Hace ya bastante que Sergio Olguín dejó las redacciones –como periodista trabajó en Crítica de la Argentina y El Guardián, entre otros medios, además de fundar las revistas V de Vian y El Amante–, pero mantiene viva la agitación del periodista que sale a la calle en busca de historias y así la hizo a su ya famosísima Vero Rosenthal, quien hace poco regresó en un quinto libro, La mejor enemiga.

Olguín era ideal para esta semana del 7 de junio: desde el lugar del escritor habló del nuevo periodismo, con algo de nostalgia por ese otro más "aventurero", como el que se permite en la ficción con la protagonista de La fragilidad de los cuerpos. Asegura que la realidad es un gran semillero de historias.

Cómo arma sus ya famosas bandas de sonido y su defensa a la vieja (pero no tanto) literatura argentina en esta entrevista para el Club de Lectura de Rosario3 que también podés escuchar en formato podcast acá.

–¿Cuál fue el primer impulso para ser escritor?

No se si hay un primer impulso, creo que es una sucesión. La primera razón es que me gustaba leer. Me pareció un paso natural, entre la lectura y la escritura. Era tanto lo que me gustaba leer de chico que, de alguna manera, empecé a jugar con la idea de ser escritor así que a los 11 años empezaba a escribir historias, tratando de contar algunas historias que creía que pudieran ser importantes para ser escritas. Eso que salía del mundo escolar, lo hacía por mi cuenta como una diversión. Y creo que ahí hubo una especie de impulso primigenio, después ya en la adolescencia empecé a tomar conciencia que podía llegar a gustarme escribir.

Empecé primero con unos textos largos que tenía que hacer para la escuela y que me los tomé muy en serio y a partir de ahí empecé a escribir otras cosas para mi y a participar en algunos concursos. Y eso empieza a formarte como un escritor que escribe para uno sobretodo, ¿no? Para divertirse, para entretenerse. De alguna manera eso después permanece a lo largo de los años porque uno sigue escribiendo para entretenerse, más allá que sea un oficio, sea un escritor más profesional, pero está eso en el origen de los diez, 11 años que empecé a escribir porque me gustaba leer.

–¿Cómo fue el cambio de periodista "fulltime" a escritor?

Toda mi vida trabajé de periodista. Empecé a trabajar muy joven de periodista, cuando tenía 17 años. La literatura o la escritura de ficción iba en paralelo, no es que no escribía, simplemente que escribía como hobby, como diversión. Después, de a poco, me lo empecé a tomar un poco más en serio, a creerme un poco más la figura del escritor. Empecé a conocer a otra gente que hacía lo mismo que yo, pero el salto de dejar el periodismo fue a partir de dos experiencias bastante traumáticas desde lo laboral. Yo estuve en los cierres del diario Crítica de la Argentina y de la revista El Guardián. 

Olguín sobre cuando dejó el periodismo

Del diario Crítica nos quedamos sin trabajo y no nos pagaron ni siquiera el último mes de trabajo, olvidate indemnización y todo lo que le corresponde a un periodista en relación de dependencia. El Guardián fue un cierre más ordenado, nos pagaron y la indemnización era bastante buena y en ese momento había salido La fragilidad de los cuerpos, había funcionado muy bien y estaba la posibilidad de hacer una serie. Y pensé que era el momento adecuado para que diera el salto, dejara el periodismo, oficio que había ejercido hasta ese momento desde los 17 y dedicarme a escribir ficción, ya sea novelas, o guiones para series, películas, lo que me pidieran.

Y me quedó la nostalgia del periodismo, es algo que me sigue gustando, me sigo juntando con amigos periodistas, me encanta hablar de actualidad, del oficio del periodista. Casi que te diría que me gusta mucho más hablar del oficio del periodista, que del escritor. Ahí tengo opiniones más firmes. No puedo decir qué es un buen escritor, pero sí cuándo está bien hecho un trabajo periodístico o no.

–¿Parar construir tus historias, te nutrís de la coyuntura? ¿Llevás acontecimientos a la ficción?

En algunos casos he hecho eso, el caso más evidente es el de Las extranjeras donde tomo el caso de las turistas francesas asesinadas en Salta y lo reconvierto en una novela donde aparecen dos chicas extranjeras que no son francesas, sino una suiza y una noruega. No están en Salta sino en Tucumán. Empiezo a hacer algunos cambios que me permiten manejarme más libre al momento de escribir ficción. No se si eso viene del periodismo, creo que el periodismo me aportó mucho a mi como escritor, de la misma manera que la literatura aportó mucho a mi trabajo periodístico.

