En el ajetreo cotidiano del microcentro rosarino, junto al carril exclusivo que ve correr decenas de colectivos por minuto en la calle Santa Fe, hay una casona antigua de escaleras altas. En el primer piso hacia la derecha está el estudio de diseño que, dividido por una cortina vinílica azul, invita a pasar 45 minutos en modo avión: celular apagado, sentidos y curiosidad encendidos, para rastrear de todos los libros en estantes y bibliotecas, aquel que llamó la atención, y reclinarse en el sillón de un cuerpo en la esquina para leer junto a la ventana.
En estos tiempos de “vivir encerrados en burbujas individuales y en el celular”, esta propuesta es un manifiesto para reconectar con la vida analógica, y según explicó su creador a Rosario3, Julio Batistelli, “de reencontrarse con la comunidad”. En este caso, de la comunidad de la ilustración, principalmente, ya que la suya es una colección de libros de música, arte, diseño y fotografía, pero principalmente de historieta e ilustraciones, que propone junto a su socia, también diseñadora, Cecilia Reynoso.
Julio y Cecilia son dos diseñadores gráficos rosarinos que decidieron abrir las puertas de su estudio de calle Santa Fe y bulevar Oroño, a partir del impulso de compartir sus libros con todo aquel que pida un turno en su sitio web. Y bautizaron Librería Pública a este espacio escondido, cuyo nombre también es tramposo, por no ser técnicamente una librería ni tampoco es pública, como se suelen conocer las propuestas que parten del Estado. Llenando un formulario online en un calendario con opciones de días y horarios, sin costo alguno, cualquier vecino puede acercarse a leer un rato, y si algo gusta, conversar con sus promotores e incluso hacer fotocopias de los libros.
“Buscamos que dejen un rato el teléfono, silenciado o con volumen bajo sobre una mesa. Este proyecto es algo que me hubiera gustado tener de chico, que no tuve acceso a comprarme cómics, y leía por un amigo que me prestaba. También lo que queremos es generar comunidad, que es lo que le falta a la ciudad”, dijo con entusiasmo Julio mientras abría ejemplares apilados sobre una mesa de vidrio ubicada en el centro de la Librería Pública.
Sobre el nombre, aseguró que les gustaba que tenga una contradicción, y en idioma inglés las bibliotecas públicas se llaman Public Libraries. “Esto lo identifiqué y la traducción literal me gustó. Es una librería pública, donde nada se vende. Es un espacio para compartir. Si alguien quiere adquirir algún libro, yo puedo recomendarles dónde comprarlos”, esbozó.
Hay una serie de reglas claras: no comer, fumar ni beber dentro de la librería. Cuidar los libros “como si fueran nuestros”, y el ingreso es para mayores de 16 años porque hay ediciones de contenido para adultos, como los libros de Tom of Finland “con una precisión en el trazo que te vuelve loco, pero que claramente no es para chicos”.
El origen de la idea: la alegría compartida
David Chow contó en un programa donde lo entrevistaban que una vez en su casa vio pasar a su hijita corriendo con un muñequito de Star Wars de los clásicos, que valía entre dos mil y cinco mil dólares. En vez de enojarse porque ese objeto tiene un valor de colección, se puso muy feliz de entender que alguien le estaba dando uso para jugar. “Cuando vi lo que dijo Chow, estaba en mi living y miré mis libros y entendí lo que quiso decir. Hoy estamos en un mundo en el que la gente que te visita ya no te mira la biblioteca, cosa que lamento. Me quedó la idea dando vueltas”, recordó en torno a cómo surgió esta propuesta tan singular. Luego Julio vivió otro momento epifánico sobre este proyecto: “Recordé que Genesis P-Orridge, artista que me gusta mucho, dijo que si todos compartiéramos lo que tenemos, todos tendríamos más. Me gusta que mis libros estén a disposición de todos. Yo empecé a leer historietas de chico gracias a un amigo porque en casa no podíamos comprarlos”. En mayo pasado terminaron de armar el espacio y abrieron agenda en el sitio web, donde hay un buscador interno por palabras claves, ya que cada libro en la Librería Pública está etiquetado con un sistema de tags por guionista, ilustrador, editorial, género y título. “Este espacio era mi estudio, y con Cecilia decidimos abrirlo acá. Fui consiguiendo chapas para los estantes de la biblioteca, y acrílicos que nos quedaron de una producción los hicimos estantes. Tenía una colección de muñecos, muchos de Spider Man y los vendí todos, y con ese dinero compré más libros”, recordó. Sobre