Las bailarinas no hablan es el segundo libro de la escritora Florencia Werchowsky. La novela editada por Reservoir Books se centra en una niña de once años que deja su pueblo natal, en el sur argentino, para hacer el ingreso a la escuela de ballet del Teatro Colón.

La trama acompaña el crecimiento y los cambios de la nena hasta llegar a la juventud. Desde que se instala en un dos ambientes céntrico de Buenos Aires –al que no pueden llamar hogar– hasta la exhaustiva rutina que suponen el  ballet, en general, y la formación en el máximo teatro argentino, en particular

El desarrollo del cuerpo, el deseo, los sentimientos; todo eso aflora en esta novela de Werchowsky, que dejó el ballet y, mucho tiempo después. se metió en la escritura (su primer libro es El telo de papá, de 2013)

La autora se formó en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y dejó las zapatillas a los 17 años. Hoy se define como “ex bailarina”, tal como lo explicó en una entrevista con Télam.

Y pese a las conexiones entre su historia y la trama, la autora asegura que no se trata de una autobiografía.

“No es mi vida, es una ficción, pero sí entra generacionalmente. Aunque no me lo proponga, entra en esta tendencia a construir «literaturas del yo» (…) En mi caso, la diferencia es que esa literatura está completamente blanqueada. Mi propuesta es tan transparente como confusa porque yo también sé que en la ambigüedad de hacer autoficción se esconden formas de enmascararse. Hay una impostación en el hecho de utilizar la propia vida para construir ficción”, dijo Werchowsky a la agencia de noticias.

“La bailarina no se expresa, no puede hablar en las clases ni en los ensayos. Todo eso se contiene hasta que un día sale y puede salir en forma de libro o de hernia de disco. Esta disciplina tiene esa parte oscura que saca lo peor de la gente y al mismo tiempo genera unas cosas maravillosas. Yo lo viví, lo conté y lo tengo mentalmente procesado. A diferencia de lo que me ocurrió a mí, la narradora del libro no dejó de bailar y no se liberó de eso que la oprime ni de esa institución que en vez de permitirle bailar pareciera impedírselo todo el tiempo. Por eso, la narradora muchas veces está enojada”, continuó.

Al ser consultada sobre qué puntos en común encontraba entre la daza y la escritura, la autora sostuvo: “El rigor, la autoexigencia. En mi caso, escribir es una tarea de lo más mecánica. Si no te sentás todos los días, el libro no se escribe. Hay que tener método y rutina. Yo trato de escribir todos los días, aunque escriba una línea y al otro día la borre. En mi caso, solo metiéndole horas es la forma que tiene de ocurrir, que es un poco el modo del entrenamiento del ballet”.