En Aullidos en el viento: historias de galgos (Grijalbo), la escritora y periodista Isabel de Estrada reúne una serie de relatos en los que recupera experiencias personales ligadas al rescate y convivencia con galgos.

Son doce cuentos cruzados por la humildad, el amor, la gratitud y la lealtad que tienen por título los nombres de sus protagonistas: Mandorla, Corsario, Blanca de los Espíritus, Amapola, Mi Luna, Ocupas, Cardo, Hueso, Carlota de Navarra, Suspiro, Topacio y Angelito.

Cada uno de esos nombres pudo dejar atrás una historia de explotación para comenzar una existencia de afecto. A la par, cada uno de esos relatos da cuenta de una lucha ligada a la visibilización y concientización sobre el maltrato animal.

En el galgo, el amor va antes que la comida

“Cuando comencé con esto, hace 15 años, el galgo era un perro flaco que la gente no miraba. Hoy caminás por Buenos Aires (y otras ciudades de Argentina) y hay galgos. Un poco el objetivo de este libro era hacer que la gente vea la belleza de este animal”, explica Isabel de Estrada a Rosario3.

Para la autora, “detrás de un problema con un animal hay un problema humano” que revela “cómo somos como sociedad”.

Historias de maltrato animal


Aullidos surgió –como suele ocurrir– incluso antes de que la autora pensara en la “posibilidad de un libro”.

“Soy periodista. Escribo, escribo historias desde la emoción que me producen. Y a estas historias las empecé a compartir en Facebook. A partir de las respuestas de personas que pedían más es que se me ocurrió publicarlas porque al hacerlo pensé que podía llegar a mucha más gente; a personas que quizás de otra manera no hubiera podido”, continúa la también autora de Perros sin collar (2012) y Correr para vivir (2014).

—¿De qué manera tu infancia en el campo marcó tu relación con los animales?
—Pienso que sentía distinto a los animales y me daba cuenta de que no sabía cómo abordar eso. Tampoco se me enseñó. Hay mucha ignorancia a veces. Incluso en un rescate cuando la intención es ayudar. La relación que se establece con los animales en el campo es muy dura. Se los piensa al servicio del hombre o para matarlos. Hasta a veces para divertirse, como pasa con las jineteadas. Eso me hacía sufrir pero no sabía qué hacer, por eso hablo de ignorancia. Después, todo cambió cuando alcé a mi primera galga, que fue Mandorla (Nota: el primero de los relatos de Aullidos lleva su nombre). El libro comenzó ahí, al menos, en la escritura.

Un manojo de huesos


De Estrada recuerda ese primer encuentro con Mandorla –“un manojo de huesos” que “levantó al costado de la ruta” una tarde de verano– como un momento de quiebre.

Creo que todos tenemos esa sensibilidad cuando somos chicos, pero algo pasa en el camino que se va perdiendo

Tal como evoca, se topó con “un mundo clandestino” a la vista de todos: el de las carreras de galgos.

“Descubrí un mundo de mucha crueldad, de juego (en la provincia de Buenos Aires). No podía creen que eso que estaba prohibido pasaba a la luz del día. Estaban el intendente, la escuela; todos pagaban una entrada y se ganaba dinero. No podía entender que esos animales indefensos estuvieran a merced del ser humano. Creo que los relatos también dan a conocer esa verdad”, puntualiza la entrevistada,

Entonces, comenzó su tarea de rescate y concientización con carácter institucional a través de la Fundación Zorba a través de la cual trabaja por un futuro sin violencia animal

“Nosotros nos centramos en la educación. Creo que todos tenemos esa sensibilidad cuando somos chicos, pero algo pasa en el camino que se va perdiendo. Me parece que ese es el principal cambio que tenemos que lograr”, sostiene Isabel.

Es importante dejar de pensar a los animales como mascotas, como algo nuestro

—¿Hay algo en particular en el comportamiento de los galgos que los diferencie de otros perros?
—Es un animal muy sumiso, te diría que en el galgo el amor va antes que la comida. Esto es algo que también mencionan algunas personas que tienen otras razas y que, en algún momento, tienen en tránsito o adoptan uno. Si fuera un ser humano, no protestaría siquiera. Se apartan y hasta se entristecen a veces, como si se dejaran morir. (Ese comportamiento) produce una sensación de desprotección enorme, de vulnerabilidad.

—Mencionaste que el respeto por los animales, sin ánimo de generalizar, es algo que “perdemos” con los años. ¿Podrías explicarlo?
—Creo que detrás de un problema con un animal hay un problema humano. Es importante dejar de pensar a los animales como mascotas, como algo nuestro. Como tratamos a los animales habla mucho de cómo somos nosotros como sociedad.