la recepción, su creador dijo que va creciendo cada vez más la cantidad de asistentes por fuera de su círculo de conocidos: “Uno de los primeros era una persona desconocida, el resto fueron allegados, y de a poco cada vez viene más gente. A cada uno que viene le decimos que se saque una foto con un libro que le haya gustado, y que piensen a quien recomendarle que le interese algo de esta propuesta y se lo recomiende”. En un rincón hay estantes en el que ellos decidieron exhibir a modo homenaje, que ahora es del autor del famoso manga Akira, Otomo Katsuhiro, y dentro de unos meses será para otros autores. “Descubrí Akira de chico, lo buscaba para leerlo en los ciber y dije ¿cómo mierda esto se mueve? Cada cuadro está hecho a detalle, de un nivel para colgar en un cuadro. Me fascinó mal”, destacó. Hay estantes dedicados a la música punk y metal, el diseño y la tipografía. En estos hay discos de vinilo, que los compró por la tapa, que son obras de arte en sí mismas. Consultado sobre cuál fue su criterio de orden, repasó mientras señalaba cada estante: “Lo pensé bajo el criterio de líneas editoriales. Hay una cantidad de libros de arte y de fotografía, pero la mayoría son ilustraciones. Hay editoriales independientes y nuevas, manga, historietas de comic de adultos, los clásicos superhéroes de Marvel y DC, revistas clásicas como Fierro y Columba, rarezas de autor, libros de fotografía como uno sobre Gauchito Gil”. Entre la amplia variedad de autores que se observan a simple vista (y que Batistelli mencionaba sucesivamente) se cuentan Frank Miller, Todd Mc Farland, Daniel Clowes, Neil Gaiman, Alan Moore, Tom of Finland, Atsuchi Kaneko, Geof Darrow, Jodorowski, Frank Frazetta, o Art Spiegelman. También hay un rincón al que llamaron “Free shit” donde dejan libros o revistas para que el que les gusta se lleve, y si alguien quiere traer para regalar, también lo haga. “Esa idea la tomé del historietista Charles Burns, que cada vez que iba a una convención, sus seguidores le pedían dibujos, entonces comenzó a hacer bocetos para regalar, a los que llamó “free shit”. Julio Batistelli recordó que algunos amigos no comprendían el objetivo cuando le preguntaron y respondía que su búsqueda es la de compartir las colecciones y generar comunidad. “Es reconectarme con ilustradores de acá que quizás no nos conocemos. Hoy pienso que quizás por estar mucho trabajando para el extranjero, estuve más recluido de los ilustradores locales”, reconoció. Después compartió su mirada crítica con la idiosincrasia local, si es que existe: “Conozco cómo se trabaja en Rosario, y no me gusta. La ciudad se come a sus creativos: el Estado no te respeta. El que produce, el resto lo critican. Es mucha la mentalidad mezquina, sobre todo en los grandes empresarios, que no invierten en la creatividad local. Te valoran solo cuando te fuiste y ‘la pegaste’. Es por eso que una intención es armar comunidad. Con este proyecto quiero reconectarme con la gente. Vivimos en un mundo donde todos estamos encerrados en nuestra burbuja, donde nos rodeamos siempre de la misma gente que nos aplaude”. Julio Batistelli se considera a sí mismo como un diseñador que sabe dibujar. Le gusta dibujar patinetas, y con las que intervino armó una muestra recientemente, y luego un libro de compilación de cada diseño. Trabaja de manera freelance, y entre las industrias mundiales en las que ha diseñado, estuvo en un grupo de creativos en el rebranding del equipo estadounidense de beisbol, los Cleveland Indians, que decidieron pasar su nombre de Indians a Guardians. Su empuje viene de haber aprendido a trabajar duro, y adquirir fuerza en su carrera “como una flor que se hace lugar en medio de la mierda”. Y esto probablemente venga de origen: “Mi mamá remó mucho para mantener tres hijos, y entendí que como diseñador era mejor trabajar para otro mercado más sólido en el mundo, y eso me iba a dar más seguridad”. Se considera muy futbolero, y recordó que de chico, cuando jugaba, ya se iba a dibujar en un rincón los escudos o camisetas, y sus primos lo puteaban. “Me encantaría alguna vez diseñar una camiseta”, confesó, a la vez que destacó: “Soy leproso. Y mi hija y Lionel Messi son las dos mayores alegrías de mi vida. Estuve en una ronda inicial de diseñadores del Inter Miami, pero fue antes que se sumara Messi. Siempre tuve una fascinación por lo pictórico y el futbol, que los jugadores son los superhéroes de la realidad”.
De la reclusión a la búsqueda de armar comunidad