Hay como una alimentación mutua, pero me parece que eso tiene que ver con que la realidad es muy rica para el narrador. No es necesario ser periodista para usar casos verdaderos y convertirlos en ficción; me parece que lo que hay ahi es una fuente más para nutrir un texto literario, que es lo que hago, muchas veces a partir de una noticia. Y a veces también pasa al revés: escribís algo y termina pareciéndose a una noticia que después hay, o hay gente que piensa que es una noticia. En el caso de La fragilidad de los cuerpos, mucha gente me pregunta si está basado en un hecho real y está totalmente inventado.

Como diria Boris Vian, "esta historia es verdadera porque me la inventé de cabo a rabo” , en el prólogo de La espuma de los días. A veces las cosas parecen verdaderas porque están justamente inventadas.

–En la ultima entrega de Vero Rosenthal, La mejor enemiga,  parece haber una intención de mostrar cómo va cambiando su oficio de periodista. ¿Cómo ves esos cambios?

Verónica acompaña los cambios. Va a pasar del papel a un medio más digital y todo eso. Vero es una periodista medio anacrónica, muy de otra época. Ese es el periodismo que de alguna manera yo también añoro, el viejo periodismo, el periodismo que sale a la calle a buscar la noticia, a consultar las fuentes, que se mueve más con la calle que con el teléfono o con Internet.

Hay un poco de nostalgia de eso del periodista de investigación que se mete en problemas, que sale en busca de la noticia. Cuando yo empecé a hacer periodismo a los 17, yo pensé que me iba a dedicar a ese periodismo de investigación, mi plan era dominar el mundo a partir de mi trabajo periodístico. Pensaba que el periodista podía cambiar un poco la realidad con su trabajo, que podía meter presos a los malos, y ayudar a las víctimas a exponer sus problemas.

Y con el tiempo te vas dando cuenta que el periodismo no es exactamente eso, sino que el periodismo tiene más que ver con escribir medianamente bien, ni siquiera demasiado, no es necesario escribir muy bien, el mayor mérito es entregar las notas a tiempo y más o menos adaptarse a la línea del medio en el que trabajás. Pero uno siempre mantiene ese espíritu, está presente en todos los periodistas y cada tanto nos sale un poco esa rebeldía en favor del oficio.

Y yo quería una Verónica así, una Verónica que no se adapte, no es una periodista más, sino que cada aventura lo vive, lo vivo, como eso: como una aventura periodística, cada episodio que le ocurrre. Por eso también puedo escribir varias novelas sobre ella; si no, hubiera escrito una sola y hubiera sido muy aburrido si fuera una periodista tan adaptada a lo que exige el mercado periodístico.

–Fundaste una revista de cine, El amante, ¿cómo te llevás con las adptaciones de los libres a la pantalla?

Bien, a mi siempre me ha gustado el cine, mucho la televisión también, me siento cómodo en eso. Y siento que tanto el cine como la tele ha influido mucho en mi escritura, en lo que cuento o en mi forma de narrar. Hay algo de eso que me parece que nos ocurre a todos los escritores, me parece que ya es una marca que no podemos abandonar, por eso un narrador de hoy es tan distinto a un narrador del siglo XIX. Narramos de distinta manera justamente por la influencia de los medios audiovisuales.

Con respecto a las adaptaciones, me siento muy cómodo. Siento que el trabajo del escritor y el trabajo del guionista son dos trabajos absolutamente distintos y lo peor que puede hacer un guionista es querer respetar de manera literal, hay que respetar la esencia. No podes convertir a Verónica en una periodista que se adapta al tema que le exigen las empresas periodísticas, eso forma parte de la esencia. Ahora, lo que cuenta o cómo lo cuenta, o la voz narradora sobre todo, tiene que transformarse en otra cosa si no, terminamos haciendo esas películas con voz en off donde se repiten textos literarios y ese no es el cine que a mi me gusta. Pueden haber buenas películas, las hay, con esa voz en off más literaria, pero en general a mi lo que me gusta es cuando alguien puede tomar un texto y lo convierte en un guión desprendido de las características más literarias del texto de ficción.

Olguín y las adaptaciones literarias a la pantalla

En este momento estoy trabajando con la adpaptación del guión de Las extranjeras. Estoy escribiendo en guión Las extranjeras. Y como guionista soy salvaje, soy capaz de sacar cualquier cosa. En una versión que entregué había sacado a Federico del guión y los productores me dijeron “¡No, no podes sacar a Federico!”. Y yo: “Pero es mucho más interesante una mujer sola que lucha contra esto, que no tiene el apoyo de un varón, sino que está perdida en el medio de la nada...”. Porque además hay toda una subtrama donde en la novela es muy importante Federico y que no está ahora esa subtrama en el guión.

