Lo primero que se percibe al ingresar a la sede del Banco de Alimentos Rosario (BAR) es paz y alegría. Eso es lo que transmiten empleados, voluntarios, directivos y hasta la disposición arquitectónica del lugar, un predio de 9 mil metros cuadrados –con mil metros cuadrados construidos– ubicado en Carriego al 300.
Esas personas, en ese lugar, trabajan sobre una de las problemática más graves, madre de tensiones en la Argentina punk, ese país donde la idea de futuro naufraga en las aguas agitadas del presente: la inseguridad alimentaria, el hambre que padecen miles de hogares, en el marco de la desigualdad y el infierno inflacionario que pone prácticamente a la mitad de la población y 6 niños de cada 10 debajo de la línea de pobreza.
El trabajo del BAR es valoradísimo tanto por los gobiernos provincial y municipal como por las organizaciones sociales que manejan comedores y copas de leche, pues permite llegar con comida de alto valor nutricional a decenas de miles de rosarinos y fue sostén fundamental de la contención social durante la pandemia en el enorme cordón de pobreza –el mismo que hoy está fatalmente atravesado por la violencia narco– de la ciudad.
La primera conclusión es que un dispositivo creativo y eficiente como el que generó esta entidad solo puede desarrollarse bajo esas condiciones: en paz y con alegría. La segunda es que eso invita a mirar con los mismos ojos este país que adolece de las cuatro cosas: paz, alegría, creatividad y eficiencia.
Pandemia y después
La pandemia fue un punto de inflexión. En medio de la mayor emergencia, con decenas de miles de personas sin posibilidades de generar ingresos y con la capacidad del Estado menguada por la cuarentena y la demanda que imponía la crisis sanitaria, el BAR puso la gestión para llegar con alimentos a todos los rincones de la ciudad. En ese marco, a través del programa Contagiemos Solidaridad –que se constituyó con presupuestos oficiales y aportes privados–, la entidad sin fines de lucro llegó a distribuir comida a través de 1.650 organizaciones sociales.
“El mundo estaba parado, salías a la calle y no veías a nadie. Pero venías al BAR y estaba abarrotado de gente: carpas afueras, los chicos de la UNR armando los bolsones, colas de autos para retirar comida”, recuerda el presidente de la entidad, Fernando Cáceres. Que está convencido de que el programa fue fundamental para mantener la paz social en la ciudad, algo en lo que coinciden el gobernador Omar Perotti y el intendente Pablo Javkin.
De hecho, terminada esa emergencia y recuperada la normalidad, tanto el gobierno provincial como el municipal decidieron seguir canalizando gran parte de la asistencia alimentaria a través del BAR y Contagiemos Solidaridad se reconvirtió en el Plan de Fortalecimiento Alimentario, un programa conjunto que hoy se mantiene: ambos estamentos del Estado ponen los fondos y la entidad sin fines de lucro la gestión para la compra y distribución de alimentos que llegan, según calculan Cáceres y Nadia Montes, la directora ejecutiva, a unas 150 mil personas a través de cerca de 900 organizaciones.
¿Por qué el BAR puede ser más eficiente que el Estado en el manejo de la ayuda alimentaria? Cáceres cree que por su organización logística, por sus mecanismos más ágiles para armar los concursos de compra y porque paga rápido, algo que en un contexto inflacionario como el actual permite conseguir mejores precios. También por la empatía y la confianza que genera entre proveedores y beneficiarios la entidad, que trabaja con un modelo que define como “sistematizado, trazable, transparente y seguro”.
Ese sistema se generó a través del programa histórico que maneja el BAR y que también se mantiene vigente, con una demanda creciente. Es el plan de recuperación y distribución de alimentos que por distintos motivos salen del circuito comercial.
Este programa se nutre de donaciones de empresas alimenticias que envían partidas que por distintos motivos –problemas de packaging, porque las fechas de vencimiento están próximas, porque el tamaño no es el que se especifica en el envase, pueden ser algunos– quedan fuera del circuito comercial. Y de frutas y verduras que se recuperan, a través de un proyecto en el que también interviene la Municipalidad, en el Mercado de Productores de 27 de Febrero y Constitución.
El BAR llega a 82 mil personas a través de cerca de 330 organizaciones sociales con este plan y hay otras 500 en lista de espera.
A por más
Los directivos trabajan en distintas líneas de acción para conseguir más alimentos, aumentar el volumen de donaciones, pues aseguran que la logística de distribución la tienen aceitada, lista para llegar a un número de beneficiarios mucho mayor. Y que es enorme la cantidad de comida apta para el consumo que termina en la basura: “Argentina produce alimentos para 400 millones de personas y desperdicia 44 millones de kilos por día, es decir un kilo por persona. Que el 50 por ciento de la población tenga inseguridad alimentaria es inconcebible”, sostiene Cáceres.
