¿Qué hace y dónde trabaja un/a psicopedagogo/a? ¿Qué relación tiene con la educación? ¿Y con la psicología? . El trabajo de los psicopedagogos es silencioso y de bajo perfil y hasta, a veces, desconocido. Durante mucho tiempo se entendió que la práctica de la psicopedagogía se circunscribía al ámbito educativo, pero su campo de acción se amplió y actualmente los/as psicopedagogos/as forman parte de equipos interdisciplinarios que también desarrollan su labor en centros de salud, juzgados, empresas y escuelas especiales.

Mariana Vignuda es psicopedagoga y ejerce su profesión en el Colegio San José de la ciudad de Rosario, es docente en la carrera de Psicopedagogía en la Universidad del Gran Rosario y tiene un consultorio privado hace más de veinte años.

Con el objetivo de seguir escuchando a los/as especialistas, desde Aptus la entrevistamos para que nos cuente, entre otras cosas, en qué consiste su trabajo, cuáles son sus métodos y cómo afectó a sus pacientes el aislamiento por el coronavirus.

¿Qué hace una psicopedagoga?

Si hoy tengo que definir mi trabajo, lo defino como el acompañamiento en los procesos de aprendizaje – no se circunscribe solo a los procesos educativos -. De hecho, estamos teniendo nuevas demandas que exigen un trabajo interdisciplinario. Son demandas derivadas, muchas veces, de la escuela – porque la escuela detecta, lo que otras instituciones no pueden – y uno toma esas cuestiones y las resignifica. Por ejemplo, lo que suele aparecer como Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD) para nosotros se trata de un proceso que lleva a un chico a ese modo singular de padecimiento.

¿Y en qué consiste ese acompañamiento?

Se trata de entender el pensamiento de un sujeto. Meterte en su cabeza y tratar de comprender cómo está mirando el mundo.

¿Hay un sistema estandarizado de análisis o es un trabajo personalizado?

Yo no hago test ni evaluaciones estandarizadas de ningún tipo. Lo que hago es un trabajo artesanal, muy de uno a uno, donde pongo muchísimo el cuerpo. Paso de la consulta de un niño pequeño que se está alfabetizando a un adolescente que tiene una problemática subjetiva grave. Uno tiene que estar super implicado con todo su pensamiento, pero no sobre implicado, para que la angustia que la situación pueda provocarnos no obture el abordaje.

¿Qué crees que no puede faltar al momento de acompañar a un paciente?

Estar alerta y, a la vez, muy tranquila y relajada. Porque los chicos son muy sabios y si ven que queres imponerles algo, se dan cuenta y huyen. Se trata de ser creativo. Por ejemplo, un nene que está en tercer grado y no está alfabetizado, se va al canasto de los juguetes. Tengo el apuro de alfabetizarlo y la necesidad de estar ahí jugando con él con lo que él puede producir en este momento. Porque ahí está la génesis de una posible simbolización y la posibilidad de que surja en él la necesidad de escribir. Es la ética de lo oportuno. Estar ahí, pero a la vez, no dejar pasar el tiempo y el momento. No apurarlos ni dejar pasar.

¿Seguiste los tratamientos de tus pacientes durante el aislamiento? ¿Cómo te llevaste con las pantallas?

Yo siento que lo que nos está pasando con las pantallas en esta pandemia, es que empezamos a pensar en cada uno de ellos por separado y escuchamos qué necesita, sin reglas ni generalizaciones: cuál niño puede acceder a la pantalla y cuál no y qué hacemos con los niños que no pueden. Hoy el problema se plantea a través de la pantalla, pero si vos venís trabajando como docente, como directivo, como profesional en un consultorio de manera creativa, vas a poder seguir haciendo tu trabajo a través de las pantallas. En cambio, si venís siendo rígido o estás empantanado, diagnosticando siempre con el mismo librito, vas a seguir con lo mismo a través de la pantalla y le vas a decir a los chicos “vamos a leer la página tal del libro”. La pantalla pasó a ser un analizador, yo le quitaría el drama.

¿Y en la escuela? ¿Cómo fue el cambio?

En la escuela, la forma que usábamos para comunicarle algo a los papás era el cuadernito de comunicaciones y yo quería seguir sosteniendo esa charla con los padres. Además, surgieron nuevas situaciones: hubo chicos que no enviaban los trabajos o que no se estaban conectando a las clases. Y cada caso fue un mundo: papás que están doce horas trabajando o familias que tienen una computadora y tres chicos, familias que no tienen conexión a internet. Entonces, lo que hice fue enviar un mensajito a cada mamá y le pregunté si quería hacer una videollamada o si prefería una llamada telefónica, que ella me dijera cómo se sentía más cómoda.

¿Qué opinas sobre esta postura de que el uso excesivo de pantallas sumado al aislamiento va a afectar a los chicos de un modo definitivo?

Lo primero que pensamos respecto del uso de la pantalla en la pandemia fue que había que medirlo, porque iba a tener un efecto en los chicos y en los adultos. Cuando pedimos que no haya tantas horas de pantalla en la vida de los chicos, no estamos pensando en que no miren dibujitos o que no jueguen tanto a los videojuegos. Si no, que lo pensamos desde el punto de vista de los vínculos y los pensamientos, porque la lógica de las pantallas es la de la eterna presencia: no hay ausencia, no se producen baches, no se producen huecos. Y de ahí surgen todos estos reclamos que a veces hacemos: me viste, estás conectado, me clavaste el visto, cómo no me contestas y por qué no me hablaste si estás conectado. Esto tiene que ver con que el otro está siempre ahí y eso en la constitución subjetiva de una persona es riesgoso. La ausencia y la falta nos constituyen y acá no la hay. Pero, por otro lado, hoy por hoy, ese fue el modo en que se pudieron sostener los vínculos.

