Y llegó el 25 de mayo. La foto soñada de un Javier Milei triunfante y eufórico, viendo pasar delante suyo, de a uno, a los gobernadores del país para rubricar una esquela pomposamente llamada Pacto de Mayo, no ocurrió. El deseo de tener el sistema político rendido a sus pies en la tierra de Conan no pudo ser. 

Al final Córdoba fue una foto en soledad, rodeado de los propios y huyendo hacia adelante. De eso se trató el anuncio ayer de una futura Comisión de Mayo, condicionando su concreción ya no a la aprobación de la ley Bases, sino también a la firma del Pacto de Mayo, como si fuera un trámite en el que no hay nada que discutir y todos van a estar de acuerdo.

El acto en Córdoba fue casi un calco del epílogo kirchnerista. Un acto político con los convencidos. Se vio también un poco de aparato, muy al estilo de lo que por años se le criticó al menemismo primero y al kirchnerismo después, cuando movilizaba militancia al Monumento a la Bandera los de 20 de Junio.

En 2011, el entonces gobernador y candidato presidencial Hermes Binner desistió de dar su discurso ante la hostilidad de las agrupaciones kirchneristas. Este sábado Milei ni siquiera dio lugar a que el gobernador de Córdoba o el intendente estuvieran en el escenario. En los días previos hasta estuvo en duda la invitación. De dirigir unas palabras, ni hablar. 


Matices discursivos

 

Esa subordinación y desprecio simbólico hacia la representación federal se matizó con un discurso que evitó las adjetivaciones descalificatorias a la dirigencia política y al Poder Legislativo en particular. De hecho fue un mensaje de carácter convocante, aunque no más allá de la formalidad, sin precisiones ni horizontes más que engrandecer la Patria y reivindicar idearios decimonónicos como los de las generaciones del 37 y el 80, e ideas genéricas que en sí mismas no definen nada.

El 25 de mayo fue el brete que el propio gobierno montó, se metió y en el que se quedó empantanado sin poder salir. En ese trajín gastó la bala de plata: la ley Bases no está aprobada y en consecuencia el Pacto de Mayo quedará como una anécdota en el mejor de los casos, como un fracaso en las descripciones más crudas. Podrá disimularse con un 20 de junio en Rosario, un 9 de julio en Tucumán, pero no será lo mismo.

Milei se enamora de sus ideas y de cualquier logro moderado construye una hipérbole. En esa línea, los organizadores pusieron un grupo de animadores en primera fila a vivar al ministro Luis Toto Caputo, una forma de darle el pie al presidente para que se refiera a él como “mi ministro”, que “está domando la economía” y es un “rockstar”. Todo para confirmarlo en el cargo después de que él mismo lo pusiera en duda con el resto del gabinete, probablemente sin percatarse del alcance de sus palabras.


El Congreso que no es y el ajuste

 

Quizás fue un error de lectura, o quizás no y hubo una apuesta fallida, pero lo cierto es que el gobierno de Milei abordó el Congreso como si su composición fuera el reflejo del balotaje en lugar de serlo de la primera vuelta electoral. No hay tal 56%.

Por eso la ley Bases fracasó en su versión ómnibus de enero y fracasa ahora, aun cuando es probable que termine siendo aprobada, pero no en los tiempos y con el texto que el presidente pretendió imponer. 

Para completarla, en la Casa Rosada no se les ocurre mejor idea que quejarse porque el Congreso no le aprobó ninguna ley mientras que les sancionó más de cien leyes en el primer año de gestión a los presidentes desde 2003 para acá. Una línea argumental que insiste en presionar al Congreso, pero en realidad sólo expone la torpeza política, primero de mojarle la oreja a los legisladores con un megadecreto de necesidad y urgencia, de querer reformar casi 300 leyes en un solo proyecto de ley, y luego repetir el error en una versión más acotada. El gobierno no mandó otras leyes, hizo una apuesta a todo o nada. El resultado es conocido.
Mientras tanto el tiempo pasa y las hipérboles no son la medicina adecuada para curar los problemas. “El ajuste más grande la humanidad” empieza a mostrar sus efectos críticos. La desocupación golpea, la recesión se manifiesta brutal en la economía y asoma la conflictividad social. Aquella promesa de “fundir a los gobernadores” se cristaliza en las jurisdicciones que menos espaldas tienen para recortar. Pero ninguna se siente a salvo. Misiones apenas es el primer aviso. 

El gobierno aprovecha para mirar a otro lado porque es un tema provincial, como si el recorte abrupto de recursos no automáticos, que no quieren decir discrecionales, no hubiera afectado. Claro que las provincias pueden y están ajustando gastos, aunque también atienden el país real del que Milei se desentendió. Medicamentos, tratamientos médicos, transporte, obra pública, asistencia social alguien la está pagando, y son las provincias. En la necesidad, la Casa Rosada aprieta: “Saquen la ley Bases y ahí están los recursos fiscales que necesitan”.

Persuasión, convencimiento, consenso, acuerdo, son palabras que quizás exasperen al hombre y la mujer de a pie, pero no las puede olvidar un político, menos un gobernante. Menos aún si llegó al gobierno con el 30% de los votos y un puñado de legisladores. Milei usa la legitimidad popular que supo ganarse gracias al hartazgo con una dirigencia política ineficaz y cuestionada, para imponer un proyecto que denomina “anarcocapitalismo” que no tiene consenso en la Argentina. 