Y yo pensaba, claro, un guionista a lo mejor no se animaría a hacer eso porque piensa que el autor si escribió eso con un personaje tan importante, que va de una novela a otra acompañando a la protagonista, debe ser esencial. Igual me convencieron que había que dejarlo a Federico, hay un despredimiento.

Y por otro lado, el guionista se mete a trabajar en la novela y digo “Qué hijo de puta este escritor que se equivocó, este diálogo es pésimo, y esto se repite. ¿Y por qué al personaje le hace esto?”. De hecho, me dan ganas de reescribir el texto ahora. Hay como una especie de disociación, de esquizofrenia muy divertida que para mi, me parece por otro lado muy enriquecedora, porque me permite conocer mi texto desde otro lugar. Con esto me ahorro años de terapia si puedo hacer esto.

–Guión, cuento, novela. ¿Dónde te sentís más cómodo y cuál es el que más te gusta leer?

Novelas, novelas. Me siento más cómodo. Lo mío es escribir novelas es lo que más me divierte. También es donde tomo decisiones 100 por ciento yo.

Lo de recién, lo del guión, yo intenté sacar a Federico, la productora que es Vanessa Ragone, le parece que no, que tiene que estar, y de alguna manera un guionista se tiene que adaptar a las decisiones de producción. Y además, una vez que haya un director eso se va a volver a trabajar. El dueño de la película es sobretodo el director. El guionista cumple una función más de acompañamiento, de mimetizarse, del estilo del director o de las necesidades de producción cuando es una serie.

En cambio, el novelista está siempre solo tomando las decisiones. Las decisiones son siempre del escritor ahí. Habrá un editor general que te dice "Che, me parece que a esto le falta un poco de ritmo". Después hay un editor mas literario que te sugiere determinados cambios, pero las decisiones, siempre, siempre son del escritor y eso obviamente me hace sentir más cómodo.

Por otro lado, también es más arriesgado, pero es lo que a mi más me divierte. Y también lo que pasa es que el trabajo del editor, que es muy importante, y que a veces los escritores tienden a minimizar, sobre todo acá en Argentina, en Estados Unidos no, se trabaja mucho más con el trabajo de edición donde hay editores que incluso convierten libros en otros textos. Yo creo que el trabajo de editor es muy importante. Yo tengo una editora literaria que es Gabriela Franco que trabajó casi todos mis libros, desde Lanús hasta La mejor enemiga y cuando llega ese momento, cuando ya termina el libro y hay que ponerse a trabajar con la edición, para mi es un trabajo creativo tan importante como la escritura misma. Y es un trabajo que te hace observar mucho más detenidamente tu propia escritura, tus intenciones, y te das cuenta que muchas veces uno como escritor se traiciona a sí mismo. Hay cosas que tal vez por vagancia o por miedo no se anima a escribir y el editor que te conoce sabe decirte “Acá, esto es donde vos tenés que trabajar, ésta es la zona donde vos ahora te estás tirando a la retranca y no estas trabajando debidamente”.

–Vos que también has escrito juvenil, se dice que las nuevas generaciones leen menos, ¿te parece que es así?

No, yo creo que se lee mucho más. Las nuevas generaciones, no hablamos de ahora concretamente sino de los últimos 15 años. La revolución fue Harry Potter, ahí es donde nuevas generaciones se incorporan muy temprano a la literatura por placer, no la literatura obligada por la escuela y eso se ha mantenido todos estos años.

Después de Harry Potter otras sagas han sido muy importante. Y me parece que los chicos leen mas ahora que hace 25 años. Por ahi hay generaciones como la mía o anteriores que leían mucho Julio Verne, (Emilio) Salgari, o Louisa May Alcott, para dar tres escritores favoritos de infancia, pero es cierto también que en el medio hubo generaciones que se dedicaban más a ver solo television o más a ver cine, que habian abandonado un poco el gusto por la literatura. Y me parece que Harry Potter convirtio una revolución eso porque no eran solo chicos que leían Harry Potter, sino que se incorporó otra literatura.

Olguín: "Se lee más que antes"

Y por otra parte me parece que hubo un cambio de mentalidad en la forma de enseñar literatura. Cuando yo estaba en la secundaria, que era el final de la dictadura, eso también influyó notablemente en el material que leíamos, leíamos literatura clásica, capítulos de El Quijote. No debe haber libro más hermoso que El Quijote, pero leerlo a los 15 años sin ningún tipo de experiencia literaria o de lectura, es terrible, los chicos salen huyendo. Y hoy por hoy, se encuentran con una literatura, acá en la Argentina, que se siente mucho más cerca de lo que ocurre. Han habido colecciones muy importantes de literatura juvenil en Argentina que han hecho que los lectores adolescentes, de libros que tienen que leer en la escuela sobretodo se convierta en una lectura placentera.

