A diez años de la sanción de la ley que le dio una regulación legal a la comercialización de la marihuana en Uruguay, la evaluación que hacen quienes impulsaron la norma es “muy auspiciosa”. En una entrevista con Rosario3 Julio Calzada, que estaba a cargo en aquel momento de la Junta Nacional de Drogas del vecino país, valoró la experiencia, y mencionó implicancias positivas en distintos aspectos: económicos, vinculados a la salud y reducción de la violencia. 

Calzada estará este martes en Rosario, donde cerrará el Foro por una Nueva Política de Drogas, que se realizará de 17 a 20, en el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (San Martín 1371). Distintos especialistas de Rosario y del resto del país participarán antes de las mesas de discusión, que parten desde una premisa: la necesidad de habilitar un debate que la dirigencia política argentina posterga, aunque está claro que el prohibicionismo no resultó eficaz como paradigma para poner freno al narcotráfico y urge un cambio de legislación que ponga el foco en los derechos y la salud pública.   

La experiencia uruguaya es, en este marco, un antecedente fundamental: un Estado que se planta por encima de los tabúes y modifica el abordaje de la cuestión, dejando atrás el paradigma represivo y ganando así la posibilidad de intervenir y regular un mercado que se manejaba fuera de la ley. Así, consigue reducir riesgos desde el punto de vista sanitario, se relaciona con los consumidores desde un enfoque de salud pública y le quita al narcotráfico un negocio jugoso.

—Van 10 años de la ley que permitió al Estado controlar el cultivo, la distribución y la venta en farmacias de cannabis. ¿Cuál es la evaluación que hace como impulsor de la norma?

—La evaluación la tenemos que hacer en función de los objetivos que se plantearon. Un objetivo muy explícito estaba orientado a quitarle, robarle un espacio al narcotráfico, al narconegocio. Ese objetivo está plenamente cumplido. El mercado de lo que llamábamos el prensado paraguayo hoy es prácticamente inexistente y se abastece en términos generales de la producción legal, que es algo muy importante

—Eso también tiene importancia en cuanto a la salud por la calidad de lo que se consume…

—Tiene muchísimas implicancias: económicas, en la salud, en la reducción de la violencia a la que estaban sometidos los usuarios, que son personas que en un 99,9 por ciento no están involucradas con delitos pero tenían que recurrir a las organizaciones criminales para proveerse de una sustancia que era enteramente de uso personal. Entonces puede decirse que los objetivos se cumplieron.

—El lado negativo puede ser que se facilita el acceso…

—Los agoreros del fracaso de esta ley decían que el país se iba a llenar de zombies y que iba a a haber personas deambulando por las ciudades del país de la peor manera. Pero nada de eso sucedió. Se decía que los adolescentes iban a consumir de manera descontrolada y tampoco sucedió. Se plantearon distintas situaciones negativas y ninguna se cumplió.

—¿Pero no hubo aumento del consumo?

—No, nada que implicara un salto cuantitativo o cualitativo. Por el contrario, el Estado asume la regulación de algo en lo que estaba ausente. El problema de los mercados ilegales es la falta de presencia del Estado, con todo lo que eso implica. Lo que se dio es que el consumo de adolescentes y jóvenes entró en una meseta descendente y la percepción del riesgo entre ellos aumentó, porque se empezó a hablar más y con mayor precisión del tema. Sí vemos que ahora muchos adolescentes se vuelcan a otras sustancias más peligrosas, como las drogas sintéticas.

—¿Y con estas sustancias cómo se trabaja?

—La política no ha dado los pasos que debería dar en relación a eso. Y eso tiene que ver con cuestiones vinculadas al prohibicionismo y son discusiones más globales. 

—¿Por qué con la marihuana sí se pudo y con otras drogas no?

—La marihuana es una sustancia de uso más tradicional, que era de uso cultural, religioso en algunos casos, y originalmente no tenía un valor de cambio. El valor de cambio se lo da la existencia o su transformación en una mercancía, como sucede con la coca y otras sustancias. Entonces, un fenómeno tan vinculado al bienestar o malestar de las personas, y que tiene que ver con el sentimiento y la cultura, no puede ser visto desde un solo aspecto (el prohibicionismo). Hay muchos análisis vinculados a por qué y qué es lo que pasa con las otras sustancias, pero excede el tema de la regulación del cannabis. Esta regulación es un salto significativo, pero a la vez, si pensamos en las sustancias en general, es limitado.

—Sí se puede decir que la regulación del cannabis abarca a muchísimas personas…

—En relación a lo que son las sustancias más comunes para alterar los estados de conciencia es muy relevante porque es la más amplia. Abarca la mayor parte del mercado. Desde el punto de vista económico no es la que más margen de ganancia deja. Entonces, la experiencia es sumamente auspiciosa, en términos de salud, económicos y sociales. Pero no quiere decir que con las otras sustancias va a pasar lo mismo, hay que ser cuidadosos.

—¿Sirvió la regulación para reducir la violencia?

—Hay una violencia de la que normalmente no se habla ni se mide. Es la que sufren las personas que para cometer una acto privado, sin implicancias para terceros, se relacionan con los mercados criminales. Es muy violento para un joven, un adolescente o cualquier persona que consume tener que vincularse con organizaciones criminales. Esa violencia que no se mide tiene un impacto muy grande en la sociedad. Hoy hay miles de personas que no sufren esa violencia de tener que ir a comprar drogas a un lugar ilegal. 