Todo acompañado de un delirio de grandeza –real o impostado, ya es difícil distinguir entre el presidente real y el personaje– que lo lleva a proclamar que es un modelo que se diseminará en otras partes del mundo a partir del experimento que intenta hacer en Argentina.

El acelerado desgaste del gabinete de ministros, cuya continuidad el propio presidente puso en duda estos días, es otra consecuencia del brete en el que se metió Milei. El ultimátum al Congreso y los gobernadores se le volvió en contra y ahora, para disimular el fracaso, tienen que saltar fusibles. Todo indica que el jefe de Gabinete será el primero.

La espalda de Política

 

Que el presidente haya fracasado en su intento de hacer desfilar de rodillas al sistema político, no significa que el sistema político lo haya derrotado. Conserva índices de esperanza altos y aunque la brutal recesión y una incipiente crisis de desocupación empiezan a enturbiar el horizonte, la baja de la inflación y la idea instalada de orden en las cuentas públicas le permiten conservar apoyos.

Es decir, tampoco estamos ante una escena como la que pinta la letra original del Himno nacional: “Y a su planta rendidos un león”. A Milei le queda mucha espalda todavía a pesar de los errores casi adolescentes que cometió su gobierno. Tiene tiempo y espacio para redefinir alianzas, corregir rumbo y formas. Sobre todo abordar la gestión política, casi ignorada en esta primera etapa, o delegada en figuras no aptas teniendo ministros con oficio para el diálogo y la negociación, como Guillermo Francos.

La duda es si Milei se permite ese giro. ¿El anarcocapitalista talibanizado que vimos hasta ahora es solo un personaje o es la esencia del presidente? ¿Qué busca Milei cuando va a España o Suiza a avivar a los líderes del mundo occidental sobre lo estúpidos que no se dan cuenta que están cayendo “en el socialismo” y vuelve a la Argentina y se autodefine como uno de los cinco líderes más importantes del planeta? 

¿Qué busca siendo la voz sudamericana de una alianza de extrema derecha occidental negacionista de derechos, de las minorías, de la historia, del cambio climático? ¿Qué deriva imaginan para el país el presidente y el núcleo ideológico que lo acompaña? ¿Los desbordes expresivos y sus posicionamientos extremos sólo buscan aprovechar la oportunidad que la crisis de la democracia moderna le presenta a un dirigente que busca incrementar su base de sustentación; o anida ahí la idea de una democracia acotada, restringida a lo formal? 


El espejo de Brasil

 

Son preguntas pertinentes a pesar de que parezcan fantasiosas. Quién puede asegurar que en 2027 la Argentina no deba mirarse en el espejo del Brasil de 2022, cuando los partidos democráticos, debieron deponer las antinomias del pasado y unir fuerzas en un frente transversal en defensa de la democracia para cortarle el paso al bolsonarismo.

En Brasil, esa urgencia histórica la lideró con éxito el expresidente Lula, que salía de estar injustamente en la cárcel y tuvo la capacidad de convocar a sectores de derecha democrática, contener a los propios y a buena parte del “centrao” un bloque de micropartidos ultraterritorializados, muy conservadores y localistas, que un día juegan de un lado y otro día del otro.

En Argentina no pareciera haber quedado en pie un Lula con esa capacidad de convocatoria ante circunstancias como las que Jair Bolsonaro puso a Brasil. Tampoco pareciera haber espacio para que un frente antimilei tenga a una figura del kirchnerismo (probablemente ni siquiera del peronismo) como punta de lanza. 

Todo está por construirse en el desconcertado arco opositor a Milei, aunque si se aplica el zoom se observan entendimientos muy elementales pero al margen (incluso desafiantes) de la centralidad del gobierno. Por ejemplo el rol de una parte del radicalismo en el Congreso ante la ley Bases, o la colaboración transversal entre gobernadores, como el caso de Kicillof con el gobernador del PRO de Chubut o con Pullaro en Santa Fe. Tampoco estos hechos aislados, que de por sí no aventuran nada en sí mismos, no ocurrían antes del terremoto Milei.

El lugar de Pullaro

 

En ese contexto en el que todo está siendo rediscutido, el gobernador de Santa Fe dio esta semana una definición muy relevante al explicitar en un reportaje con Letra P que su referencia en la política nacional es el senador Martín Lousteau, y lamentó que no haya ganado la jefatura del gobierno porteño porque eso le daría otra impronta a la oposición”. No hubo ambigüedad en su respuesta. Calificó a Lousteau como el dirigente “más brillante de la Argentina”. 

Pullaro, que hace un culto del pragmatismo para surfear el intenso oleaje que agita el sistema político, se corrió del papel de surfista para abrazarse, sin ambigüedad alguna, a uno de los enemigos públicos de la Casa Rosada. Esa definición tiene lecturas no sólo en el escenario nacional y puertas adentro de la UCR, sino en Santa Fe, especialmente en Unidos.

Seguramente no habrá dejado contento a Federico Angelini y los sectores del PRO más jugados con el gobierno de Milei, y a la vez alivió a los espacios más progresistas, por ejemplo el Partido Socialista, que ayer ratificó por medio de un documento público su condición de oposición y planteó que la Argentina necesita un “acuerdo federal y democrático”, “pero uno muy diferente al que propone el presidente Javier Milei”, que se base en la producción, el trabajo y el desarrollo social.