Ese es un cambio para mi muy importante porque si conseguis que alguien lea en la adolescencia por placer, se termina enganchando, probablemente esa persona siga leyendo el resto de sus días. Armás nuevas generaciones de lectores y eso redunda favorablemente también para todos, y sobre todo para los que leen, que somos los que mas disfrutamos de la lectura.

–¿Cuál es tu literatura placentera?

Soy un lector muy ecléctico, no es que leo un determinado tipo de literatura. O sea, puedo armar grupos de literatura que leo, pero al mismo tiempo puedo estar leyendo libros muy variados siempre . No tengo un género, no es que leo policiales y me leo todo lo que hay de policial, o leo determinado tipo de literatura.

Cuando dejé el periodismo también dejé la novedad literaria. ¿Qué quiero decir con eso? Que deje de seguir el paquete de novedades de las editoriales que antes tenía que estar al tanto porque estaba obligado por mi trabajo. Trabajé de editor de Cultura en estos medios, o escribia comentarios de libros y eso hacía que tuviera que leer lo que estaba pasando en ese momento, entonces me liberé, empecé a leer cosas que no había leído nunca. Literatura de hace 30, 40, 100 años, clásicos, esos textos que por ahí uno va postergando la lectura por la novedad, por esa necesidad que tenemos de estar al día. Y dejé de estar al día, como consencuencia de eso me perdí varios años de novedades literarias. Entonces, por ahi, termino leyendo libros clásicos, literatura griega del siglo V.

Me gusta mucho también la literatura medieval. Este año estuve leyendo mucho teatro isabelino, que era un pendiente. Había leido mucho a Shakespeare, había leído mucho a (Christopher) Marlowe, pero no los otros autores del teatro isabelino. Me compré varios libros, todos usados, ediciones argentinas y estuve leyendo mucho material.

En general leo mucho en papel y mucho en digital, eso permite que puedas leer temáticas distintas. Leo mucho de historia medieval que me interesa mucho.

Ahora por ejemplo estoy leyendo un libro sobre la revolución rusa de Orlando Figes (La revolución rusa: La tragedia de un pueblo. 1891-1924), un autor inglés que lo estoy leyendo en digital por suerte porque tiene más de mil páginas. Y la verdad que si vos me preguntabas hace seis meses si iba a leer un libro sobre la revolución rusa, te hubiera dicho, “no, ¿por qué?”. Y después me fui enganchando con el tema y me puse a leer sobre eso.

Puedo terminar leyendo cosas muy raras, muy distintas entre sí. Y me gusta también leer algunas cosas viejas de la literatura argentina porque estamos siempre muy atrás de la novedad. Tenemos una cultura de la novedad literaria y no tenemos una cultura del mantener la tradición literaria. Hay muchos autores que ya no se leen. Podría hacer un catálogo de libros argentinos que ya nadie lee y que son buenísimos. Libros de los años 90, tampoco libros de la década del 30, 40.

Por ejemplo Los bajos del temor de Vlady Kociancich, para mí una de las grandes novelas de los años 90. Verano, de Kalman Barsy, un autor húngaro pero que vivía en Argentina y escribía en argentino. Una novela hermosísima, una novela increíble. Vas más atrás, Nueva York, Nueva York de Alberto Vanasco que sí fue reeditada hace unos años por una editorial platense, pero no son libros que trascienden mucho, la crítica no le da el espacio que necesita.

Olguín contra la cultura de la novedad

Y Nueva York, Nueva York es una de las mejores novelas argentinas, minimalista, carveriana, escrita en el año 67, donde la novela comienza donde termina la historia y va hacia atrás. Toda la historia va hacia atrás. Comienza con el tipo yéndose de Nueva York, volviendo a Buenos Aires, separándose de la mujer que amó. Y toda la historia va hacia atrás y termina con él llegando a Nueva York, y le abren una puerta en una casa y es esa chica que le abre la puerta. Todo tiene un procedimiento literario rarísimo, impregnada del mundo del jazz de los años 60, mucho humor, muy parca. Y este procedimiento de ir hacia atrás es el mismo que hace Martin Amis en La flecha del tiempo 20 años después. Hay una especie de desprecio por la literatura argentina o por ciertas corrientes más vanguardistas que no está bueno, por eso me gusta ir y leer textos viejos.

