada y que no son de ningún lugar y tienen algo medio fantasmal, cierto peligro y a la vez cierta ternura. Me gustó mucho esa novela.

Hay un libro de cuentos que me encanta de David James Poissant, que es un escritor norteamericano, El cielo de los animales, lo regalo mucho. También tiene otro que es una novela que se llama Vida de lago, que también me gusta mucho.

–¿Hay algún libro que te haya marcado generacionalmente?

 

–Me gusta mucho los diarios de (Ricardo) Piglia, Los diarios de Emilio Renzi. Tengo el primer tomo y el tercero, me falta el segundo. Lo fui descubriendo en la adolescencia. En la adolescencia leí muchos autores, así que vas un poco descubriendo la literatura: empecé por (Julio) Cortázar y seguí por Silvina Ocampo y por (Horacio) Quiroga y qué sé yo.

Uno que regalo mucho o presto mucho, que por suerte vuelve, es Una historia sencilla, de Leila Guerriero, su perfil sobre el campeón de Malambo. La verdad que todo lo que hace ella me encanta.

Y me gusta también mucho la literatura norteamericana en general. Lo pienso como género, “el género norteamericano”, tienen algo muy seco –ese estilo me gusta mucho– y el drama medio intrínseco, como medio escondido.