—¿Y qué pasó con la criminalidad?

—Muchas de las personas que cometen delitos usan drogas, pero no todas las personas que usan drogas cometen delitos. Las personas que usan drogas y cometen delitos son la ínfima minoría de las personas que usan drogas. Entonces, acá hay cantidad de falacias. El día que se puso a la venta la marihuana con licencia del Estado en las farmacias, todos los medios fueron a ver cómo salían de la cueva todos los rastas del país a comprar y se encontraron con colas de una o dos cuadras donde estaba la gente que viajaba contigo en el colectivo o tu vecino, es decir personas a las que se denomina “normales”. Se pensaba en adolescentes zombies que iban a ir a robar, que iba a haber violencia. Nada de eso pasó. Entonces, lo más interesante de analizar son las prácticas sociales y no los supuestos que se generan en función de criterios morales.

—¿Qué implicancias tuvo para la seguridad pública? 

—En todo lugar donde el Estado no tiene presencia se dan situaciones de violencia que pueden terminar incluso con la vida de las personas.Y eso no es solo en el mercado de drogas. En los mercados ilegales el Estado no puede decir "esto se está haciendo mal". La marihuana que se distribuye producida por el Estado tiene controles estrictos: no tiene metales pesados, no tiene elementos biológicos que la inhabiliten para el consumo  humano. El Estado presente garantiza la seguridad de las personas en muchos sentidos. En cuanto a las situaciones de violencia siguen, porque siguen existiendo los mercados ilegales, ya que no se regulan el resto de las sustancias. Entonces hay violencia en los mercados vinculados a la pasta base de cocaína o, otro ejemplo, el crack en Brasil. Esos mercados siguen siendo ilegales y extremadamente violentos.

—¿Cree que una regulación como la uruguaya podría por ejemplo ayudar a reducir el espiral de violencia que atraviesa Rosario?

—Seguramente para alguna forma de violencia puede ser muy importante. Pero insisto: hay otros mercados, otras sustancias, otros intereses que exceden el tema de la marihuana. Hay cosas que se venden en el comercio de barrio, como leche, pan, productos de consumo masivo con el cual el almacenero no hace la gran diferencia pero mantiene el negocio. Con la droga pasa igual. La marihuana se vende mucho, pero no da grandes márgenes de ganancia. Con lo que hace la diferencia es con la coca, el paco, las pastillas, el LSD. 

—Son como dos planos de la problemática, pero el narcotráfico es uno…

—Acá hay una cosa que se dio cuando en 1977 los holandeses hacen la  reglamentación por la cual deciden dejar el tema de la marihuana en manos de los municipios e inventan los coffee shops. Así, separan el mercado de la marihuana del de la heroína. El mayor indicador de eficacia de esa acción se dio en los años 80 y 90 con la epidemia de VIH. Holanda fue de los países menos afectados. Los países más prohibicionistas de Europa tuvieron índices de contagio altísimos. Separar los mercados de una droga con mucho riesgo y muy dañina como la heroína porque se consume inyectada del de la marihuana tuvo repercusiones en materia de salud muy importantes. También en términos económicos y sociales.

—Pero no podemos pensar que eso va a terminar con la violencia que produce el narcotráfico…

—Insisto: con la regulación del cannabis vamos a tener grandes posibilidades de reducir ciertas formas de violencia que no son tenidas en cuenta y la experiencia uruguaya es que es un aporte significativo a esto. Pero en relación a otras no podemos generar la expectativa de que esta regulación va a cambiar una realidad que tiene otras implicancias: hay que tener en cuenta que el mercado de las drogas representa el 3 por ciento del PBI mundial. 

—Una cosa para señalar es que esta ley se sancionó con el Frente Amplio y a pesar del cambio de color político de gobierno es una política que se sostiene.

–Quienes gobiernan hoy tuvieron una posición decididamente contraria durante el debate. Pero han mantenido la ley en todos sus términos. Es una ley que vino para quedarse porque además tiene arraigo popular. Cuando en 2012 se empezó a tratar el tema las encuestas nos decían que teníamos un 27% de personas a favor. Hoy eso cambió significativamente: hay un 60 por ciento a favor. Y si preguntamos por el uso medicinal de la marihuana, el 97 por ciento lo apoya.

—En Argentina una de las razones por las que no se habilita el debate en ámbitos parlamentarios tiene que ver con el cálculo de las dirigencias ante las corrientes de opinión en contra.

—Este es un tema que no hay que discutirlo desde el punto de vista moral, de si está bien o está mal consumir drogas. Nadie dice que está bien consumir drogas. En Holanda lo hicieron para separar los mercados. En el estado de Colorado, hace 10 años, votó más gente a favor de la regulación de la marihuana que por los candidatos que compitieron en las elecciones presidenciales. Y fue porque propusieron que los impuestos a la marihuana legal financien la educación. En Uruguay no se hizo pensando en la libertad de los usuarios, aunque yo pueda compartir esa idea de que la piel para adentro cada uno es dueño de sí mismo, sino para sacarle una parte del mercado al narcotráfico y porque iba a contribuir a mejorar en términos de violencia y criminalidad. Pero además hoy hay 20 millones de dólares al año que circulan en el mercado legal y no en el mercado del narcotráfico.