Eres uno de los dioses más lindos

tiempo tiempo tiempo tiempo

Caetano Veloso (Oração ao Tempo)

 

—Una idea. Que lleva a una idea. Que lleva a otra idea. Una sucesión de ideas. O no, porque se superponen: hay capas de ideas. Muchas, muchas ideas.

—Un proyecto empieza con una idea, es cierto. ¿Pero hasta cuándo tiene que ser pensado? ¿No hay un momento que tiene que ejecutarse? Es más, mientras se ejecuta aparecen nuevas ideas, que se incorporan al proyecto, y lo modifican. Pero un día hay que terminarlo, mostrarlo. Aunque aparezcan nuevas ideas.

A Vladimir Ilich Tao Tse Tung, el maestro que inspira esta columna y a miles de personas en todo el mundo, le pareció atinada la observación del señor de Espacio Neoyorquino.

Pero Gudi insistía. Tiempo, las cosas necesitan tiempo. Un documental como este, que pretende ser completo, mostrar lo no mostrado, necesita una táctica, una estrategia. Trazar objetivos y elegir los mejores caminos para llegar a ellos. Y obtener lo mejor de todo eso lleva tiempo.

No, el señor del programa estatal Espacio Neoyorquino, que tenía que aprobar un nuevo subsidio para la película, no se conmovió. Vladimir pensó que el brainstorming para el documental sobre esa Nueva York potente y luminosa pero a la vez áspera y fatal se había hecho largo.

Llevaban prácticamente tres meses encerrados en la oficina del cineasta en las torres gemelas de Martin Town. Sólos los dos, salvo por las interrupciones de la idishe mame de Gudi (ambos vivían juntos en el departamento de al lado), que los abastecía de knishes, vareñiques, y falafel. La verdad, estaban bien alimentados.

Pensaron mucho. Dibujaron un mapa de la ciudad. Pintaron de rojo los barrios más complicados. Leyeron decenas de crónicas sobre las bandas enfrentadas de The Flowers Town y Gálvez Village. Y, claro, filosofaron. Hablaron de viajes. De ciudades. De amores. Se hicieron amigos.

Todo eso sólo en tres meses, se vanaglorió Gudi. Pero no, el señor de Espacio Neoyorquino se mantuvo en su postura. Y les dijo que les iba a asignar un supervisor para que los ayudara a encaminar el documental: escribir el guión, hacer las entrevistas, filmar, editar.

Al día siguiente Vladimir se levantó con el alba. Hizo su caminata habitual por el barrio de los Pescadores (Fisher Town) y más tarde se tomó la línea B hasta Martin Town. En el trayecto pensó en Cocó, como siempre: ella estaba en su cabeza. Se preguntó si solo allí.

Cuando subió a la oficina de Gudi en las torres gemelas de Colón Street, y se sentó a tomar el mate cocido con strudel de manzana que había preparado la idishe mame del cineasta, sonó el timbre.

Abrió Gudi. El tipo de enfrente medía una cabeza más que él. Pero no la cabecita de fósforo de Gudi. La del tipo, que era grande y cuadrada. También era bastante más ancho. No parecía judío. Ni ruso. Ni ruso chino. ¿De dónde era?

Qué tal. Soy Carlos Fardel, periodista (dijo "soy Carlos Fardel, pe-eriodista", y cuando llegó a "riodista" le tendió la mano a Gudi, e hizo una mini reverencia con la cabeza).

A Fardel lo mandó el señor de Espacio Neoyorquino. Ahora era el supervisor del documental sobre aquella Nueva York en llamas, que tenía director (Gudi) y productor general (Vladimir). Y por ahora nada más.

Gudi propuso empezar con un buen brainstorming. Vladimir dijo que le parecía bien. Fardel aceptó. El supervisor habló del avance del narcotráfico, de si debía investigar el FBI o la policía local, de la corrupción entre los uniformados, de las carencias y las ausencias en esos barrios del borde de Nueva York, con reglas y gobierno propio.

Fardel conocía esos territorios y la problemática. Tenía además una mirada amplia sobre el tema. Sabía la historia. Dijo que se podía empezar a filmar ya. Pero Gudi pidió no apurarse. Porque lo mejor de cada uno no sale enseguida. Hay que saber esperarlo.

La idishe mame de Gudi preguntó si el otro muchacho también iba a comer. Carlos Fardel, pe-eriodista, se presentó. La señora cocinó gefilte fish. Estaba... emocionante. Gudi, Vladimir y Fardel lo comieron en silencio, sintiendo todos los sabores, y viajaron al origen de los tiempos.

Fardel se relajó por completo. Con cada bocado aflojaba un músculo distinto. Le cambió la postura del cuerpo, soltó hasta los cachetes.

Vladimir lo vio y entendió: la idishe mame de Gudi tenía superpoderes. Ella quería a su hijo al lado y lo tenía. Y al amigo de su hijo. Y ahora al supervisor de su hijo. El placer puede cambiarlo todo.

Fardel dijo que estaba bien tomarse unos días y pensar un poco mejor la cosa. Contó que además de pe-eriodista era cantor. Cantor de tangos.

Gudi ofreció conseguirle una fecha en el bar Camel, donde él los lunes tocaba el clarinete.

Vladimir tomó nota: la mamá de Gudi tenía muuuuuuucho tiempo. Por eso era poderosa. Pensó en qué quería ser él. Y en cuánto tiempo le iba a dedicar.