¿Cómo es ese vínculo? ¿Se puede decir que el encuentro virtual reemplaza al encuentro real?

Cuando en la escuela se empezaron a hacer los Zoom, lo que escuchábamos por parte de los papás, no era que por fin empezaban las clases, sino “mi hijo estaba desesperado por ver a sus compañeros”. Entonces, ese Zoom pasó a ser el garante de un lazo. Y nosotros, los profesionales, tenemos que entenderlo así. No podemos pensar que el lazo se da solamente si nos vemos o nos tocamos. Hoy la virtualidad garantiza un lazo y no hay otros modos. Pero, a su vez, creo que de lo que más nos tenemos que cuidar en este momento es de las lecturas dramáticas: que los chicos van a ser robots o que nunca más va a volver a ser cómo era. Tomemos esto como una transitoriedad. Solo hay que diferenciar entre pantallas: hay una que les permite hablar con sus compañeros y su seño y otra que lo mantiene aislado en su pieza a oscuras durante diez horas.

¿Crees que algunas cuestiones que se virtualizaron serán así en adelante?

Creo que de esto tenemos que aprender sí o sí. Hay cosas que ya no tienen por qué estar circulando en el cuadernito o en la fotocopia, por ejemplo. Hay cosas que podemos transmitir a los chicos con un video para ver en casa y al otro día charlarlo. O leerles un cuento y dejárselos grabado y al otro día hablar sobre eso. Son cosas que en las universidades ya se vienen haciendo y ahora se aplicará a los otros niveles.

¿Qué efectos positivos viste en este tiempo de aislamiento con los chicos pasando más tiempo en su casa y con sus familias?

El tiempo compartido entre toda la familia tuvo impactos increíbles. Yo me encontré con pacientes que venían en tratamiento y que volvieron tres meses después con logros, como si hubieran seguido en tratamiento en el ámbito familiar o chicos con los que venía trabajando la alfabetización y los volví a ver alfabetizados. Esto tiene que ver con familias que pudieron tomar con flexibilidad y sin desesperación la función de la escuela en casa. Se empezaron a repartir de diferente manera las tareas. Hay chicos que empezaron a ocuparse del orden de su habitación, otros de lavar los platos.

¿La escuela – tal como estamos acostumbrados – puede ser reemplazada por este sistema de escuela en casa?

La escuela no se va a reemplazar nunca. Hay muchísimo para resolver y para pensar sobre lo que ofrece y lo que pasa en la escuela, pero tiene una función simbólica fundamental que tiene que ver con el vínculo con lo social y lo cultural, el vínculo con los pares y la terceridad – que es la salida de lo endogámico, de lo familiar – y eso hay que sostenerlo como se pueda. Hay mamás que por el vínculo que tienen con sus hijos están felices de tenerlos en casa todo el día y ahí es dónde nosotros más tenemos que estar. Esa función de la escuela es irremplazable. Hay un edificio simbólico que hay que seguir sosteniendo.

Como en todas las crisis hay oportunidades. ¿Cuál pensás que puede ser el cambio que deba darse después de esta crisis?

Algo que está súper dicho desde lo teórico, pero que aún no lo podemos hacer carne en la escuela es el trabajo con la diversidad. No hay modo de seguir trabajando como trabajamos y con la escuela virtual se pudo ver. Hay gente que no se puede sentar con su hijo a hacer la tarea y no es que no se puede sentar porque no los quiera, sino porque vienen de trabajar todo el día, porque tienen tres hijos, porque no pueden. Qué vamos a hacer con los chicos cuando volvamos a clases y lleguen con la tarea sin hacer, con los chicos que tienen dificultades en el aprendizaje y que no tienen seguimiento familiar. O que lo tienen, pero en familias cuyos recursos simbólicos o historias escolares no le permiten acompañar a un chico en la secundaria. Qué vamos a hacer con lo que dábamos por supuesto. Si esto no deconstruye esos supuestos, no lo va a deconstruir nada.

¿Por dónde se empieza?

Pensá en un primer grado con un chico que no agarró nunca un lápiz, otro que ya está alfabetizado, otro que fue a jardín desde salita de dos y otro que fue a una Waldorf y está re contra estimulado. Tenemos que aprender cómo ubicar los bancos, dónde se ubica la maestra, por qué hay un pizarrón. En el protocolo nuevo los chicos no se pueden pasar los lápices, por ejemplo. Y una de las docentes preguntó: ¿si el chico quiere darme su cuadernito para que se lo corrija yo no lo puedo agarrar? ¿cómo hago para saber que hizo? Tenemos que ver que el cuaderno sea otra cosa, que el chico me pueda decir qué hizo, encontrar un modo de corregir que no sea la birome verde, cambiar rituales. Me parece que está bueno. El perfil del alumno es que ya no hay más perfil. Si te pones a pensar en la palabra perfil es como un recorte, algo que miro de costado y digo qué veo. Ahora hay que llevar la clínica a la escuela. Tenemos que construir ideales, pero no ser idealistas inocentes. Después de esto vamos a ser mejores personas. La pandemia nos manifestó lo más humano.