La pandemia de coronavirus dibujó contornos propios a la cotidiana intimidad y también a la vida social, en el marco de la cual, los espacios públicos al aire libre cobraron relevancia. Es en los parques y plazas donde la amenaza del contagio se amansa y permite disfrutar el estar con otros o de la propia soledad. También de la actividad física y el esparcimiento.

La promoción del aire libre como un refugio en pandemia empujó a muchos rosarinos y rosarinas al borde verde que mira al Paraná. Es en la llamada costa central donde cada tarde, cuando el sol baja un poco la guardia, se congregan miles y miles de personas cuya mayoría hace ejercicio.

El virus y su necesario distanciamiento social intensificaron el despliegue de grupos de entrenamiento físico y con ello postas, banderas, parlantes y aros, todos identificados y bien publicitados. Tal es su extensión que muchas veces dificulta el paso de quienes optan por caminar.

El avance publicitario de empresas privadas – que por ello no dejan de promover una sana forma de apropiación del espacio común, siempre beneficiosa más aún en tiempos donde la inseguridad encierra muchos vecinos y vecinas en sus casas– se condice con la instalación de puestos de comida que clavan mesas y sillas en el pasto restándole unos buenos metros al parque donde, sobre todo las noches del fin de semana, se llena de gente que asienta reposeras y heladeritas bajo las estrellas.

El paisaje novedoso que se recrea al lado del Paraná trae aparejado un debate de vieja data: ¿cuál es el límite entre lo público y lo privado? al tiempo que resuenan los interrogantes: ¿hay equidad en esa utilización privada?