En ese marco, exploran la manera de comprometer a más proveedores. Por ejemplo, apuestan a replicar con el Mercado de Concentración de Fisherton el convenio que tienen con el Mercado de Productores, con el objetivo de duplicar los 15 mil kilos de frutas y verduras que se recuperan por mes actualmente. Justamente para aprovechar al máximo esa posibilidad, el BAR construye en su predio un área de producción que permitirá procesar y congelar vegetales para una mejor conservación.
Además, buscan que los supermercados aporten más, cosa que no ocurre porque si en lugar de donar la comida que sale de góndola la devuelven a la fábrica obtienen notas de crédito que les permite reaprovisionarse a menor costo. “Con algunas empresas estamos trabajando para que acepten que los supermercados en lugar de devolver esos alimentos los donden al BAR, que a través de su sistema de trazabilidad podría informar fehacientemente las cantidades para que igualmente se pueda producir la entrega de las notas de crédito”, explica Cáceres, que remarca: “Todos los productores tienen excedente”.
Otra fuente son los organismos oficiales que por distintos motivos decomisan alimentos que son aptos para el consumo. Nadia Montes menciona como ejemplo un cargamento de leche que llegó a través del Senasa, que lo secuestró por un problema de etiquetado. Eran 500 mil litros, tantos que una parte quedó para ser distribuida en Rosario y otra a bancos de alimentos de distintas partes del país, con los cuales hay una red de comunicación permanente.
Dos leyes necesarias
Pero la gran apuesta del BAR para incrementar el volumen, y para que eso no dependa de una gestión particular para cada caso, es la sanción de dos leyes: una de doble etiquetado para que los fabricantes de alimentos sumen además de la de vencimiento la fecha en que el producto deja de ser apto para el consumo –lo que da una ventana de tiempo desde que sale de la venta hasta que se puede producir la entrega– y, la más importante, otra que establezca beneficios fiscales para aquellas personas y empresas que donan.
“Para una empresa alimenticia hoy tirar comida es más negocio que donarla”, explica Cáceres. Es que la donación de comida está tratada como cualquier otra. Y lo que se puede donar es el 5% por ciento de la utilidad de una firma, no más. “Si la tiro el costo de producción de esa comida se computa como pérdida, entonces baja la ganancia sobre la que se tributa. Pero nosotros les podríamos dar un certificado de donación con el que se podría descontar ganancias, porque se tomaría como gasto”, agrega.
El BAR trabaja con la Universidad Católica Argentina la elaboración de estos proyectos y comenzó en su cena anual, que se realizó el 26 de agosto pasado, una campaña para que legisladores nacionales santafesinos de los distintos sectores los impulsen dentro de la agenda parlamentaria del año que viene. La idea, además, es nacionalizar el tema a través de la red de Banco de Alimentos. Obtener la sanción de estas leyes es claramente uno de los principales objetivos de la entidad para 2023.
“Es fundamental conseguir más mercadería para poder atender a las organizaciones sociales que tenemos en lista de espera”, se entusiasma Virginia Garguichevich, vicepresidenta del BAR.
De hecho, sobra espacio en el enorme freezer del lugar y también en el depósito con capacidad para 120 mil kilos, donde los voluntarios clasifican los alimentos secos –acaban de llegar partidas de galletitas que no fueron a góndola porque muchas están rotas y fideos tirabuzón que no entraron al circuito comercial porque son más largos que lo habitual–.
En otro sector del depósito está Esteban, un chaqueño que llegó hace 30 años a Rosario y que es parte de un grupo de 8 integrantes de una cooperativa vinculada a la Municipalidad que antes trabajaba en el relleno sanitario y ahora lo hace en el BAR. Es decir, gente que pasó de comer de la basura a clasificar lo que se recupera.
El hombre se quedó después de su horario para ayudar a dejar listos para ser repartidos alimentos que se usaron como parte de la decoración en la cena del 26 de agosto, que se focalizó en generar conciencia sobre la cantidad de comida que se desperdicia y podría ser aprovechada.
“Este es un laburo lindo, porque es al servicio de los demás. Está muy bueno cuando se puede ayudar a otros”, dice Esteban, que sonríe detrás del barbijo y vuelve, con paciencia oriental, a ordenar las barritas de cereal.
Así de simple se puede explicar la paz, la alegría que se percibe al entrar, y por contraste también al salir, en la sede del BAR de Carriego al 300.
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