Esta novelita de Vlady Kociancich la leí hace un mes, Cuadro de una muerte dudosa, es un policial buenisimo, es entretenido, tiene todo lo que necesita un buen policial, y además Vlady es una de las mejores prosas argentinas de los últimos años. Ese tipo de literatura que a veces pasa más desapercibida, está bueno recuperarla.

–¿Tenés algún "autor faro"? En su momento fundaste la revista V de Vian, Boris Vian habrá sido uno de ellos...

Es un faro lejano ahora. Creo que no me animo a releer ahora a Boris Vian. Fue un amor apasionado como es todo amor a los veintipico, y viste que hay cosas de los amores a los veintipico que uno prefiere no escarbar mucho, dejarlo en el buen recuerdo que quedó.

Indudablemente Boris Vian fue un faro en esa primera juventud y después Georges Simenon. Para mi ha sido un autor fetiche, porque es un autor que no se termina nunca, no termino de leerlo. Yo calculo que me quedan unos ocho años de lectura más o menos de Simenon, leyendo unos diez, 12 libros por año. Yo leo ese promedio de libros de Simenon y cada tanto tengo ganas de releer algún libro. Tengo que ser muy selectivo respecto de lo que releo de Simenon porque no me va a quedar tiempo para releer todo. Además trato de conseguir ediciones viejas, se tradujo muy tempranamente tanto en Argentina y en España en los años 30.

Y después tengo algunos autores que quiero mucho, escritores que de alguna manera te transmiten cierta cosa, establecés un vínctulo personal con su literatura, y a veces con el autor. Para mi autores así son Marguerite Yourcenar y Marguerite Duras. Yourcernar me gusta más que Marguerite Duras, pero a las dos les tengo mucho cariño, tengo los libros juntos en la biblioteca, los miro, los cuido.

Agarrar un libro de Yourcernar y ponerme a leerlo de nuevo porque ya no me queda nada para leer (de ella) de ficción, me quedan algunos ensayitos, es siempre reencontrarse con ese tipo de literatura que es “acá está la escencia de lo literario”, en esta escritura, en esta forma de encarar una historia. De hecho la plagié en el comienzo de Las extranjeras. Las dos primeras líneas de Las extranjeras son las dos primeras líneas de Alexis o el tratado del inútil combate. Y además era todo un juego, un chiste porque Alexis es la confesión de una homosexualidad y Verónica está contando que tuvo una historia con una chica. Venía perfecto eso, pero nadie se dio cuenta. Nadie descubrió que había citado a Yourcenar. Uno roba y quiere ser descubuierto en el robo, pero no te descubren.

–Tus libros vienen con bandas de sonido, ¿cómo las armás?

Yo escribo escuchando música, me gusta escuchar música mientras escribo. Tengo una pésima formación musical, entonces soy muy ecléctico, escucho cosas muy variadas, no tengo tampoco un género definidio de tipo de música. Sobre todo voces femeninas es lo que más escucho, y se nota un poco en las novelas... Quise decir en las bandas de sonido, pero creo que en las novelas también se nota eso.

Y empezó con Lanús, con la primera novela, que escuchaba algo de música mientras escribia, sobre todo escuchaba Morcheeba, Roma no se hizo en un día, uno de los discos de Morcheeba, que hay fragmentos de las letras, de las canciones que están metidas en la novela. Hay capítulos que son canciones de ese disco y decidí armar un disquito. En ese momento estaba más de moda bajarse música y ponerlas en un CD y las repartí entre mis amigos con la tapita del libro, de Lanús, y empecé a hacerlo sistemáticamente con mis novelas, y después cuando empezaron a popularizarse plataformas como YouTube, ahora Spotify, lo empecé a armar para todos los lectores, armo ahí las bandas de sonido que tienen que ver en parte con la música que escucho. Hago una selección porque escucho más que eso, no es el bruto de lo que yo escucho sino lo que voy dejando. Y en parte canciones que tienen que ver con algo de la novela, por algo que le pasa a un personaje, pero en general es una música que voy escuchando a medida que escribo y que de alguna manera también me inspira, hay cierto ritmo de la música que creo que también se traslada a mi escritura.

Todos los libros de Sergio Olguín, del primero al último

  • Las griegas (cuentos)
  • Lanús
  • Filo
  • El equipo de los sueños
  • Springfield
  • La fragilidad de los cuerpos
  • Oscura monótona sangre
  • Cómo cocinar un plato volador
  • Las extranjeras
  • Boris y las mascotas mutantes
  • No hay amores felices
  • 1982
  • Los hombres son todos iguales (cuentos)
  • El último deseo de Jorge Simone
  • La mejor enemiga